Fotos: Teatro Solís de Montevideo
Luis. G Baietti
Hacía mucho tiempo
que no salía de un teatro de ópera con una sonrisa de oreja a oreja después de
haber visto un espectáculo descollante perfecto, logrado hasta el mínimo
detalle y para colmo creativo, pero dentro del más absoluto respeto a las
intenciones de su autor. En primer
lugar porque Elisir es una de las óperas que más me gustan y que con mas placer
veo y reveo, con su delicado equilibrio entre comedia y drama ( la pasión no
correspondida del protagonista por Adina es para él una tragedia ), por la
belleza de la música de Donizetti en el ápice de su inspiración melódica y por
la delicadeza poética de los versos de FeliceRomani, un autor que tiene en su
haber varios de los textos más logrados de la época. La
versión ofrecida por el Solís difícilmente podría ser mejor y se cuenta entre
las mejores que he visto en mi vida en diversos teatros de las redondezas pero
también en el Met, en la Ópera de Viena y en el Covent Garden, incluyendo una
versión de hace unos cuantos años en Viena donde Erwin Schrott era precisamente
el Dulcamara y arrebataba a la platea con su interpretación que ya era genial.
Una versión que podría pasearse entre los más importantes escenarios del mundo,
como los ya citados y que no sólo sería ovacionada como aquí por el público,
pero además sería recordada al final del año entre los mejores títulos que en
ese teatro se han visto durante el período. Un gran aplauso al Solís por
no haberse tentado de hacer de esta versión una especie de “show Schrott“ centrándose
exclusivamente en la brillantez del célebre cantante uruguayo, hoy entre los
más cotizados en el mundo, y al cual finalmente, luego de un insistente asedio,
consiguieron traer. Por el contrario se buscó rodearlo de los mejores
elementos posibles y se acertó en pleno, por lo que la descollante actuación
del divo uruguayo fue realzada por un elenco que no le fue en zaga en calidad
interpretativa. Erwin Schrott claro está divirtió y se divirtió con el personaje al cual dotó de tics
visuales vocales muy efectivos, agregó algunas invenciones propias, como su
incapacidad para recordar el nombre Isotta
y los errores que de ello se suceden, e impactó con una voz absolutamente
apabullante, que se sobra para la parte, generalmente cantada por algún bajo bufo
con más limitados recursos vocales, o por un bajo que al final de carrera por
obra del desgaste de la voz, ha decidido utilizar la experiencia escénica
adquirida para pasar a cantar este tipo de papeles. Como el gran Sesto
Bruscatini. Schrott fue sencillamente maravilloso. Demostró cabalmente porque
es un grande en el mundo lirico mundial. Y me anoto desde ya en la lista de
espera para ver su Don Giovanni del año próximo en el Colón si se confirma su
rumoreada contratación. Homero
Velho redondeó un impecable Belcore, con una bella uygenerosa voz de
barítono tanto en la extensión, que le permitió agregar algún agudo de su
factura, como en el volumen, saliendo muy airoso de la difícil coloratura que
Donizetti le ha colocado en un par de arias fundamentales. Belcore es por ello
un papel traicionero en el cual he visto a muchos naufragar. Jaquelina Livieri en desbordante estado
vocal, cumplió con toda la pirotecnia del personaje, en particular sus dos
difíciles arias del último cuadro (Il mio
rigor es de lo más difícil que ha compuesto Donizetti) y exhibió un volumen
considerable que sobresalió en todos los conjuntos, al par que un impecable
registro agudo, incluyendo dos sobreagudos no escritos en el final de cada uno
de los actos. No es difícil prever que tendrá una importante carrera internacional,
si bien seguramente en papeles más pesados que éste porque su voz tiende a un
registro más grave y más potente que el de Adina.
