Foto: Ramella&Giannese - Teatro Regio di Torino
Renzo Bellardone
Asistir a la producción
en cuestión resultó una fulgurante y emocionante experiencia al lado de
gigantes como Charles Gounod, Gianandrea Noseda y Stefano Poda. La solemne obertura con colores orgánicos,
casi como al final, delineaban inmediatamente la tragedia, la visionaria sucesión
de los hechos. La batuta de Gianandrea Noseda con su habitual y
respetuosa humildad para afrontar las partituras, sorprende y fascina por
temperamento, delicada sensibilidad y pasión. No decreció e hizo transparente e
inteligibles las partes menos vivaces. Un grande de la dirección orquestal que
nos catapultó a escuchar el infinito mundo de las emociones, que nos hacen amar
la música incondicionalmente. En el
cartel del teatro se leía “dirección escénica, escenografía, vestuarios, coreografía
y luces” de Stefano Poda. Conociendo
y apreciando el minucioso y completo trabajo del ecléctico Poda, se pregunta
uno cada vez. ¿Cómo es que lo hace? En esta ocasión surgió la misma pregunta,
antes claro de haber visto el fulgurante espectáculo que puso en escena. Creó un anillo girador gigante que
simbolizaba la búsqueda de la vida y este fue el único y constante elemento
sobre la escena. El estupor se derivó de
la eficacia de una escena casi fija, mutable solo en los movimientos del círculo
con símbolos dentro como troncos de árbol blancos y deformados que extendían sus
ramos el uno hacia el otro, como si un humano tendiera su brazo como ayuda, y
se proyectaban hacia un público atónito y fascinado. Las luces fueron un
elemento clave para vestir minuciosamente, también a los movimientos escénicos,
“al punto” y nada ocurrió por casualidad
o de manera descompuesta, sino con una refinada elegancia y en simbiosis con el
fluctuar de las notas. Los colores, del gris dominante, pasaron al cobrizo
hasta explotar en el rojo de los vestuarios o al color de la desnudez. El coro
y los figurantes estuvieron en continua acciones con movimientos coreográficos,
en una suerte de danza tenebrosa, se alternaron con movimientos lentos o de frenéticas
convulsiones. Fausto fue el refinado
tenor Charles Castronovo, que se
mantuvo bien sobre el escenario y fue particularmente apreciado en su dueto con
Margarita y en el terceto con Mefistófeles, gracias a un agradable timbre. Ildar Abdrazakov ofreció una excelente
interpretación del diablo con sus colores bronceados y poéticamente redondeados
con un tono notable y brutalmente engañoso de lo que el papel requiere. Margarita encontró en la soprano Irina Lungu la dulzura vocal y la sufrida
expresión de la victima predestinada. Con fáciles agudos y brillantez emocionó. Vasilij
Ladjuk personifico a Valentin y la apreciada mezzosoprano Ketevan Kemoklidze dio voz a Siebel. El coro
muy apreciado, además en lo escénico en una producción de muchos movimientos, se
escucho bien amalgamado.
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