Fotos de escena de Bruce Zinger
Giuliana Dal Piaz
Opera
Atelier, fundada en 1985 por Marshall Pynkoski y Jeannette Lajeunesse Zingg, es
una pequeña compañía de ópera y academia tanto de ballet como de canto, que se
dedica a la música de época barroca poniendo en escena – con comprensible
dificultad económica – cuatro óperas barrocas al año, con la colaboración de la
prestigiada orquesta Tafelmusik Baroque Orchestra dirigida por David Fallis (al
cual se añade en esta ocasión la nueva directora artística de Tafelmusik, KonzertMaster y violinista Elisa
Citterio) y del Coro de Cámara de la misma Tafelmusik. Con un público fiel de
aficionados y una óptima reputación, Opera Atelier es muy importante para la
vida cultural de Toronto y en los últimos dos años ha capturado la atención
internacional, siendo invitada a llevar sus producciones al Palais Royal de
Versailles (Armida de Lully, Lucio Silla de Mozart – presentado
también a La Scala de Milán – y ahora Medea
de Charpentier). Se está además esforzando de atraer un público joven con
facilidades especiales para los menores de 30 años. Sólo admiración puede por
lo tanto despertar el enorme trabajo de sus fundadores y de todos sus asociados
para llevar adelante una labor que la tecnológica sociedad de hoy hace bastante
más difícil. Puede ser, sin embargo, que haya llegado el momento de actualizar
ciertos aspectos de sus producciones: renunciar por ejemplo a ciertos “lujos”
de vestuario y puesta en escena, renunciar a cantantes importados de los
Estados Unidos cuando puede disponer aquí de óptimos cantantes canadienses
(algunos de ellos lamentablemente limitados en esta producción a roles de
comprimarios, como en el caso de Olivier Laquerre o de Kevin Skelton), pero
sobre todo abandonar la idea de que una puesta en escena “filológica” necesite
el contínuo movimiento de los personajes que corren de un lado a otro del
escenario para comunicar la tensión dramática del momento, sino más bien
insistir en la adecuada y moderna preparación teatral de los intérpretes. El público
al cual Opera Atelier se dirige no es especialmente exigente porque se le
acostumbró a voces de nivel promedio. Le fascinan las puestas en escena de
gusto tradicional, columnas, sedas y terciopelos, que le recuerdan las mejores
épocas del teatro lírico y le permiten sentirse cómodo con lo que ve en el escenario.
No tengo la menor intención de ensalzar la innovación en campo operístico: al
contrario, amo las ópera cuyos directores respeten la época histórica de la acción
y lo que puede definirse “el intento del autor”, sin lanzarse en extravagancias
y modernizaciones a toda costa. Sin embargo, ni tanto que queme al santo ni
tanto que no lo alumbre. Por una parte me parece forzado que, en las Notas del
Director, Pynkoski declare “moderna” la historia de Medea en un mundo atribulado
por las migraciones: como en la homónima tragedia de Eurípides, la obra se
desarrolla en Corinto, donde se han refugiado la maga Medea y el héroe Jasón,
conquistador del mítico Vellocino de Oro, ambos obligados a dejar sus respectivos
países, Cólquida para Medea y Tesalia para Jasón (y Medea es ahora rechazada
como huésped indeseada). Por la otra, noto que la “modernidad” atisba sólo en
la condición de refugiada/rechazada de Medea (en el mito griego, ambos
protagonistas eran autores de una serie de traiciones y delitos) pero no
renuncia al costoso vestuario acostumbrado – las grandes faldas y los enormes escotes
femeninos que descubren la mitad del busto son una auténtica “firma” del vestuarista
Michael Legouffe – ni a las
constantes carreritas que los personajes se echan de un lado al otro del escenario.
