Joel Poblete
Como ocurre en todos los coliseos líricos del mundo, en el Teatro Municipal de Santiago la Tosca de Puccini siempre ha sido uno de los títulos más representados y queridos del repertorio. Desde su estreno en 1901, poco más de un año después de su premier mundial en Roma, se ha ofrecido en este escenario en más de 50 temporadas, con intérpretes muy destacados que incluyen a la protagonista original, Hariclea Darclée, Gilda Dalla Rizza, Giuseppina Cobelli, Maria Caniglia, Gilda Cruz-Romo y Sylvia Sass, entre las sopranos; los tenores Miguel Fleta, Giacomo Lauri-Volpi, Beniamino Gigli y Ferruccio Tagliavini, por mencionar algunos; y los barítonos Riccardo Stracciari, Giuseppe De Luca, Eugenio Giraldoni (el Scarpia del debut mundial), Carlo Galeffi, Titta Ruffo, Giangiacomo Guelfi y Matteo Manuguerra, entre otros.
Con tan ilustres predecesores y considerando la popularidad del título, siempre existe el riesgo de que el público salga decepcionado porque lo que ve y escucha en escena no cumple con sus expectativas, pero afortunadamente este no fue el caso en las funciones de Tosca que a fines de mayo abrieron la temporada lírica 2011 del Municipal de Santiago. Muy bien recibidas por los críticos y los espectadores, las representaciones contaron con el atractivo marco visual que ofrece la bella escenografía y el estupendo vestuario de uno de los diseñadores más talentosos de la escena chilena, Pablo Núñez, cuyo trabajo ya había podido ser apreciado en las dos últimas veces que la obra fue programada en este escenario, en 1998 y 2004 (protagonizada por Sylvie Valayre y Leo Nucci, e Inés Salazar y Franz Grundheber, respectivamente); la labor de Núñez volvió a contar con la efectiva iluminación de Ricardo Castro y en esta ocasión fue reforzada gracias a la labor del italiano Pier Francesco Maestrini en la régie, llena de acertados detalles escénicos y siempre fiel al texto original, sabiendo resaltar la pasión, pero también la violencia. ¡Qué grato es siempre cuando a pesar de ser tan conocida, una obra logra mantener su fuerza, frescura y hechizo!
Y si lo teatral estuvo muy cuidado, tampoco defraudaron los aspectos musicales. Bajo la batuta de su director residente, el chileno José Luis Domínguez, la Orquesta Filarmónica de Santiago sonó muy bien, así como el coro que dirige Jorge Klastornik pudo lucirse en el “Te Deum”; la lectura de Domínguez fue dinámica, aunque algo superficial y con el lirismo más contenido que de costumbre. En su primera actuación en Chile, la protagonista fue la cada vez más solicitada soprano portuguesa Elisabete Matos, quien en los últimos meses ha continuado abordando un exigente repertorio (debutó en el MET de Nueva York con La fanciulla del West, cantó su primera Isolda y en el próximo Festival de Salzburgo será la Abigaille de Nabucco dirigida por Muti); por volumen y color de voz e intensidad interpretativa, fue una Tosca en la que resaltaron más los aspectos dramáticos y veristas, destacando los agudos y las notas más graves, así como una convincente teatralidad.
Cuando se anunció la temporada 2011 del teatro santiaguino, el Scarpia programado para estas funciones era Claudio Sgura, pero en los últimos meses se había confirmado que definitivamente sería el conocido barítono ruso Sergei Leiferkus, lo que había entusiasmado a algunos operáticos chilenos, considerando la exitosa trayectoria que ha desarrollado este intérprete en los mejores teatros de todo el mundo, preservada gracias a varias excelentes grabaciones, en especial desde los años 90 y junto a las fuerzas del Kirov dirigidas por Gergiev. Leiferkus nunca ha destacado precisamente por su voz, que no es bella y habitualmente se siente demasiado clara y atenorada, por lo que ha brillado mucho más en los roles rusos de carácter que en los italianos que exigen un material más tradicionalmente atractivo; sin embargo, es un actor notable e inteligente, y sabe decir muy bien sus frases con el acento dramático que exige cada situación, por lo que si bien su voz evidenció el paso del tiempo, en su tardío debut local a los 65 años, fue un logrado Scarpia, elegante pero a la vez atemorizador y siniestro, especialmente inspirado, como era de suponer, en el segundo acto y su enfrentamiento con Tosca. El cantante más aplaudido de estas Toscas santiaguinas fue el tenor coreano Alfred Kim, quien en sus dos anteriores incursiones en las temporadas del Municipal -en El trovador y Cavalleria rusticana, en 2006 y 2010, respectivamente- había exhibido una voz contundente y de generosos agudos, pero a la vez un canto externo y de escasa emoción; es por eso que en esta ocasión su Cavaradossi fue una grata sorpresa, ya que junto con reiterar sus atributos vocales (en especial en las sonoras notas altas), se lo sintió más cálido y conmovedor, particularmente en el tercer acto y su “E lucevan le stelle”. El segundo reparto, en el llamado Elenco Estelar, también ofreció muy buenos resultados, sobre todo gracias al canto del tenor peruano Andrés Veramendi, cuya hermosa voz ha tenido notorios progresos desde el irregular Alfredo en La traviata que cantó en este mismo escenario en 2009, aunque aún debe insistir en consolidar su entrega escénica. A su lado, la soprano chilena Marcela de Loa-Holzapfel repitió la refinada y efectiva Tosca que ya ha cantado en otras ocasiones en el país, y el bajo barítono cubano-chileno Homero Pérez-Miranda fue un creíble y estentóreo Scarpia. Muy bien en general los roles secundarios, destacando en particular el barítono Ricardo Seguel, quien cantó en ambos elencos un simpático, juvenil y divertido Sacristán. En definitiva, una buena Tosca para comenzar una prometedora temporada en el principal escenario lírico chileno.
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