Massimo Viazzo
Elegancia, refinamiento, esplendor, ligereza: estas son las cualidades que particularmente se aplican cuando se ve dirigir al joven talento ingles de origen italiano Robin Ticciati, quien condujo a su orquesta la Scottish Chamber Orchestra (de la cual es desde hace algunos meses su director principal) quizás sin gran fantasía pero con un búsqueda tímbrica verdaderamente sorprendente. La gema de la velada fue la ejecución del primer movimiento, Adagio-Allegro, de la Sinfonía “¨Praga” de Mozart, que fue un verdadero caleidoscopio de colores (siempre muy calibrado), con un fraseo muy cuidado en cada mínimo detalle y que supo desenlazar hasta crear vitalismo puro, pero sin hacer menos, en ningún momento, su empuje propulsivo inicial. Si bien es cierto que ciertas imprecisiones de parte de la agrupación escocesa (que no siempre estuvo técnicamente impecable) ofuscaron el resultado virtuosístico; el brillante, luminoso y siempre equilibrado Mozart de Ticciati convenció.
A su vez, una cierta estilización hedonística fue lo que en parte impidió a las admirables micropolifonías y a las fantasmagóricas desmaterializaciones tímbricas de Ligeti (Ramifications) envolver dramáticamente al público presente, que en realidad pareció mas estar un poco irritado. También las fascinantes Danzas Rumanas de Béla Bartók perdieron un poco de energía rítmica y naturaleza. Al final, resulto ser muy bueno el fagotista Peter Whelan, quien forma parte de la Scottish Chamber Orchestra desde el 2008, quien pareció encontrarse de maravilla con el universo “galante” que domina al Concierto para fagot de Mozart. Al final de la velada, que no fue muy extensa, no se concedió ningún bis. Pero se sabe que así son los escoceses
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