Alicia Perris
Después de más de un año de su estreno en otros países, una única sala en Madrid exhibe la última película de un director que ha hecho de la investigación sociológica en las instituciones, su razón creativa. Antes había sido la première en el Institut Français de Madrid. El Ballet de la Ópera de París aparece así retratado en gran parte de su vida cotidiana, aunque todo hay que decirlo, predomina una veladura de tristeza y desaliento detrás de la aparente actividad del Teatro Garnier y sus criaturas. Trabajando todos los días durante las largas sesiones de repeticiones y ensayos, Wiseman alcanza a grabar según dicen unas 130 horas, de las que la sala de montaje dejará intactas para su exhibición unas dos horas y media, que tampoco es poco. La información que se reparte en el cine que pasa la película reitera que el director “está interesado en el descubrimiento de cómo la gente se comporta y se comunica en el trabajo, pero en realidad se trata de un diálogo a menudo mediado por las jerarquías del profesor y el alumno/a que recibe instrucciones sobre cómo trabajar su cuerpo, la expresividad de un pasaje o incluso los sentimientos que debe manejar para expresar sus emociones bailando. Frederick Wiseman ha dirigido cine y teatro, 36 documentales y dos largometrajes de ficción. Entre los documentales más famosos, Titicut Follies, High School, Law and Order Hospital, que retratan la complicada vida de organizaciones sociales como hospitales, juzgados o colegios. La película recibió un Premio César 2010 y varias otros reconocimientos en los festivales de Venecia, Sydney, Nueva Zelanda o Londres. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Los tejados de París, enfocados reiteradamente por una cámara en apariencia neutra, alternan con los ensayos que dan prioridad casi absoluta a las exhibiciones de danza contemporánea, a pesar de que la Ópera de París es una institución famosa por su danza clásica y académica desde siempre. Suculentos platos de comida se muestran en un restaurante dentro de la Ópera, donde sin embargo no se ve cómo comen los bailarines ni otros participantes de la “maison parisiense”. Nada es lo que parece. Y la anorexia, tan contestada pero tan al uso en el territorio de la danza, aflora por aquí y por allá cuando la directora artística, que tiene un enorme papel en la cinta, le pregunta con inmenso placer a una de las bailarinas “si ha adelgazado”. Brigitte Lefèvre (París, 1944) parece el alma mater de esta película, desde donde filosofa sobre la edad de retiro de los bailarines (los 40 años), las circunstancias laborales y desde donde aprovecha para comentar, en passant, la ceremonia fúnebre dedicada a Maurice Béjart, mientras recuerda la necesidad de haberla abandonado con rapidez debido a una huelga en el teatro. Todo transcurre con una frialdad contenida. Todos parecen tristes. No existe o no se evidencia el disfrute del cuerpo expresándose, de la silueta humana en constante movimiento. La expresividad falla y resulta siempre algo impostado, salvo cuando el espectador, que organiza su creciente desasosiego como puede, es invadido por la locura ciega de una madre asesina de sus dos hijos, como en el ensayo de Medea. La Ópera Garnier que es uno de los edificios en su estilo más bellos del mundo, es enfocada en fragmentos, por partes, la sala, el techo con las pinturas de Chagall y vacíos., sin público Y los únicos personajes de la cinta de raza negra, no bailan, sino que se encargan de las tares de limpieza en la instalación. Una colmena con auténticas abejas tiene su nido en la terraza de la Ópera, como una metáfora clara de la organización del teatro, la abeja reina que dirige, ordena y manda, alrededor de la cual se afanan las abejas obreras. Se esperaba otra cosa de esta película que poco favor le hace al mundo de la danza. A la salida el espectador está hundido en la inquietud. No ha habido descubrimiento de arte o contagio de la sensación de crear por ninguna parte. El malestar y un cierto sentimiento fóbico se encaraman por la sensibilidad de quien durante tantos minutos, espera llegar a un clímax que no se deshaga una y otra vez en un anticlímax repetitivo y enfermizo de escaleras retorcidas, cloacas del edificio y una lejana y somera evocación de la leyenda del Fantasma de la Ópera, probablemente el más vital y radiante de los personajes que desfilan por la película.
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