Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
Como segundo
título de su temporada lírica, el Municipal de Santiago ofreció a mediados de
junio el regreso a su escenario, tras nueve años de ausencia, de una de las
obras maestras de Mozart: la ópera Las bodas de Fígaro. Para esta ocasión se
contó con el debut local del director teatral Pierre Constant, quien adaptó
para el Municipal su producción originalmente realizada en el Atelier Lyrique
de Tourcoing, que conserva la ambientación en la Sevilla de fines del siglo
XVIII. Aunque no profundizó demasiado ni fue más allá de la superficie y la
farsa, fue un montaje efectivo y que consiguió reflejar con fluidez la
vertiginosa sucesión de confusiones y enredos que caracterizan esta "loca
jornada", alcanzando estupendos momentos cómicos en escenas de conjunto como
el dinámico y genial final del primer acto, el divertido sexteto de
reconocimiento en el tercero y el final de ese mismo acto. Pero la manera en
que terminó la obra, con los patrones amenazados por los criados en evidente
referencia a los cambios sociales que estaban a la vuelta de la esquina en esa
época, fue demasiado obvia y brusca y no muy adecuada a lo que la partitura
expresa en esos momentos.
En cuanto a la
ambientación propiamente tal, habiendo visto en el pasado dos de las tres
producciones que se han ofrecido previamente en el Municipal en las últimas
tres décadas -las de 1998 y 2008-, puedo afirmar sin dudarlo que esta nueva ha
sido la más decepcionante y menos atractiva. En ocasiones la austeridad
funciona muy bien en determinados montajes, pero en este caso nada parece
justificar que la escenografía de Roberto Platé, por muy funcional que fuera,
tuviera tan poco vuelo, escasez de mobiliario y casi nula elegancia,
considerando el ambiente de nobleza que debe reflejar. A esto hay que agregar que
el marco escénico, salvo algunos detalles, se mantiene casi inalterable durante
los cuatro actos en que transcurre la obra, y en ese sentido, tampoco ayudó
demasiado la plana iluminación a cargo de Christophe Naillet, según el diseño
original de Jacques Rouveyrollis. Al menos mucho más adecuados fueron el bonito
vestuario de Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi y los movimientos coreográficos
de Béatrice Massin -en particular en el baile de los criados en el acto
tercero-, lo que acentuó aún más la modestia escenográfica.
En el aspecto
musical, las cosas funcionaron mucho mejor. El director italiano Attilio
Cremonesi demostró una excelente conexión con la Orquesta Filarmónica de
Santiago, como quedó claro con la energía y alegre entusiasmo que demostró desde
la mercurial obertura. También hay que reconocer que logró un buen balance
entre el foso y el escenario, lo que ayudó al despliegue teatral; sin embargo,
aunque fue muy aplaudido al término de la función, no convenció por completo su
decisión de dirigir mucho más rápido de lo habitual algunos de los momentos más
bellos y célebres de la partitura, como el aria de la Condesa "Dove sono i
bei momenti", y en especial el dúo entre ésta y Susanna, "Canzonetta
sull'aria".
En el amplio
elenco internacional, partiendo por los protagonistas, quienes más destacaron
fueron las voces femeninas. La soprano estadounidense Angela Vallone fue una
Susanna tan encantadora, vivaz y simpática como exige el rol, y lució una
hermosa voz al servicio de un canto lírico y expresivo. Y en una nueva
actuación en el Municipal luego del buen recuerdo que dejara con sus anteriores
incursiones en títulos como El barbero de Sevilla en 2008, Alcina en 2010 y
Carmen en 2012, la mezzosoprano española Maite Beaumont fue un carismático y divertido
Cherubino, muy bien actuado y cantado, como pudo demostrar en sus dos arias.
Por su parte, la soprano bielorrusa Nadine Koutcher confirmó una vez más su
talento y calidad vocal, que ya desplegó en ese escenario en 2014 con Los
puritanos y el año pasado por partida doble con Tancredi y La traviata; no deja
de ser digno de elogio cómo ha conseguido brillar tanto en Bellini y Rossini
como en Verdi y ahora Mozart, sacando el mejor partido a su atractivo timbre y
línea de canto. Quizás como le ocurrió el año pasado al protagonizar Traviata,
al abordar ahora a la Condesa aún debe profundizar el rol en lo escénico, pero
de todos modos fue muy convincente, y en lo vocal aunque también debe ahondar y
trabajar más las sutilezas del estilo mozartiano (como en sus dos arias),
volvió a encantar a la audiencia.
