Foto: Brescia&Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Fueron
dos los triunfadores de la función inaugural de la nueva temporada scaligera
con Andrea Chénier di Umberto
Giordano, una ópera que no se hacía en el teatro milanés desde hace treinta
años. Sobre todo es Ricardo Chailly quien amerita el aplauso general por el análisis
capilar de la partitura, por la profusa pasión en su concertación, por la
dedicación al cuidado del fraseo de la línea de canto y por la determinación de
proponer el repertorio verista italiano, cuya presencia no esta tan descartada
en los cartelones de los teatros liricos (otros títulos mas o menos conocidos
de este periodo serán representados en las próximas temporadas con el apoyo del
convencido superintendente Pereira).
Chailly supo imprimir a la partitura un paso teatral seguro y siempre
fluido. La idea de realizar la obra combinando los dos primeros actos sin
pausa, como también los últimos dos, resultó exitosa, como también la voluntad
de evitar las interrupciones internas en los actos mismos al termino de las arias, donde en efecto no había espacio
para el aplauso de tradición, si no que las mismas estaban incrustadas en el
tejido de la ópera sin solución de continuidad, y no como cuerpos extraños, en
un fondo que apuntaba directo a la continuidad narrativa y al sostén sinfónico
de la partitura. La orquesta del Teatro
alla Scala ha respondido magníficamente a los requerimientos del director de
orquesta milanés. Extraordinaria por
intensidad, belleza del timbre, opulencia vocal tout court fue la prueba de Anna
Netrebko, en su debut en el papel de Maddalena de Coigny. Netrebko emocionó
con su canto suave siempre en el fiato,
extraordinariamente homogéneo en el registro y de noble acento. Imposible
resistir a su interpretación tan intensa y conmovedora de La mamma morta.
El tenor azerbaiyano Yusif Eyvazov, marido en vida de Netrebko, era esperado por los
loggionisti en un papel que fue dominado en el pasado por dos monstruos
sagrados como Mario del Monaco y Franco Corelli. Eyvazov quedó mal parado desde el punto de
vista puramente vocal. Su fraseo no fue rígido,y s uso del legato, dicción
clara y variada dinámica caracterizaron una prueba en general convincente. Es verdad que su timbre no es seductor, y es
un artista un poco limitado, pero sus dotes canoros le permitieron dominar un
papel tan arduo, con cierta seguridad. Luca
Salsi, personificó al atormentado Carlo Gerard con dominio y precisión
vocal. Quizás hubiera agradado algún matiz más en su línea de canto, pero su
voluminosa voz pareció sana y bien timbrada.
Muy bien estuvieron todos los comprimarios, sobre todo con una nota de
reconocimiento para la atractiva Bersi de Annalisa
Stroppa, el melifluo Increíble de Carlo
Bosi, la conmovedora Madelon de Judit
Kutasi y el caluroso Roucher de Gabriele
Sagona. Como siempre, estuvo optimo el coro del Teatro alla Scala dirigido
por Bruno Casoni. La dirección
escénica del espectáculo le fue confiada a, una dirección escrupulosamente
respetuosa del libreto que no fue particularmente envolvente.
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