Massimo Viazzo
Michele Campanella es el pianista italiano que más veces ha frecuentado el repertorio de Liszt en los últimos cuarenta años. Escuchándolo aquí en Roma en un recital monográfico con el que se iniciaron las celebraciones por el bicentenario del nacimiento del músico húngaro, se tuvo una ulterior confirmación del extraordinario valor de la obra de un compositor que frecuentemente ha sido etiquetado (y maltratado) como un vació y acrobático virtuoso. En su conspicuo catalogo ¡como hay sustancia con música de tan alto nivel! y depende naturalmente del interprete hacerla emerger de la mejor manera. Campanella ideó una primera parte del concierto marcada con obras compuestas principalmente en los últimos años de la vida de Franz Liszt, que son armónicamente modernísimas, casi aforísticas a nivel temático, y mas aun, que crean un puente hacia el siglo veinte. El pianista napolitano afrontó estas obras con elegancia de extrema y refinada dinámica y timbrica, proyectándolas casi fuera de su propio tiempo, en un logrado esfuerzo con el que evidenció las cualidades puramente musicales. No hubo tendencia a delinear o esbozar, tampoco después del intervalo, con un Deuxième Livre de los “Années de Pelerinage” concebido como un ciclo, y que fue interpretado sin soluciones de continuidad, a pesar de que el maléfico sonido de un celular interrumpió la concentración del pianista y lo puso un poco nervioso antes de su ejecución de la última pieza. La expresividad exhibida, siempre sobria y sentida, estuvo a la par de su rara capacidad para cincelar una frase y de saborear las notas de un arpegio, todo con una gestualidad más pronunciada como en la última pieza del compendio, que fue una Aprés une lecture de Dante tan furibunda e impetuosa. Una maratónica monstre estuvo prevista para el día siguiente con la ejecución integral de las Sinfonías de Beethoven en la trascendental transcripción pianística de Liszt (la Novena en la versión para dos pianos). Michele Campanella hizo los honores de casa contando anécdotas curiosas sobre episodios ligados a la estadía romana de Liszt, mientras que los valientes pianistas se alternaban en el teclado transformado para la ocasión en una verdadera y efectiva orquesta (pero la extraordinaria genialidad de Franz Liszt fue la de haber sabido transformar de manera camaleónica a la ¡orquesta en un piano!). Se puede mencionar el refinamiento de Monica Leone, la fuerza muscular de Massimiliano Damerini, la energía de Francesco Libetta (invitado de último momento por la incomprensible renuncia de un colega, criticada por el propio Campanella), la sensibilidad de Roberto Plano, como también la granítica y áspera Quinta de Massimo Giuseppe Bianchi, así como la terrena y gallarda Pastoral de Fedele Antonicelli. Pero el momento mas esperado fue indudablemente el final ligado a la ejecución de la Novena por parte del histórico dúo pianístico conformado por Bruno Canino y por Antonio Ballista, quienes evidentemente no desilusionaron las expectativas, aunque alguna prudencia (por ejemplo, el Scherzo tuvo un desarrollo moderadamente cómodo) y cierto rigor y equilibrio de impostación limitaron un poco la carga propulsiva. Sin embargo, los dos pianistas exhibieron una excelente y formal determinación y una apasionante capacidad dialógica.
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