Foto: A Bofill
Carlos Rosas
El Gran Teatro del Liceu de Barcelona,
decidió programar en su cartelera actual Così fan tutte de Mozart, ópera que no
era vista en este escenario desde la temporada 2004. Inicialmente se pensaba
que la trilogía Mozart Daponte podría verse en tres temporadas consecutivas en
este escenario, pero se sabe que la producción de Lluis Pasqual prevista para
la temporada 2015-2016 fue finalmente reemplazada por Benvenuto Cellini de
Berlioz. Muchos agradecerán el hecho de
que la oferta de títulos es variada, como en un teatro de este nivel deben ser.
Para estas funciones el teatro conformó dos elencos, y esta función
correspondió al que sería “en teoría” el alternativo. Personalmente no me gusta
hacer esta distinción, ni me gusta que los teatros la hagan, porque parecería
que los artistas colocados en un segundo elenco son considerados “per se” como
de un nivel inferior al del primero, y si su desempeño no es adecuado, la
repercusiones de lo que se haga en un escenario importante como este pueden ser
contraproducente para ellos. La realidad es que este elenco conformado en su
mayoría por jóvenes, pero experimentados cantantes españoles, respondió de
manera correcta y satisfactoria. A la soprano Maite Alberola, se le notó un poco rígida en escena poco convencida
en su actuación, pero logró compensar con una voz con cuerpo y notable
agilidad, algunas dificultades en el registro agudo pero sacó adelante sus
arias. La mezzosoprano Gema Coma-Alabert
se presenta con frecuencia en este teatro, su Dorabella fue correcta y actuada
con gracia, y voz oscura, muy musical y suficiente peso. El tercer papel
femenino, el de Despina correspondió a la mezzosoprano Ana Tobella quien sedujo por su la mezcla de brillo su cómico y
sutileza vocal. Su personaje mostro desenvoltura. El tenor David
Alegret encarnó un Ferrando con grato y cálido timbre lirico que desde un
inicio un tanto frio fue creciendo en intensidad y ganado confianza. Al barítono Borja Quiza mostro sus dotes vocales, pero en escena pareció
estancarse y con poca gracia ofreció menos de lo que nos tiene acostumbrados en
otras ocasiones. El único extranjero del
elenco fue el barítono sudafricano William
Berger como Don Alfonso, con presencia escénica mostró que el personaje es
un vividor y un burlón charlatán. Su voz es cálida y rica, pero más de uno en el teatro estuvo de
acuerdo que su cuestionable pronunciación y dicción italiana desmerecen su
desempeño. El Coro funcionó bien en cada
una de sus intervenciones y la orquesta bajo la mano de Josep Pons no paso de ser discreta, ya que por momentos sonó
errática en los tiempos, poco cuidada, en algunos momentos la música sonó tan
ligera que no proyectaba lo suficiente, pero la música de Mozart siempre sale
adelante. Para el último dejamos la parte escénica, que correspondió a Damiano Michieletto, la misma
producción estrenada hace algunos años en La Fenice de Venecia. Una versión moderna, inteligente y divertida
de contar una historia situada en la
actualidad en un hotel de lujo, sobre un escenario giratorio, en las que se
pudo observar la recepción, un bar, habitaciones, todo de buena manufactura
diseñado por Paolo Fantin, con
vestuarios también modernos de Carla
Teti. Michieletto aprovecho cada
espacio para el movimiento y para hacer un trabajo teatral convincente, fluido
y con la justa medida de comicidad. Su dirección puede resultar desconcertante,
casi grafica, pero es segura, bien pensada. Para apreciarla las puestas no es necesario
ser admirador incondicional de Michieletto, si no que se debe tener la
capacidad de considerarla simplemente por lo que es: brillante. Además el director de escena italiano está de
moda, y en los escenarios importantes como el del Liceu es donde se debe
presentar. Por ello un acierto del Liceu
de ofrecer esta producción.
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