Sunday, February 21, 2010

Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México - Shostakovich y Strauss

Fotos: Ángel Kenji ©James Judd (director) y Marc Coppey (violonchelo) © - Orquesta Filarmónica de la Cd. de México. ©
Ramón Jacques

Por segunda semana consecutiva, el director ingles James Judd dirigió un programa de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (el 6 de esta temporada), y esta ocasión lo hizo con un programa diverso e interesante, cuyo punto de unión fue la auto descripción o autobiografía de sus autores por sus propias obras. La función comenzó con el Concierto para violonchelo y orquesta No. 2, Op. 126 de Dmitri Shostakovich, que fue dedicado y estrenado en 1966 por el legendario Mstislav Rostropovich, amigo y gran promotor de la música del compositor ruso, quien plasmó en la obra la conciencia de su mortalidad. La obra de particular fondo y energía sombría tuvo como solista al francés Marc Coppey, que en cada una de sus intervenciones al violonchelo creó una admirable atmosfera de tono oscuro, de lentas pero sonoras pinceladas en el movimiento Largo, y por momentos mas alegre en los dos continuos movimientos Alegrettos de la partitura, sin renunciar al perfil tenebroso y contemporáneo de la composición, ni al intenso dialogo con las cuerdas, metales y percusiones de la orquesta, que fue dirigida por Judd con simplicidad, control y esmero en cada detalle.

En la segunda parte se ofreció Una vida de héroe (o Ein Heldenleben, en alemán) poema sinfónico de Richard Strauss, el mejor exponente de esta tradición de composición, que es una especie de autobiografía puesta en música. En esta alegoría que se interpretó sin interrupción, pero con inventiva y homogeneidad, el autor, quien se ve reflejado asimismo en un espejo, es acosado por sus adversarios, los críticos musicales, mientras su esposa lo cuida y lo tranquiliza. James Judd, extrajo con su enardecida dirección, la fuerza y la sutileza de la rica y armoniosa orquestación, en cuyo tema principal se perciben incuestionables tintes y reminiscencias wagnerianas. Cabe resaltar el fulgurante solo de Jorge A. Casanova, violín concertino de la orquesta, el incesante despliegue de los metales, el llamado de las trompetas afuera del escenario, y la impulsividad de la orquesta en conjunto que nos llevó a la imperturbable serenidad con la que concluyó esta obra de cuarenta minutos de duración.

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