El juvenil
Figaro del barítono ucraniano Igor Onishchenko, quien debutaba en Chile, fue
tan jovial y dinámico en escena como uno espera del personaje, aunque en lo
vocal se mostró insuficiente: tiene una bonita voz y un canto seguro, pero su
poco volumen hizo que en momentos importantes no se lo escuchara bien, y las
notas graves deben ser aún más trabajadas, sobre todo considerando que este rol
suele funcionar mejor cuando es cantado por bajo-barítonos o incluso bajos. El
también barítono ZhengZhong Zhou regresó al Municipal tras Los puritanos en
2014 y El turco en Italia en 2015, y ahora interpretando al Conde, en lo vocal
y escénico ofreció la mejor de las tres presentaciones que ha ofrecido ahí,
incluyendo una buena versión de su exigente aria "Vedrò mentr'io
sospiro".
Los diversos
roles secundarios del elenco internacional fueron muy bien interpretados por un
afiatado reparto de cantantes chilenos. En los últimos años el barítono Sergio
Gallardo se ha ido especializando en los personajes cómicos, cantando en óperas
de Rossini en importantes escenarios europeos, y ahora incursionando en Mozart
fue un simpático Don Bartolo, bien cantado y actuado, conformando una sólida
dupla cómica con la soprano Paola Rodríguez, como una muy divertida Marcellina.
Y el tenor Gonzalo Araya, quien en 2008 fue un excelente Don Basilio, volvió a
encarnar muy eficazmente al intrigante personaje. También destacaron el bajo
Jaime Mondaca como el jardinero Antonio, el tenor Víctor Escudero como Don
Curzio y la soprano Regina Sandoval como Barbarina, y aunque el programa de
sala no las mencionara, también estuvieron bien en su fugaz intervención como
dos jóvenes en en el acto tercero las sopranos Madelene Vásquez y Jennifer
Ramírez, ambas miembros del Coro del Municipal que dirige Jorge Klastornik,
agrupación que se mostró tan eficaz como es habitual en las breves apariciones
que les permite esta obra.
En cuanto al
segundo reparto, el llamado "elenco estelar", se ha convertido casi en
un lugar común, pero no por eso menos cierto. que desde hace ya mucho tiempo
éste presenta a menudo un nivel tan alto y logrado que en más de una ocasión
está al nivel de sus colegas internacionales, e incluso los supera. Y cuando
por las características de la obra interpretada se da la posibilidad de que
todos los solistas sean cantantes chilenos -y que no requieran refuerzos
extranjeros como es habitual que ocurra por las exigencias de algunas
partituras que así lo requieren-, el mérito es aún mayor. Este positivo
resultado se dio una vez más con estas Bodas de Fígaro: también dirigido por
Cremonesi, en su conjunto este segundo elenco pareció más parejo y desenvuelto,
incluso más cómodo y afiatado, predominando una importante cuota de picardía y
comicidad que podría considerarse más latina, muy adecuada para la obra. Y
considerando que los momentos más logrados en el montaje de Constant fueron las
escenas cómicas de conjunto, no es de extrañar que tomando en cuenta la buena
química y talento actoral de este reparto, el balance general fuera más
divertido, dinámico y efectivo.
Luego de sólidos
cometidos en roles secundarios durante las últimas temporadas del Municipal, el
barítono Javier Weibel asumió su primer papel protagónico en ese escenario, y
su vivaz y simpático Fígaro no sólo se escuchó mucho más que el de su colega en
el elenco internacional, sino además estuvo cantado con firmeza y seguridad. A
su lado, se podría decir que la voz y timbre de la experimentada soprano
Patricia Cifuentes no son totalmente idóneos para interpretar a Susanna en esta
etapa de su carrera, pero su canto fluyó con naturalidad y en lo actoral su
pizpireta encarnación de la criada fue muy lograda, conformando una efectiva
dupla con su patrona, la Condesa a quien dio vida la soprano Paulina González
con calidez y sensibilidad interpretativa en lo vocal y teatral. Por su parte,
el barítono Patricio Sabaté, a quien en años anteriores se había visto en el
Municipal protagonizando Don Giovanni y encarnando a Guglielmo en Così fan
tutte, al fin cantó en ese teatro estas Bodas de Fígaro que junto a aquellas
conforma la célebre trilogía de Mozart-Da Ponte, en esta ocasión administrando
con habilidad su atractiva voz y ya reconocido manejo del estilo y talento
actoral para desarrollar un excelente y convincente Conde, que supo destacar
superando las exigencias del aria "Vedrò mentr'io sospiro".
Y la notable
soprano Marcela González continúa cautivando a nuevos admiradores con su bella
voz y desenvoltura actoral, ahora como un divertido y ágil Cherubino. En los
roles secundarios estuvieron el bajo-barítono Rodrigo Navarrete (eficaz Don
Bartolo, aunque no sacó total partido a su aria "La vendetta"), la
soprano Andrea Aguilar como una chispeante Marcellina y el tenor Francisco
Huerta como un cómico Don Basilio de ademanes algo exagerados pero muy bien
cantado, con una voz de grato timbre y amplio volumen. También estuvieron muy
divertidos el tenor Exequiel Sánchez como Don Curzio, el bajo-barítono Matías
Moncada como Antonio y la soprano Annya Pinto como Barbarina.
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