Foto:
Ópera de Bellas Artes
Luis
Gutiérrez R.
Después
de la “puesta en escena” de Rigoletto en el MET por un total
Michael Mayer, supongo que galardonado con un “Emmy” en Broadway y que debutaba
en ópera, me imaginaba que cualquier otra producción sería mejor. Y, sí, el
director de teatro de la UNAM, logró otra “puesta” no pero, pero al menos de igual
calidad que la del MET. Todas las escenas se desarrollaron paralelamente al
proscenio, el diseñador de la escenografía (perdón, pero no recuerdo los
nombres de los diseñadores) evitó cualquier línea diagonal que aprovechase la
profundidad del escenario en momentos como el segundo cuadro del primer acto, o
todo el tercer acto; el diseño del vestuario ligeramente anacrónico, no fue
excepcionalmente atractivo y, sí, el diseño de la iluminación, o por lo menos
su ejecución, estuvieron abajo del nivel usual de Bellas Artes, y eso es decir
mucho. Lo más jocoso de lo que se ocurrió al ponedor fue el final del acto 1,
en el que vemos la casa de Rigoletto de frente, por supuesto paralela al
proscenio, con Gilda cantando en un balcón. Los cortesanos, habiendo engañado a
Rigoletto, quien se queda a un lado de la casa, invisible para un gran sector
del público sentado hacia la derecha del escenario, se alinean ante el balcón,
dibujando otra paralela, y se hincan a admirar a Gilda cantando las últimas
notas de “Caro nome”, como si estuvieran adorando a la Virgen de Guadalupe. De
verdad, créanlo. El uso de las paralelas también conspiró contra la teatralidad
del tercer acto, ya que el ponedor decidió situar la posada de Sparafucile y su
hermana ¿qué creen?, paralela al proscenio, con un hoyo en la pared que nos
permitía ver tanto el interior de la taberna, como el andar y cruzar la escena
continuamente a Rigoletto. Uno aspecto en los que la falta de conocimiento
musical del ponedor se hizo manifiesta, fue eliminar cualquier relámpago
después de la entrega de Gilda a Rigoletto, relámpagos que son sugeridos, más
bien ordenados, por los arpegios de las flautas. Un relámpago es lo que permite
a Rigoletto reconocer a su hija. Por la parte musical, los cantantes
tuvieron un desempeño arriba del promedio de lo que he oído en Bellas Artes
este año. Como en toda actividad de desempeño, la calidad no puede ser excelsa
en todos sus componentes, ni despreciable en los mismos. Por fortuna no hubo
nada despreciable y sí hubo un cantante realmente de clase mundial y cantando
en un muy buen día, Eric Halfvarson fue un impresionante Sparafucile, tanto por
la belleza de su voz (juicio subjetivo) como por su entonación y sus notas
bajas, ese Fa final al cantar su nombre fue perfecto (juicio objetivo). Elena Gorshunova como Gilda no le fue a la zaga y logró una estupenda
caracterización vocal y actoral. Vladimir Stoyanov fue un Rigoletto como el que
se pudiese oír en cualquier teatro del mundo, aunque no en una buena noche en
especial. Llego al punto que me decepcionó un poco; el Duque de Arturo Chacón-Cruz,
por supuesto no desde el punto de vista escénico, pero musicalmente su voz me
pareció un poco estridente en las notas altas; yo diría que tiende a cantar
dichas notas con una muy ligera, pero notable, desafinación hacia arriba, es
decir agudizando las notas (¿cantando “sharp” como contraposición a calante, es
decir “flat”?)
Creo que Chacón puede manejar esto fácilmente, si mi apreciación
es correcta. Lydia Rendón fue una aceptable Maddalena. Mención aparte merece el
hecho de que cuatro de los personajes secundarios fueron miembros del Estudio
de la Ópera de Bellas Artes, teniendo buenas actuaciones musicales, destacando
Óscar Velázquez como Monterone y en lo escénico, exceptuando a Rosa de Muñoz
como Giovanna, que nunca supo qué hacer con sus manos. Los otros papeles
secundarios fueron correctamente interpretados por Jorge Eleazar Álvarez,
Arturo López Castillo y Martín Luna. Fue
la primera vez que experimenté la dirección de Srba Dinic, titular de la
Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes. Puedo decir que lo hizo
regularmente, pero también puedo decir que su mano aún no se siente en la
Orquesta, que suena tan desafinada como nos tiene acostumbrados. Un detalle me
dio risa. La música que interpreta la banda interna (o en el escenario
propiamente hablando) fue dividida en dos partes, una, la de los alientos fue
“interpretada” en las piernas del escenario por una grabación y, por supuesto,
se oyó afinada; las cuerdas, en cambio, se interpretaron en el foso y, por
supuesto, se oyeron desafinadas. Debo decir que el resultado fue original. Lo
del uso de la grabación está confirmado por dos fuentes de confianza (hecho
objetivo) aunque lo de la desafinación de las cuerdas es un juicio subjetivo.
Hasta donde sé esta curiosa “solución” fue propuesta por el maestro Dinic“ ya
que así se usa en muchas casas de ópera [provinciales]”. El Coro lo hizo bien,
aunque insisto que mejoraría con un director titular y no con directores por
obra y tiempo determinados. En resumen, esta función de Rigoletto no fue la
peor que he visto ni, claramente, la mejor. Las importaciones fueron de muy
buen nivel y creo que el público que asistió a cualquiera de las funciones tuvo
la oportunidad de oír y gozar de uno de los grandes bajos de la actualidad. A cambio, tuvimos otro ponedor de escena.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.