Alberto Leal
“La Flauta Mágica”, una de las obras más populares de Mozart, fue estrenada en 1791. En el largo camino transcurrido hasta nuestros días generó las más diversas interpretaciones. Desde cuento infantil hasta folleto masónico, todo ha sido válido y por esa causa el espectador nunca sabe - a priori - que pasará cuando se abra el telón. Esta misma discrepancia tal vez sea una de las causas que ha llevado a famosos directores de cine a generar más de una versión cinematográfica. En su ambigüedad podemos encontrar una parte importante de su atractivo. Y fue segundo título del Teatro Colón para la presente temporada. Debo adelantar que el placer más grande que tuve - y uno de los pocos – es ver el teatro funcionando a pleno con su Orquesta, Coro y que – aunque no se especifica como puesta nueva – nuestros queridos artesanos han trabajado en ella. Lo musical y visual fue otra cosa… Sergio Renán, de quien guardo el recuerdo de algunas puestas valiosas y que en lo personal me alegra verlo activo, no será éste uno de sus trabajos por lo que lo recordaremos. Con una más que pesada escenografía de Juan Pedro de Gaspar, con un aspecto monumental, algo fuera de moda, y un despliegue sin definir entre Cecil B. DeMille y Disneylandia, lo visual tuvo muy poco de acierto. Solamente algunas proyecciones lograron momentos algo interesantes. Tampoco contribuyó el vestuario de Renata Schussheim, una diseñadora que merece el mayor de mis respetos. Líneas simples y colores suaves, que siempre son bienvenidos, pero trajes realmente pocos sentadores, como el de la Reina de la Noche, o fuera de contexto como el de Papagena. En la parte musical el Maestro Frédéric Chaslin pareció dirigir para él, sin tener en cuenta en general lo que pasaba en el escenario. Con tiempos más rápidos que los habituales, que incomodó a algunos cantantes, y en general poca presencia de estilo mozartiano. Muchos desajustes en la orquesta tampoco contribuyeron a lograr un buen nivel musical. Lo vocal es digno de un análisis más exhaustivo que no puede ser cubierto en esta crónica. Pero existieron cosas inexplicables. Solamente puede pensarse en un mal casting, una presión de parte de los representantes, falta de conocimiento o alguna otra causa… Como puede ser que un tenor como Darío Schmunck, que ha cantado en la mayoría de los grandes teatros del mundo junto a artistas como Anna Netrebko, Elina Garanca, etc. sea el segundo reparto de un intérprete con una magra trayectoria en teatros de provincia europeos? Además Scmunck, a quien he visto en Tamino, hace realmente una más que interesante creación del papel. Patrick Henckens posee una voz de timbre poco agradable, poca conciencia de canto mozartiano, problemas notorios de afinación y emite los agudos con gran dificultad. Siendo además nulo como actor. La Pamina de Lyuba Petrova es otro caso para tener en cuenta. Hasta hace muy poco tiempo cantaba roles de soprano ligera – algunos todavía los canta. Posee una voz de bello timbre, buen volumen y tiene un canto afinado. Pero su voz sigue sonando algo leve para el rol y sus conocimientos de cómo cantar Mozart parecen no ser su fuerte, como quedó demostrado en su aria. Markus Werba brindó un Papageno desenvuelto, vivaz y con notables condiciones de actor. Su voz no posee un timbre particularmente bello y cuesta imaginárselo en otro rol, pero posee suficiente volumen para un teatro de las dimensiones del Colón.
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