Daniel Catán 1949-2011
José Noe Mercado
La composición operística contemporánea tuvo a uno de sus más prestigiados exponentes en el mexicano Daniel Catán, cuyo fallecimiento en Austin, Texas, se dio a conocer la mañana del 11 de abril por la Universidad de Texas, donde el compositor se encontraba impartiendo clases temporalmente, aunque aún no ha sido precisada la causa ni la fecha exacta de su muerte, posiblemente ocurrida entre el viernes 8 y la madrugada del domingo, en que fue encontrado sin vida en la cama de su habitación. En sus cinco óperas: Encuentro en el ocaso, La hija de Rapaccini, Florencia en el Amazonas, Salsipuedes e Il postino, esta última escrita especialmente para Plácido Domingo, quien la estrenó en Los Angeles Opera, en 2010, se encuentra el genio creciente de un compositor que se distinguió por cultivar la melodía y la escritura belcantista, prácticamente desterrada de la producción lírica universal desde principios del siglo 20, sin por ello dejar de sonar moderno. A través de los libretos de sus óperas, basados en obras de Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Eliseo Diego o Antonio Skármeta, hay una búsqueda formal e incesante que aspiraría al concepto de una ópera en español, y no sólo a través del lenguaje, sino de la cultura, de la mirada del mundo que producen un idioma y su historia, sus protagonistas. Aunque Catán fue autor de ballet, obras orquestales y música para la pantalla, el reconocimiento internacional se lo proporcionó justamente el arte lírico que lo acompañó hasta el final de su vida, ya que además de encontrarse trabajando en una nueva ópera sobre Meet John Doe, la película de Frank Capra, sus obras son constantemente producidas y presentadas tanto en Estados Unidos como en Europa, no así en México donde los títulos de su catálogo nunca han sido debidamente escenificados. En una entrevista concedida en 2009, Daniel Catán explicó así su oficio creativo: “Trabajo en mi composición en las mañanas. El proceso empieza en cuanto despierto y me gusta pasar del sueño al escritorio sin mayor interrupción que una buena taza de café. Escribo en mi escritorio, a mano, y verifico lo que escribo en el piano para ver si me convence, si es verdaderamente la música del personaje, de la situación en la que trabajo. Una vez que estoy convencido —cosa de días—, lo paso en limpio y hago una versión impresa en la computadora. Así voy trabajando las escenas y los personajes. El proceso toma bastante: unos 18 meses para escribir la partitura para voz y piano. Durante la composición de la obra me gusta consultar a mi director de escena para asegurarme de que los personajes y las situaciones han quedado bien delineados. Sobre todo que la estructura está bien balanceada. Es fácil perderse cuando escribes una obra tan larga y durante tanto tiempo. Me gusta también correr la obra en cierto momento antes de terminarla definitivamente. Eso me da la pauta de cómo debe de ser el mero final. Me gusta después correr la obra completa con buenos cantantes antes de empezar la orquestación. Ahí todavía es posible hacer modificaciones importantes. Después de la orquestación, cualquier cambio se vuelve más complicado, costoso y agotador. Una vez que estoy seguro de que la obra funciona, empiezo la orquestación. La escribo totalmente a mano y se la envío a mi editor que se ocupa de elaborar el material: copiarlo, sacar las partichelas, publicarlo. Es un proceso largo y costoso”. Sobre el escaso interés del público por las óperas contemporáneas, Catán identificó diversas razones: “La ópera contemporánea es compleja y el público no la conoce bien. Los compositores no tienen la experiencia que se adquiere después de haber compuesto y montado sus primeros intentos. Miren la historia y verán que aun los compositores más dotados tuvieron dos o tres óperas fallidas antes de dominar el oficio. Es difícil hoy en día adquirir esa experiencia. Sumen a esa situación representaciones mediocres y ahí tienen las razones por las que la ópera contemporánea rara vez logra conquistar al público. Pero ópera nueva hay que crear si no queremos ver a los teatros convertirse en museos. Tuvimos unas décadas muy difíciles en donde nadie se interesaba por la ópera contemporánea. Afortunadamente eso está quedando atrás y muchas compañías —principalmente en Estados Unidos y en algunos países de Europa— están haciendo encargos y montando óperas nuevas con gran éxito. El mundo hispano se ha quedado atrás en ese sentido y es algo que hay que cambiar si queremos tener un lugar en el banquete”. Aunque siempre se asumió como un compositor mexicano, Daniel Catán tenía la nacionalidad norteamericana, residía en Pasadena, California, y era catedrático del College of The Canyons, en Santa Clarita. Era un hombre sencillo y gentil, que gustaba de la charla musical y cinéfila con los amigos, de aprender de la crítica, de viajar a bordó de su viejo Mustang. Murió a los 62 años de edad, sin ver concretada la ilusión de sus óperas interpretadas en nuestro país. Sobre ello, soñaba: “Me interesa mucho que mis obras se conozcan en México, pero no he corrido con suerte. Montar obras nuevas requiere de mucha planificación y organización. Y ése ha sido el problema con nuestras instituciones culturales. Padecen una burocracia asfixiante que no les permite planear con anticipación. La creatividad de los artistas mexicanos se agota saltando trancas burocráticas. El problema es de fondo y no soy yo el único afectado. Es una verdadera tristeza”. Lo es. Descanse en paz. Ojalá sus obras no.
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