Mas lo “moderno” asoma de repente, y fuera de sazón, en toques de inesperado humorismo
durante la escena en que Oronte cortea, con la aparente aprobación de su padre
Creón, a la princesa Creusa: no creo que Charpentier quisiera representar al
infortunado Oronte como un personaje torpe y hasta ridículo... En su Médée, Charpentier enfrenta con gran éxito la
ópera profana y se mide con el fantasma de Jean-Baptiste Lully, compositor
favorito de la Corte francesa, que había muerto hace poco. Charpentier decide hacer
a un lado el belcanto, el estilo vocal italiano, dando espacio a un estilo más
elegante en el cual cobra gran importancia el coro, y creando brillantes ouvertures
orquestadas, danzas incluídas en el espectáculo propiamente dicho, ya no como
intermedios sino como parte de la acción, retornelos y sinfonías descriptivas. Decide
también una mayor variedad en el rango de las voces: ya no sólo voces femeninas
o contratenores, sino tenores, barítonos, incluso el que debería ser el bajo
profundo de Creón. Por lo general el rol de Medea lo sostiene una soprano: cuando
no se trate de una soprano de amplio rango vocal, consideraría mejor una mezzo-soprano
capaz de alcanzar notas más bajas y oscuras. Peggy Kriha Dye tiene buena voz pero escasa fuerza dramática; su
actuación es totalmente gestual con un gran ponerse las manos en los cabellos,
pero ni su voz ni sus ademanes dejan siquiera entrever la compleja, tremenda
oscuridad del personaje Medea. Colin
Ainsworth es un Jasón teatralmente adecuado – a pesar de sus carreritas por
el escenario – con una voz de buena fuerza y tesitura. Deluden, en cambio, tanto
Oronte (el barítono estadounidense Jesse
Blumberg) como Creón (el bajo-barítono Stephen
Hegedus), cuyas voces son demasiado débiles para la pésima acústica del
Elgin Theatre resultando por lo tanto anónimas. Creusa (la soprano canado-estadounidense
Mireille Asselin) tiene muy buena
voz y una prometedora carrera por delante, pero una lagunosa capacidad teatral
(como demuestra su postura indiferente y abstraída en la escena de la llegada a
Corte de Oronte). Muy digna la prestación de Nerina (la soprano Meghan Lindsay), ya conocida por el público
de Opera Atelier. Desde
el punto de vista instrumental, la patitura de Medea está esencialmente basada en
las cuerdas – cinco violines, cinco violas, una viola da gamba, tres chelos, un
violón, mas no un contrabajo – a las que se añaden por momentos los alientos:
flautas dulces y transversas, oboes, fagots, incluso una trompeta natural; y
percusiones que sugieren la tormenta y el abrirse de la boca del Infierno cuando
Medea evoca a los demonios. La orquesta, con varios elementos más respecto a la
original Tafelmusik Baroque Orchestra, incluye también dos clavecines, dos laúdes
barrocos y dos tiorbas. El imprescindible bajo contínuo acompaña casi sin interrupción
los monólogos y diálogos de los personajes. A este tipo de partitura compleja,
variada y muy detallada (en esto también Charpentier representa una novedad respecto
al más sintético Lully), la Tafelmusik
Baroque Orchestra, dirigida por David
Fallis y por la KonzertMaster y violinista Elisa Citterio, proporciona como de costumbre una ejecución de gran
nivel, dosando incluso magistralmente su propio volúmen para acompañar a las
voces sin cubrirlas. Los óptimos integrantes del Coro de Cámara de Tafelmusik cantan desde los dos balcones más cercanos
al escenario, mientras que los demonios evocados por Medea, los Celos, la Venganza,
Cupido, y unos comprimarios cantan en escena, interpretados por una soprano, dos
tenores y dos bajos-barítonos, todos vocalmente válidos. El Cuerpo
de danza de Opera Atelier aparece más que adecuado, sobre todo en las escenas
de esgrima; ha sido muy apreciado en esta ocasión el empeño de Jeannette Lajeneusse Zingg que – muy
buena docente y coreógrafa – se presta generosamente a participar personalmente
en el espectáculo cuando se requiere una bailarina más. Sugestivas y matizadas
las escenas de Gerard Gauci, quien
ha seguramente dibujado también el telón, con el colgante del Vellocino de Oro.
Hermoso y eficaz el juego de luces y colores diseñado por Michelle Ramsay.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.