Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
Una de las mejores conjunciones entre lo musical y lo
teatral de los últimos años en el Teatro Municipal de Santiago fue la
espléndida versión de la ópera El turco en Italia, de Rossini,
presentada en seis funciones con dos repartos. A primera vista, lo más
llamativo era la espectacular escenografía de 11 metros de altura creada por el
diseñador Daniel Bianco reproduciendo a la perfección una calle de Nápoles,
pero afortunadamente la calidad del espectáculo fue mucho más allá, y el
viernes 14 de agosto (el mismo día en el que la obra se estrenara mundialmente
hace poco más de dos siglos, en 1814), en el debut de este cuarto título de su
temporada lírica, el Municipal ofreció el que bien podría ser considerado no
sólo su mejor montaje en lo que va de año, sino además uno de los mejores en
mucho tiempo.
Quizás no sea tan magistral y perfecta como los
trabajos habitualmente más representados del compositor italiano -las comedias El
barbero de Sevilla, La italiana en Argel o La cenicienta-, pero
de todos modos esta obra es encantadora y su música alegre y juguetona posee
momentos en verdad geniales, por lo que su nuevo montaje en Chile más de dos
décadas después de su única presentación previa en el país, en su estreno en la
temporada 1992 del Municipal, representó un bienvenido regreso. Especialmente
si se contaba con una puesta en escena tan lograda y memorable como la del
español Emilio Sagi, uno de los directores teatrales más reconocidos a nivel
internacional en el género lírico, y quien desde su debut en Chile en 1996
siempre ha fascinado y deslumbrado al público santiaguino con sus producciones
en el Municipal. Este era su octavo montaje en el Municipal, y el quinto de una
obra belcantista, tras Lucia de Lammermoor, La hija del
regimiento, La italiana en Argel y el año pasado su bella
propuesta para Los puritanos.
El turco en Italia es una clásica y convencional comedia de enredos
y confusiones sentimentales que no elude los estereotipos que hoy podrían ser
incluso políticamente incorrectos, pero en la época de su creación funcionaban
a la perfección, como en este caso el contraste entre turcos e italianos, todo
aderezado con un toque tan creativo, agudo y pirandelliano como
la presencia de un poeta en busca de inspiración para una nueva obra, quien
aprovecha los desencuentros de los personajes para desarrollar su creación
literaria. En esta coproducción con el Teatro Capitole de Toulouse, Emilio Sagi, quien
dirigía por primera vez esta pieza, optó por trasladar la acción desde el siglo
XVIII del original hasta la década del 60 en el siglo XX. Y a diferencia de
otros directores de escena que traicionan la esencia de la historia al cambiar
la locación y época, al frente de un equipo de talentosos artistas españoles
que suelen acompañarlo en sus montajes, Sagi acertó por completo en conservar
el encanto de la creación rossiniana, ofreciendo un espectáculo que sorprende y
deleita de principio a fin.
En vez de su concepto lúdico para el otro título
rossiniano que presentara previamente en ese escenario, esa Italiana en
Argel de 2009, acá primó un maravilloso realismo. Por lo mismo, como
ya se dijo antes, a primera vista lo que impresionaba de inmediato era la
hermosa, corpórea y enorme escenografía de Daniel Bianco, con su escalera y su
arco, los distintos balcones y la pizzería; esa calle que aunque se mantiene
casi sin cambios durante toda la obra -en el segundo acto el puesto de frutas
es reemplazado por afiches de clásicos del cine italiano, como el Ladrón
de bicicletas de De Sica, el Stromboli de Rossellini
y el Divorcio a la italiana de Germi-, nunca deja de fascinar,
por estar tan llena de detalles que merecían contemplarla una y otra vez (los
adoquines del suelo, los muros envejecidos), por lo bien utilizado que estaba
el espacio en sus múltiples planos y niveles, tan oportunamente complementado
con el llamativo y colorido vestuario de Pepa Ojanguren, aunque la iluminación
de Eduardo Bravo fuera un poco más plana y menos incisiva. Tan atractivo marco
escénico fue utilizado al máximo por Sagi, con una precisión y sentido del
ritmo cómico envidiables, ya que la escena estaba en movimiento permanente
incluyendo las recurrentes apariciones de un tranvía, una motocicleta y varias
bicicletas, transmitiendo una vitalidad y dinamismo que ayudaba a sentirla real
y creíble.
Y hablando de lo teatral, no puede dejar de resaltarse
el nivel del siempre excelente Coro del Teatro Municipal, dirigido por el
uruguayo Jorge Klastornik, cuyos miembros además de cantar tan bien como de
costumbre, se plegaron a la perfección a los requerimientos escénicos, haciendo
aún más viva y espontánea la puesta en escena, y tanto ellos como los
convincentes comparsas que interpretaron los diversos roles no cantados,
parecían en verdad ciudadanos napolitanos.
