Lunes 25 de abril de 2011. Teatro Real. Ópera en tres actos, con libreto basado en las Bacantes de Eurípides. Estrenada en el Gran Teatro Wielki de Varsovia el 19 de junio de 1926: Król Roger de Szymanowski (1882-1937). Elenco: Marius Kwiecien, Olga Pasichnyk, Stefan Margita, Hill Hartmann, Wojtek Smilek, Jadwiga Rappe. Dirección musical: P. Daniel. Director de escena: K. Warilowski (Szczecin, 1962). Coro y Orquesta Titular del Teatro Real.
Alicia Perris - Foto: Król Roger ONP. Con un recibimiento poco lucido o habría que escribir, contrario sobre todo a la puesta en escena, se recupera esta ópera en polaco, que se había estrenado en Barcelona en el Liceu el año pasado. Se trata de un proyecto que se presentó también en la Ópera Nationale de Paris, donde se encontraba trabajando por entonces Gerard Mortier, actual Director Artístico. El montaje a cargo del mismo artista que firmó El caso Makropoulos de Janácek es polémico y recuerda a los espectadores otras extravagancias ya vividas en ocasión de una Salomé bastante denostada también por el público y la crítica del foro. Las voces y la dirección musical, excelentes, en un esfuerzo conjuntado que dio buenos frutos, (se trata de especialistas) pero el conjunto se hace pesado y difícil de sobrellevar al tratarse de un idioma, un argumento y una música que acaban envolviéndose sobre sí mismos en la hora y media sin descanso que se dura la obra. A mitad de camino entre la realidad, el sueño y la pesadilla, el tema de la ópera pasa por algunos tópicos convertidos en tabú hasta hace poco, como el consumo de drogas potentes, la homosexualidad, el adulterio, la inclusión de una película de Andy Warhol de dudoso gusto y sentido ético, una gran piscina que se abre en el escenario donde circulan personajes con los conocidos en el Real “traseros” al aire y calzoncillos de diseño mediocre. Una especie de geriátrico al uso, mezclado a la angustia de la reina, embarazada de un marido que se volatiliza y se desarma detrás de las incandescencias del deseo. A pesar de la disconformidad o el disgusto de algunos (bastantes en este caso) Gerard Mortier tiene clarísimo en qué consisten los criterios con los que se elige el repertorio del Teatro: “al que no le gusta, es su problema. Estoy seguro de que es una excelente producción”. Tal vez lo que le gustaría al público del Real – y no quiero interpretar- que es el que paga las entradas, algunas muy caras, otra de escasa visibilidad, no es necesariamente siempre Rigoletto o Tosca, pero sí espectáculos que fueran más límpidos y definidos en lo ideológico y con un concepto estético donde imperaran más la belleza y la armonía, conceptos difíciles de atrapar y definir donde los haya, que la búsqueda de artificios y recursos “épatants”. Y ahí empiezan los problemas. La dualidad entre lo apolíneo y lo dionisíaco, representado por el personaje del Pastor, tan intensamente citada en este caso por la crítica, va sin embargo envuelta en una música potente con reminiscencias conocidas de Stravinsky, Scriabin o los Impresionistas, pero queda muy poco de la Sicilia que supuestamente ilustró y enamoró a los creadores de Król Roger. Se trata de otra cosa: el lujo solar mediterráneo pasado por las turbulencias neblinosas de la Europa del Este o lo que buenamente cada cual pueda valorar o sentir con esta propuesta artística. Es probable que este montaje llamara la atención al público más joven del Teatro Real, si lo hubiere en una proporción significativa, que no es el caso. A los veteranos, muchas de las ocurrencias escénicas o ideológicas de la ópera nos parecen en muchos momentos el remake de un déjà-vu conocido y familiar. Otro eterno retorno.
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