Foto: Brescia&Amisano
Massimo Viazzo
En este último título
antes de la pausa de verano, el Teatro alla Scala recuperó el Rapto en el Serrallo de Mozart con la
famosa producción firmada por Giorgio
Strehler, que se vio por primera ocasión en el teatro milanés hace 45 años,
después de su estreno en Salzburgo. Este
año se cumplen veinte años de la muerte de Strehler como también diez de la de Luca Damiani, encargado de la escena y
los vestuarios. Así ha hecho la Scala para conmemorar a estos dos grandes
artistas que tanto han dado al teatro de ópera, siempre interesándose en la
búsqueda de una verdad escénica con elegancia y fineza, y sobre todo sin nunca
haber tenido un desencuentro con el dictado musical. Señalo esto porque hoy el
respeto por música de parte de los que montan operas liricas no se da por
descontado. Este Rapto, tan esencial en sus líneas, y tan iluminado diría yo,
de pocos elementos visibles en escena, como un par de escenarios pintados, y un
hermoso cielo como fondo, agradó bastante al público. El uso absolutamente
virtuoso de la luz ha inmerso a esta obra de arte mozartiana en un clima de
fábula, aunque no infantil. Como subrayaba el propio Strehler “cuando los personajes recitan la comedia se
encuentran bajo una luz deslumbrante, mientras que cuando cantan las arias y
los duetos, predomina el elemento musical, avanzando hacia el proscenio donde
se convierten en siluetas a contraluz” Este juego de luces y sombras dio
espesor al espectáculo narrado en este Singspiel, género que fue elevado a
alturas inusitadas por Mozart. La dirección orquestal encomendada a Zubin Mehta, grande estimador y
conocedor de este título mozartiano, gustó mucho sobre todo por la nitidez de
su concertación, por el equilibrio entre el escenario y el foso, y por la
corrección de las elecciones agógicas, aunque quizás pecó un poco de falta de
teatralidad. El elenco fue dominado por las cantantes femeninas. Lenneke Ruiten encarnó una Konstanze
triste pero combativa, cantando con grandísima seguridad aun en los pasajes más
intransitables, pero sin perder nunca la preciosidad en el timbre y el calor. Así
también, Sabine Devieilhe que
personificó una Blonchen despreocupada y picante con un canto prácticamente
perfecta en cuanto a emisión y entonación, como también en los
sobreagudos. En un grado inferior, pero
siempre confiable estuvo el resto de la compañía de canto. Los dos tenores Mauro Peter, como Belmonte y Maximilian
Schmitt como Pedrillo, cantaron mostrando un adecuado cuerpo tímbrico y una
línea vocal siempre musical y cuidada. Tobias
Kehrer, nos dio un Osmin simpático y no caricaturesco, bien timbrado en el
registro medio grave, aunque no siempre estuvo a punto en el agudo. El papel de Selim, solo recitado, le fue
encomendado a Cornelius Obonya que
pareció por su parte no estar resuelto siempre en la búsqueda y la profundidad. Optimo como siempre, se presentó el coro
scaligero dirigido por Bruno Casoni. Al
final muchos aplausos para todos.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.