Pero los positivos resultados no se quedaron sólo en
los numerosos aciertos escénicos, sino además en cómo éstos estuvieron al
servicio de lo musical, entrelazándose a la perfección. Gran mérito tuvo en esto
la dirección orquestal del español José Miguel Pérez-Sierra al frente de la
Filarmónica de Santiago, quien además dirigió las funciones del segundo
reparto; este maestro debutó en el Municipal el año pasado, precisamente con
esos Puritanos de Sagi, demostrando gran afinidad con el
estilo belcantista. Esa impresión se vio acentuada en esta ocasión, y demostró
que Pérez-Sierra aprovechó muy bien las enseñanzas de quien es considerado
internacionalmente el "apóstol" y mayor experto vivo en Rossini, el
hoy octogenario director y musicólogo italiano Alberto Zedda, de quien el
español fue asistente entre 2004 y 2009. Desde la contagiosa obertura en
adelante, subrayando muy bien los contrastes, detalles y sutilezas y
equilibrando acertadamente las voces y la orquesta en los números concertados
(en particular en la chispeante energía del final del primer acto y en todos
los crescendos orquestales), Pérez-Sierra abordó por primera
vez en su trayectoria este título ofreciendo una lectura dinámica, vigorosa y
llena de vitalidad, como debe ser en una comedia como esta. Y al igual que en
el título anterior de la temporada lírica del teatro, The Rake's
Progress, el clavecín en los recitativos estuvo en las expertas manos del
pianista chileno Jorge Hevia.
El atractivo elenco convocado reunía en una misma obra
a dos de los mejores cantantes rossinianos de las últimas décadas, los
barítonos italianos Pietro Spagnoli y Alessandro Corbelli, quienes aunque ya
habían venido en cinco ocasiones cada uno a cantar en diversos títulos al
Teatro Municipal, nunca habían coincidido ahí en escena. Y tal como era de
esperar, juntos y por separado estuvieron en verdad notables.
Spagnoli debutó en Chile en 1995 precisamente con un
título de Rossini, El barbero de Sevilla, y también cantó ahí otras
dos obras del autor, La cenicientaen 2004 y la ya mencionada Italiana
en Argel de 2009; ahora, abordando por primera vez en su carrera el
rol que da título a la obra, como Selim, el seductor turco que llega a Italia,
se mostró seguro y a sus anchas en todo el registro aunque el personaje
habitualmente es cantado por bajos, y su despliegue vocal (canto expresivo, voz
potente y bien proyectada, de atractivo timbre) y teatral le permitió entregar
un desempeño impecable, en la que quizás es la mejor actuación que ha ofrecido
en Chile. Y a sus 62 años y con más de cuatro décadas de trayectoria, es
internacionalmente sabido que Corbelli (quien debutó en 1989 en el Municipal)
es un maestro en el canto rossiniano, que domina al revés y al derecho al personaje
de Don Geronio, el marido anciano y celoso, provocando la risa del público con
su patetismo, pero nunca cayendo en el ridículo o convirtiéndolo en un payaso,
dotándolo de humanidad y haciéndolo entrañable; todas las escenas en las que
intervino fueron geniales, tanto en las partes cantadas como en los
recitativos, y no fue de extrañar que al final de las funciones recibiera la
ovación más sonora de la noche, no sólo por la simpatía que provoca su rol,
sino porque en verdad es un privilegio escucharlo y verlo en escena. Por lo
mismo, el dúo entre Spagnoli y Corbelli en el segundo acto, "D'un bell'uso
di Turchia", actuado y cantadoa la
perfección por ambos y dotado de un despliegue teatral y cómico
irreprochable, fue el momento culminante del espectáculo, y sólo por volver a
disfrutarlo y verlos cantarlo y actuarlo juntos, daban ganas de repetirse la
función completa.
Por su parte, la soprano estadounidense Keri Alkema no
deja de sorprender con sus interpretaciones en Chile: luego de llamar la
atención en 2011 y el año pasado con su atractiva voz que parece ideal para
Verdi -como Amelia en Simón Boccanegra y Desdémona en Otello,
respectivamente-, este año aceptó regresar al Municipal para asumir por primera
vez en su carrera dos roles tan diferentes como la sufrida protagonista de Madama
Butterfly y la coqueta Fiorilla de El turco en Italia.