Lució además la exacta mezcla
de vivaz, coqueta , juvenil y romántica, soñadora, que cree en la historia de Tristan
e Isolda y en definitiva enamorada ,en un retrato perfecto de la voluble Adina
que cae subyugada por el verdadero amor. Sandra Escorza fue un agradable complemento, muy bien actuada la
parte y sobresaliendo en algunos conjuntos especialmente en la zona aguda. Me
reservé el final para hablar de Santiago
Ballerini porque tuvo una interpretación genial, histórica. Apoyado en su
bello timbre central, su total competencia para llegar a las notas graves que
abundan en el primer acto y que han sido el terror de muchos tenores líricos
como él, la belleza y facilidad de sus agudos y una desarmante mezzavoce fue
vocalmente el Nemorino ideal, pero además tuvo actoralmente una interpretación
memorable, desopilantemente cómica pero también permeable al drama cuando
aparece. A veces ambas cosas a la vez. La mayor parte del tiempo me tuvo al
borde del llanto. La mayor parte de las veces de risa, pero no todas. Rodeado
además por colegas de voces enormes como Schrott, Livierii Velho supo además no
intentar competir pero hacerse oír perfectamente sobre la base de una natural
proyección de la voz, que no es enorme pero que corre con absoluta facilidad y
es un constante placer al oído.Un nuevo galón en la carrera de este joven tenor
que está evolucionando de logro en logro en una carrera siempre ascendente que
ha comenzado a ser notada en el exterior. Absolutamente brillante el
desempeño de los alumnos de la Escuela de Arte Lírico que se entregaron con
alma y vida a sus personajes creando cada uno de ellos un ser humano
identificable y contando además espléndidamente el texto de Donizetti. La
escenografía se vio beneficiada con el traspaso al Solís. En primer lugar
porque al ser menor el espacio escénico se evaporó por completo esa sensación
de monumentalidad exagerada que tenía en el escenario del Colón. Además el
menor ancho de boca obligó a suprimir toda la parte izquierda del decorado
donde había un retrete masculino que daba lugar a algunas humoradas no muy
elegantes sobre la sensación olfativa que provocaba. Sufrieron un poco las
proyecciones traseras, por la falta de distancia con el proscenio. Y el último
escenario, que acompaña la bellísima Una furtiva
lacrima mantuvo su seducción poética. Me sentiría tentado de decir
que fue brillante el trabajo de Florencia
Sanguinetti y que trabajó al detalle con todos sus intérpretes, con
larguísimas y bien aprovechadas horas de ensayo. Pero hubo algo diferente que
es mucho más que eso. El desarrollo de la acción teatral muestra una total
compenetración de cada uno de los intérpretes con la puesta, apoyando unos las
acciones de los otros. Y si bien uno se sentiría tentado de adjudicarle a
Schrott y su experiencia en los mejores Teatros del mundo varias de sus
ocurrencias como Dulcamara, es imposible no ver que hubo un fantástico trabajo
de conjunto, donde cada uno aportó ideas y enriqueció la creación del otro. Y
esto es precisamente el logro máximo al que puede aspirar un director de
escena. Que su equipo sea un conjunto y además trabaje creativamente aportando
ideas. Y hay que incluir en esto al maestro Martin Jorge, Director de la Banda Sinfónica de Montevideo , que en
una brillante ejecución de la partitura supo otorgar el margen de libertad
creativa que sus intérpretes necesitaban, haciendo que la orquesta acompañara
la acción en lugar de limitarla. Algo que pocos directores de opera saben
hacer. Esperemos que vuelva al género porque es una adquisición de primer nivel
para la lírica nacional. Una reflexión final: la puesta es un acabado
ejemplo de lo que se puede lograr cuando se piensa que las respuestas están
todas en el texto, y no se busca impactar apartándose de él o modificando su
contenido. Una demostración además de que se puede lograr la comicidad
trabajando con los integrantes del elenco solista y del coro sin necesidad de
agregar actores de la Comedia del Arte o saltimbanquis , que están fuera de
contexto y si bien pueden proporcionar buenos momentos de teatro lo hacen más a
contrapelo del texto que al servicio de este. El
espectáculo se inició además con un momento de incontenida emoción cuando el
Maestro Basaldúa dirigió al público unas breves pero muy emotivas palabras
recordando al gran director y autor de la puesta original Sergio Renan,
recientemente fallecido. Y un aplauso especial a la directora repositora Florencia
Sanguinetti que supo entender que el mejor homenaje que podría brindarse al
maestro ausente era presentar su versión como una cosa viva, sujeta a la
inspiración de sus intérpretes actuales, y no como una rígida pieza de museo.
Aplausos de pie entonces para el Solís y para el equipo reunido.
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