Foto: Rocco Casaluci
Anna Galletti
“Cada obra
nace en el inconsciente... Con paciencia y verdadero amor suavemente o hirviendo
la fuerza interior, fluye del alma, conduce la mano... y se encarna en la obra”
(Vassilij Kandinskij). “El sonido amarillo” fue
comisionado por el Teatro Comunale de Bolonia y estrenado el 13 de junio de
2015. Se trata de una ópera contemporánea, que el compositor italiano Alessandro Solbiati realizó inspirándose
libremente en el homónimo “Der Gelbe
Klang” di Vasily Kandinsky. Kandinsky
fue un gran pintor conocido cómo padre del arte abstracto, y como un teórico
del arte total, refiriéndose a una arte que involucre totalmente al destinatario,
y que lo atraiga dentro de la obra, echa de sonido, movimiento y color. Sus
composiciones escénicas son textos destinados a ser representados en los
teatros. El teatro para Kandinsky es el lugar donde se puede realizar la liberación
del alma a través de la unión de los tres elementos mencionados. Solbiati
recorrió hábil e intensamente el camino trazado por Kandinsky y creo ochenta
minutos de verdadera emoción, por la belleza de la música y el uso del sonido
(instrumentos acústicos y voces). En su búsqueda de un resultado de sinestesia
– también se podría decir de alquimia – fue perfectamente acompañado por la
batuta de Marco Angius, quien tiene
gran experiencia en dirigir música contemporánea. Angius llevó la orquesta a
una interpretación de gran respeto del lirismo intrínseco de la opera.
Compañeros de viaje bien integrados en el proyecto fueron el director Franco Ripa di Meana y el diseñador del
vestuario y escenógrafo Gianni Dessì.
La contribución de ellos, ambos autores del proyecto escénico, a esta creación
tan compleja resultó positivo y coherente. Al éxito de este estreno cintribuyeron
igualmente los cantantes, los que no tuvieron una tarea fácil, al interpretar
música atonal y textos descarnados y abstractos. La apreciación va en primer
lugar a los solistas, en el rol de los cinco gigantes, figuras que, así cómo lo
explica el mismo Solbiati, evolucionan de un estado casi vegetal a un estado
cada vez más vivo, “hasta sublimar el estado individual en una unidad ideal
superior”: Alda Caiello (soprano), Laura
Catrani (mezzosoprano), Paolo
Antognetti (tenor), Maurizio Leoni
(barítono), Nicholas Isherwood (bajo).
La misma evaluación positiva hay que darla al Coro del Teatro. Distribuido en “coro chico” y “coro grande”, que
fue también un óptimo protagonista de esta composición en la que no hay partes
secundarias y todos los elementos, vocales, instrumentales y escénicos tienen
la misma importancia. Los alumnos de la
Escuela de Teatro de Boloña de Alessandra Galante Garrone llevaron la escena
con seguridad y eficacia, asi como la corporeidad necesaria para dar vida y
substancia a esta nueva creación. Queda preguntarse si la obra puede
considerarse una ópera lírica en su sentido tradicional. Quizás esta pregunta
no tenga respuesta hoy en día y solamente con el tiempo se sabrá. Lo que le
falta es una verdadera narración, con inicio, final y conexiones internas, y la
posibilidad de atribuir a la música y a los escasos textos de Kandinsky
significados y representaciones totalmente diferentes que no impidan percibir
la unidad de la composición. Es probable que la definición genérica de teatro
musical sea más coherente con esta propuesta. O bien se trata solamente de
desprenderse de las definiciones y etiquetas, conformándose con apreciar a los
autores y realizadores de este interesante experimento, por lo que es, a pesar
del nombre que se le quiera dar.
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