Aunque durante su actuación encarnando al delicado y complejo personaje de
Puccini exhibió nuevamente cualidades vocales, no consiguió convencer como en
sus anteriores presentaciones en el país; en cambio, se desempeñó muy bien y
fue muy aplaudida al final del estreno: en lo escénico, desde su llamativa
entrada montada en una Vespa, supo mostrarse simpática y divertida, y aunque
hay pasajes que todavía debe trabajar más (así como el abordaje de algunas
notas agudas), dio muestras de adecuada flexibilidad vocal en sus
intervenciones, incluyendo las demandantes agilidades, algo que más de alguien
no hubiera imaginado al oírla antes en sus papeles de Verdi y Puccini.
En su debut en Chile, encarnando a Don Narciso el tenor
brasileño Luciano Botelho exhibió convincentes dotes actorales y un canto
aguerrido y virtuosista ideal para Rossini, aunque pasó ocasionales apuros con
las notas agudas de un personaje que quizás es menos determinante que los otros
protagonistas, pero cuya escritura vocal es muy exigente. Y el barítono
chino ZhengZhong Zhou, quien también estuvo el año pasado en Los
puritanos aunque sin entusiasmar demasiado, dejó ahora una mejor
impresión como cantante, si bien podría ser aún más cómico e incisivo en el rol
del poeta Prosdocimo, quien funciona como artífice de los enredos de la trama.
Completando los siete solistas del reparto, dos
intérpretes chilenos pusieron la cuota local. Como Zaida, la soprano Daniela
Ezquerra se mostró desenvuelta en lo escénico funcionando bien en la
interacción cómica con sus colegas, aunque en lo vocal no siempre pareció
totalmente cómoda en el rol, habitualmente cantado por mezzosopranos. En
cambio, una grata sorpresa fue el muy joven tenor Francisco Huerta, quien en el
rol de Albazar no sólo participaba en su primera ópera en el Municipal, sino
además debutó como solista en escena recién este mismo año, en el Festival de
Castleton (Estados Unidos); creíble, vivaz y simpático como actor, exhibió una
voz grata y de generoso volumen y proyección, y ofreció una buena entrega de su
aria "Ah, sarebbe troppo dolce".
Por su parte, los artistas del segundo reparto -el
llamado "elenco estelar"-, casi completamente integrado por chilenos,
también estuvieron a la altura de las circunstancias, nuevamente con la
chispeante energía que José Miguel Pérez-Sierra logró extraer de la
orquesta. Los nombres convocados eran ciertamente los más idóneos de la
escena local para el repertorio rossiniano, partiendo por dos bajo-barítonos
que no sólo han destacado en este compositor en anteriores actuaciones en el
Municipal (en El barbero de Sevilla y La italiana en
Argel) y en otros teatros chilenos, sino además han estado incursionando
con éxito en las obras del autor en otras latitudes, particularmente en Europa.
Ricardo Seguel fue el protagonista, Selim, y lo encarnó con su ya conocida
simpatía, desplante y veta cómica como actor, así como su sonora y bien
timbrada voz, cada vez más cómoda en las agilidades y en un registro que lo
exige en ambos extremos. Por su parte, Sergio Gallardo hizo reír con su
divertido Don Geronio; como ya lo ha demostrado antes en otros títulos de
Rossini, el intérprete siempre se luce en este tipo de roles cómicos, y su
agilidad vocal está cada vez más segura y certera.
Fiorilla fue interpretada por la soprano Patricia
Cifuentes, quien siempre ha conseguido buenas interpretaciones en el repertorio
belcantista; acá brindó una actuación lograda y convincente en lo escénico, con
un canto que salvo un par de puntuales problemas en la zona aguda supo adecuar
muy bien su voz y recursos al servicio del caprichoso personaje, aprovechando
de lucir sutilezas y una coloratura ágil y precisa. En más de un aspecto logró
sacar mejor partido al rol que su colega del otro reparto, Keri Alkema. Algo
similar se puede decir del siempre eficaz barítono Patricio Sabaté, cuyo poeta
Prosdocimo, correctamente cantado, fue más divertido que su colega del otro
elenco.
El único cantante extranjero del segundo elenco, el
tenor argentino Santiago Bürgi, volvió a demostrar sus condiciones luego de su
meritorio protagonismo en la anterior ópera del Municipal, The Rake's
Progress; en esta ocasión interpretando a Don Narciso, abordó y resolvió
con inteligencia y cuidado las exigencias vocales del papel, en especial sus
incursiones en la zona aguda. Y en su primera ópera en ese teatro, la soprano
Yaritza Véliz fue una revelación como Zaida, cómoda en escena y dueña de una
voz grata y de buen volumen. El tenor Diego Godoy-Gutiérrez partió algo rígido
y exagerado en su actuación como Albazar, pero se fue relajando paulatinamente
y terminó cantando muy bien su aria del segundo acto.
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