Foto: Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Para una ópera que tuvo su estreno justo
en Italia (en la Fenice de Venecia en 1954), parece increíble que hasta hoy se
haya programado por primera vez el Teatro alla Scala una ejecución en su lengua
original. Mejor tarde que nunca, se
podría decir. También porque la
producción gustó y convenció del punto de vista musical como el visual. La nueva producción curada por Kasper Holten
previó la subdivisión del espacio en niveles movibles para recrear, tres
sobrepuestos a la derecha y dos en el medio, un escenario más amplio unido a
una escalera de caracol, de los ambientes claustrofóbicos de la obra de Henry
James. Los personajes aparecían y desaparecían creando una tensión
creciente y siempre más angustiante, también por el uso apropiado de la luz y
de evocadoras proyecciones en blanco y negro, y de un tipo de descoloración
cinematográfica creada con estudiadas disminuciones de la cortina. Al final, en este espectáculo quedó en los
espectadores quedó esa duda que siempre acompaña a esta historia de fantasmas,
es decir, si existían verdaderamente o eran solo proyecciones mentales en la
cabeza enferma de la institutriz. Tambien Holten, permaneciendo generalmente ambiguo, parecería inclinarse
hacia la segunda hipótesis. Ello se ve
claramente, por ejemplo, en el inicio del segundo acto, cuando el dueto Quint/
Jessel es retratado sin ninguna duda como una pesadilla nocturna de la institutriz
(los dos “fantasmas” cantan en la cama a cada lado de las atormentada
protagonista). La institutriz fue
personificada de manera extremadamente matizada y vocalmente convincente por Miah Persson, aquí vista en un papel en
el evidencio de la mejor manera sus grandes cualidades sobre la escena. Ian
Bostridge prestó un timbre absolutamente de antonomasia a Peter Quint, por
momentos casi áspero, pero también convincente y provocador. El color de su voz tan blancuzco y deslavado
fue perfecto para este papel tan escurridizo como pegajoso. También Allison
Cook, con desvanecidos timbres mas
graves y sonoros personificó una Jessel perfectamente cumplida, como también la
gobernadora de Jennifer Johnston que fue eficaz. Verdaderamente convincentes fueron los dos
chicos del Trinity Boys Choir, Lucas Pinto y Louise Moseley que prestaron sus
voces a Miles y a Flora. El timbre tan
puro e infantil de Pinto, suscitó mucha ternura, aunque también una cierta
inquietud. Finalmente, la dirección de Christoph Eschenbach pareció poco
interesante, tan poco teatral, y por momentos pesado y escasamente equilibrada.
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