Ramón
Jacques
Con un recital de la soprano Anna Caterina Antonacci dio inicio la
edición XXI del Ciclo de Lied, que se
sigue con tanto interés en Madrid y que se presenta en el Teatro de la
Zarzuela, recinto que por sus dimensiones es un espacio ideal e intimo para este tipo de presentaciones. Estar
sentado en una butaca para presenciar este evento, es estar ante la presencia
de una artista en todo el sentido de la palabra, que crea una experiencia
musical-teatral, ya que no solo canta con gusto, si no que vive, siente y
transmite con sentido e histrionismo cada palabra y frase que emite. Antonacci
es una artista capaz de combinar diferentes estilos de música en diversos
idiomas con gran facilidad y con el alto nivel interpretativo con el que se lució
del principio al fin de la velada. Pero sobretodo, Antonacci es capaz de
entusiasmar, conmover y seducir a quien tenga enfrente. En la primera parte de
un programa elegido minuciosamente, ofreció el Lamento d’Arianna de Carl Orff, obra en estilo monteverdiano que manejó
con precisión y que fue seguido por un ciclo de siete canciones de Ottorino
Resphighi, pequeñas obras cargadas de cierto aire mediterráneo y de cantos
populares que transmitió con elegancia e impecable dicción con las que alcanzó
a tocar sublimes puntos, como en Stornellatrice
o Pioggia. El tercer bloque concluyó
con las Quatrro canzoni d’Amaranta de
Francesco Paolo Tosti que matizó con gran sentido poético. Su oscura,
brillante, extensa y homogénea tonalidad vocal no dejo de brillar en cada
momento. Para la segunda parte dotó de sensualidad su canto y sus expresiones
cantando en francés, lengua que se adapta bien a su temperamento, y que imprimió
en Le Fraîcheur et Le Feu de Francis Poulenc, siete breves y sencillas Mélodies y Chansons que cargó de gracia e intención.
De Maurice Ravel regaló las Cinq Mélodies Populaires
Grecques y del propio autor cantó con
sentimiento y en yiddish, Dos melodías hebraicas. Por si fuera poco, cerró su participación con las Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla, en las que demostró una asombrosa dicción y pronunciación
castellana, y supo ornamentar adecuadamente. Aquí resaltaría su indeleble Paño moruno, la magia de su Nana, y el perfume del cante jondo con
el que roció a Polo. El acompañamiento al piano de Donald Sulzen, que
fue apropiado, mostro el entendimiento existente entre su teclado y la voz de
la artista.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.