Foto: TRM
Joel Poblete
¡Qué gusto da comprobar en vivo y en directo cómo la
ópera se sigue abriendo camino a lo largo de Chile. Aunque tradicionalmente la
actividad lírica se ha centrado en el Teatro Municipal de Santiago, en los
últimos años ya se ha ido convirtiendo en tradición que distintas ciudades y
regiones se atrevan con el género, ampliando los públicos y demostrando que
también es posible apostar por este tipo de espectáculos fuera de la capital
del país. ¡Y mayor mérito considerando cuando se cuenta en gran medida con talentos
nacionales! En los últimos años ciudades como Rancagua, Concepción y Temuco han
dado importantes pasos, y particularmente en Talca, tres horas al sur de
Santiago, el Teatro Regional del Maule (TRM) es uno de los escenarios que más
permanentes esfuerzos ha estado realizando en este ámbito. Luego de los elogios
de la crítica local en los dos últimos años con La traviata y Otello,
a fines de noviembre nuevamente ofrecieron, en sólo dos funciones, un título de
Giuseppe Verdi. El turno fue ahora de la popular El trovador, que
tuvo su estreno la noche del jueves 30, con un elenco casi completamente
chileno.
En esta ocasión, una vez más la dirección musical, al
frente de la juvenil y muy competente Orquesta Clásica del Maule, estuvo en
manos de su director titular Francisco Rettig, el maestro chileno que ha
destacado a nivel latinoamericano y quien pocas semanas antes había dirigido en
el Municipal de Santiago otro título verdiano: Aida. Su lectura fue
vigorosa y aunque en algunos momentos no siempre apoyó por completo a los
solistas vocales (lo que incidió en ocasionales desajustes), tuvo instantes muy
lucidos y supo transmitir lo teatral y comunicar tanto el dramatismo como el
lirismo de algunos pasajes.
Cantando por primera vez en su carrera el rol titular
de esta ópera, el trovador Manrico, luego de su aplaudido debut local
protagonizando Otello el año pasado, regresó el tenor chileno
radicado en Europa Giancarlo Monsalve, quien a lo largo de una década de
actuaciones internacionales ha logrado actuar en escenarios como la Arena de
Verona, el Covent Garden de Londres y las Óperas de Zurich y Baviera, entre
otros, pero hasta estas funciones en Talca nunca había interpretado una ópera
en su país de origen. Con un físico adecuado al perfil romántico del personaje
que encarna, Monsalve tiene una voz de spinto de innegables cualidades, aunque
su registro, la proyección y la emisión de las notas es muy variable a lo largo
de la función; su canto arrojado y no demasiado sutil, así como el particular
fraseo, parecen más adecuados al estilo verista que a Verdi, pero si bien no se
lució tanto como cabía esperar en su gran escena -el aria "Ah si, ben
mio" y la siempre temida "Di quella pira"-, estuvo mucho mejor
en el último cuadro de la obra y considerando las demandas del papel, cumplió
de manera eficaz y logró entusiasmar a la audiencia.
Uno de los aspectos que más expectativas generaba
entre los operáticos locales era el debut de dos de las cantantes chilenas más
destacadas de los últimos años, en roles considerados entre los más demandantes
de sus respectivas cuerdas: la soprano Paulina González como Leonora, y la
mezzosoprano Evelyn Ramírez como la gitana Azucena. La primera ofreció en lo
escénico una versión más decidida y aguerrida que lo habitual en el personaje,
mientras en lo vocal partió muy cauta, cuidando especialmente las notas agudas,
pero su cometido fue progresando a medida que avanzó la función, culminando en
una estupenda penúltima escena de la obra, donde supo asumir con inteligencia y
delicadeza una tras otra la tremendamente exigente y expuesta "D'amor
sull'ali rosee", seguida por el "Miserere", "Tu vedrai che
amore in terra" y el dúo con el barítono; por supuesto que podrá seguir
profundizando su Leonora con el paso del tiempo, pero para ser la primera vez,
fue un nuevo y meritorio logro de esta artista que sigue dando importantes
pasos en la ampliación de su repertorio, y continúa así con la senda verdiana
iniciada con su Violetta en La traviata y Desdémona en Otello.
