Foto: Carmela Remigio - Fotografie di Marco Brescia, Archivio Fotografico del Teatro alla Scala.
Massimo Viazzo
La reposición de la producción de Don Giovanni de Peter Mussbach, creada aquí mismo en la Scala hace cuatro temporadas fue montada para esta ocasión por Lorenza Cantini, quien mostró la vitalidad de esta puesta escénica abstracta y minimalista. Mussbach descontextualizó el acontecimiento proyectando a los personajes, vistiéndolos completamente en blanco y negro, y situándolos en un ámbito atemporal y con una escena lívida, dominada por dos rectángulos móviles y oprimentes que encerraban y se tragaban todo y a todos. La opera adquirió así una universalidad propia que la hizo esencial y definitiva.
Lamentablemente, el elenco vocal no pudo captar plenamente las dinámicas dramaturgias concebidas por el director escénico alemán, y se acomodó frecuentemente haciendo movimientos poco convencionales. Sin embargo, es cierto que la prueba de Peter Mattei, en el papel de Don Giovanni – que realizo un Don Giovanni carismático, seductor y arrogante- pareció perfecta tanto en la recitación como desde el punto de vista del canto, con una voz aterciopelada, cautivante y muy bien proyectada. También Nicola Ulivieri convenció y su Leporello no pareció ser el habitual sirviente exagerado y afligido con clichés y estereotipos. A su vez, Juan Francisco Gatell, que fraseó con garbo, dio vida a un Don Octavio pálido y de un peso vocal un tanto desvanecido.
Lamentablemente, el elenco vocal no pudo captar plenamente las dinámicas dramaturgias concebidas por el director escénico alemán, y se acomodó frecuentemente haciendo movimientos poco convencionales. Sin embargo, es cierto que la prueba de Peter Mattei, en el papel de Don Giovanni – que realizo un Don Giovanni carismático, seductor y arrogante- pareció perfecta tanto en la recitación como desde el punto de vista del canto, con una voz aterciopelada, cautivante y muy bien proyectada. También Nicola Ulivieri convenció y su Leporello no pareció ser el habitual sirviente exagerado y afligido con clichés y estereotipos. A su vez, Juan Francisco Gatell, que fraseó con garbo, dio vida a un Don Octavio pálido y de un peso vocal un tanto desvanecido.
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Completamente hosco estuvo el Leporello de Mirco Palazzi, como estentóreo (aunque no siempre muy entonado) estuvo Roman Polisadov en el papel del Comendador. Finalmente, Louis Langreé dirigió con transparencia, atención al detalle, y también con cierta finura pero con un paso teatral frecuentemente letárgico.
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