Fotos: Patricio Melo
Joel Poblete
En el marco del
importante auge internacional que durante el último medio siglo ha
experimentado el repertorio operístico de Leoš Janáček, su emblemática Jenufa
recién debutó en Chile en mayo de 1998, inaugurando la temporada lírica de ese
año en el Teatro Municipal de Santiago, y convirtiéndose de paso en la primera
ópera checa que se interpretaba en ese escenario. Casi dos décadas después,
nuevamente inaugurando la temporada de ópera en mayo, pero en una nueva puesta
en escena, co-producida con el Teatro Colón de Buenos Aires, la obra está de
regreso en el Municipal. Y ahora el público puede apreciarla con un poco más de
conocimiento directo en el repertorio checo, pues en el último tiempo han
debutado ahí a nivel local otros dos títulos indispensables surgidos de esas
latitudes: Katia Kabanova, también de Janáček, y Rusalka, de Dvořák, que
tuvieron la misión de inaugurar las temporadas líricas de 2014 y 2015,
respectivamente. Sensible y humano, capaz de remecer y emocionar a los
espectadores, el argumento cuenta con una maravillosa partitura, llena de
matices, detalles y contrastes sonoros, desplegando una gran efectividad
teatral, desde el nervioso inicio hasta el catártico final. Sin duda, un gran desafío para un director de
escena, y en esta ocasión el Municipal convocó a una verdadera eminencia: el
régisseur argentino Jorge Lavelli,
radicado desde hace más de 50 años en Francia y nombre de referencia en el
ámbito teatral y operístico europeo durante varias décadas. A sus 85 años,
Lavelli debutó al fin con la primera Jenufa de su ilustre carrera (esta es sólo
la segunda vez que aborda en escena a Janáček: la primera fue en 1986, con El
caso Makropulos, en el Colón de Buenos Aires).
A pesar de su indudable prestigio internacional y si bien la crítica
especializada local le brindó muchos elogios, en lo personal Lavelli no me
entusiasmó por completo con su puesta en escena, aunque se puede decir que fue
de menos a más: el primer acto fue el menos logrado, porque la tensión no fue
suficientemente acentuada en los movimientos y actitudes de los protagonistas y
faltó más fluidez en los momentos de conjunto; y si bien en el segundo acto aún
se notó que faltaba mayor definición y un uso más concreto del espacio
escénico, de todos modos logró hacerse presente la tragedia, culminando todo en
un muy acertado e intenso acto tercero, que con su buen ritmo y los
convincentes desplazamientos de los personajes y el coro, en buena medida
terminó por justificar los entusiastas aplausos del público al final del espectáculo.
Acentuada por la iluminación que él mismo diseñó junto a Roberto Traferri, Lavelli concibió una producción minimalista, como
se hizo notorio en la austera escenografía de Jean Haas, que recurrió a escasos
elementos, aunque el muy atractivo y logrado vestuario de Graciela Galán ayudó
a configurar un referente estético más definido. Si a pesar de sus limitaciones dramáticas y
una entusiasta, pero irregular dirección orquestal del titular de la
Filarmónica de Santiago, el ruso Konstantin
Chudovsky (que no siempre equilibró bien las voces de los solistas con el
volumen sonoro de la agrupación, y no aprovechó por igual todo el inmenso
potencial de tan rica partitura), la producción terminó con un saldo positivo,
fue gracias a la buena labor musical y teatral de su elenco de cantantes.
Partiendo por quien merecidamente fue la intérprete más aplaudida, en su debut
en Chile: la excelente mezzosoprano alemana Tanja Ariane Baumgartner, quien encarnando a Kostelnicka, la
"Sacristana", asumió con contundentes medios un rol que además de su
gran exigencia vocal (suele ser cantado por sopranos dramáticas) es un desafío
en lo actoral, que ella abordó con una gran entrega dramática, pero sin caer en
los desbordes o la caricatura. Como era de esperar, aprovechó muy bien su clímax
dramático en el segundo acto, estremeciendo con su monólogo, pero también
convenciendo en las bellas líneas vocales de su conversación con Steva. Una
cantante de ascendente carrera, que ha actuado en escenarios como el Covent
Garden de Londres y el Festival de Salzburgo, y este año debutará en el
Festival de Bayreuth, como Fricka en La valquiria. Por su parte, luego de Katia
Kabanova y Rusalka, la soprano rusa-estadounidense Dina Kuznetsova volvió a inaugurar la temporada lírica del
Municipal en el rol titular de una ópera checa. Por tercera vez la volvimos a
ver sufrida y melancólica, demostrando de nuevo que es una actriz convincente,
pero también una cantante de atractivo color vocal. Junto a ella regresó quien
en 2015 la acompañara en Rusalka, el tenor eslovaco Peter Berger; en esa ocasión encarnó al Príncipe, pero en esta
nueva actuación en Chile, el papel de Laca, mucho más interesante y complejo en
lo psicológico, le permitió dejar además una mejor impresión como cantante,
abordando muy bien las exigencias de registro del personaje. Y debutando en el
Municipal, su compatriota, el también tenor Tomáš Juhás, fue un eficaz Steva, algo exagerado en sus movimientos
en el acto primero, pero mucho mejor en los dos siguientes. Además de los
intérpretes internacionales, hay que resaltar la excelente labor de los
cantantes chilenos, tanto en el caso del Coro del teatro que dirige Jorge
Klastornik, como en los solistas que encarnaron los otros nueve roles de la
ópera, comenzando por la única intérprete que cantó también en el estreno en
Chile de Jenufa: la mezzosoprano Lina
Escobedo, quien en 1998 fue la tía de la protagonista, y ahora encarnó con
calidez a la entrañable y muy presente abuela Buryjovka. Siempre son ingratas las comparaciones, pero
a título personal no puedo dejar de apuntar que en su regreso, esta nueva
versión de Jenufa no logró superar a la inolvidable producción de 1998, que
gracias a una eficaz puesta en escena de Roberto Oswald, una electrizante
dirección musical de Jan Latham-Koenig, y un sólido y notable elenco, quedó por
siempre entre mis mejores recuerdos operísticos del Municipal.
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