Por su parte, Ramírez nos tiene acostumbrados no sólo a su enorme calidad como
intérprete, sino además al eclecticismo en las obras que aborda: tan cómoda en
el barroco, Mozart y Rossini como en Mahler o en obras de autores como
Stravinsky y Weill, o en la Carmen que volvió a cantar
recientemente en Rancagua, en un principio por temperamento y color vocal no
parecía muy idónea para Verdi y la vengativa gitana Azucena; y aunque en efecto
en el balance final no parece estar en su total elemento en este célebre
personaje, se desempeñó con su habitual profesionalismo y seguridad, con su ya
conocido desplante actoral unido a una excelente caracterización y maquillaje,
y supo adecuar su voz a lo que demanda la partitura, culminando en una muy
lograda y electrizante escena final.
Quien ofreció la labor más completa y satisfactoria de
entre los cantantes principales fue el más veterano, y a la vez el único
integrante internacional del elenco, el barítono argentino Omar Carrión, muy
conocido por el público chileno y quien siempre ha destacado por sus
interpretaciones verdianas: en el Municipal de Santiago ha cantado en La
traviata, Rigoletto, Simón Boccanegra, I
due Foscari y también en El trovador la última
vez que esta obra se ofreció en Chile, en 2013. En 2012 ya había cantado en el TRM,
como Fígaro en El barbero de Sevilla rossiniano, y ahora
regresó a ese escenario apenas un par de días antes del estreno, para
reemplazar al colega chileno originalmente considerado para el rol del Conde de
Luna. Carrión demuestra siempre un oficio a prueba de balas, supo manejar muy
bien su voz y su canto noble fue el más adecuado al estilo del compositor, lo
que el público supo apreciar, a juzgar por los sonoros aplausos recibidos al
término del estreno.
El bajo David Gaez ha demostrado en diversas ocasiones
en los principales escenarios del país su talento y calidad vocal, pero
interpretando a Ferrando -un rol menos relevante que los cuatro solistas
principales, pero que de todos modos presenta innegables exigencias- no estuvo
en una de sus mejores noches, al menos en el estreno; muy adecuado en la zona
media y grave, tuvo problemas en prácticamente todas las notas altas, aunque
fue correcto en lo escénico. En personajes secundarios, estuvieron bien la
soprano Camila Guggiana como Inés, el tenor Gonzalo Araya como Ruiz, y dos
integrantes del coro que tuvieron intervenciones solistas: el tenor Edman Leal
como mensajero y el barítono Gonzalo Orellana como un gitano. Por cierto, el
excelente coro, dirigido por Pablo Ortiz, fue uno de los elementos más sólidos
de la función.
Y otro de los aspectos que ayudaron a hacer más
valioso este título en el TRM fue definitivamente su propuesta visual. Cada vez
más fogueado como director escénico en teatros dentro y fuera de Chile -hace
pocas semanas estuvo a cargo de la Carmen en Rancagua-, el
cantante Rodrigo Navarrete fue el responsable de una puesta dinámica y viva,
preocupada de los detalles y alejada del estatismo en que a veces caen otros
montajes de este título, la que incluso contó en una escena con la
participación de soldados reales del Regimiento de Infantería de Talca.
Fundamental en su cometido fue la notable apuesta por una escenografía no
corpórea en el sentido tradicional del término, en base a pantallas LED
dispuestas como paneles movedizos donde se veían digitalmente los distintos ambientes
de cada escena, y que además de permitir un adecuado uso del espacio generaron
cuadros de gran belleza, contextualizando de manera notable la trama, con el
apoyo de la iluminación a cargo del experimentado Ramón López; el vestuario,
proveniente del Municipal de Santiago, no ofreció una unidad de estilo, aunque
de todos modos cumplió y fue funcional. Este concepto escénico, cada vez más
usado a nivel internacional pero prácticamente inédito en escenarios chilenos,
fue un auténtico acierto y estuvo a cargo de un equipo del TRM encabezado por
el diseñador Claudio Rojas y el audiovisualista Alvaro Lara. Una solución digna
de aplausos y que puede permitir la realización de más espectáculos de este
tipo a lo largo del país, y un nuevo paso adelante en la difusión del género
lírico en Chile.
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