Fotos: Ana Lourdes Herrera
Ramón Jacques
La Orquesta
Sinfónica Nacional de México concluyó con éxito su temporada 2014-2015 con la
ejecución de la ópera Salome de Richard Strauss (1864-1949). Dos conciertos parecieron pocos ante el
entusiasmo y el interés que generó esta propuesta entre el público local, que abarrotó el Palacio de Bellas Artes ávido
de saborear esta obra maestra en un acto, con libreto en alemán del propio
compositor, que como se sabe está basado en el traducción al alemán que hiciera
Hedwig Lachmann de la obra en
francés Salomé de Oscar Wilde. Originalmente se pensó que las funciones
debían realizarse con un montaje escénico, pero por situaciones de carácter
técnico se optó por una versión en concierto, aunque finalmente lo que se vio en escena fue un montaje cantado y
actuado por los solistas. Muy pocos elementos bastaron para realzar la trama y
el dramatismo que contiene la partitura, que consistieron en un enorme telón
blanco al fondo del escenario, detrás de la orquesta, donde se observaba una intensa y
fulgurante luna roja, solistas ataviados
con elegantes vestuarios negros, y la acción, con apenas dos sillas ocupó una esquina del escenario, mientras que la extensa orquesta ocupó el
resto. Ello bastó para dar vida con fluidez e intensidad a este conocido pasaje
bíblico. Afortunadamente, el elenco
contó con buenos intérpretes, entre los que descolló la presencia del
legendario tenor estadounidense Chris
Merritt, quien demostró una admirable compenetración vocal y escénica como
Herodes. Su presencia en este escenario fue un lujo, ya que vocalmente exhibió
una voz firme, sonora y cargada de expresividad e intención con la que cautivó.
Histriónicamente regaló un personaje, irónico, perverso, degenerado y
neurasténico. Las noches de éxito a lo largo de la carrera de
Merritt serán seguramente innumerables, pero las estruendosas
ovaciones que recibió en ambas presentaciones en este teatro, que tanto lo
conmovieron, quedaran grabadas en su memoria. Como Salomé, la soprano Elizabeth
Blancke-Biggs, exhibió una voz robusta, capaz de atravesar la masa
orquestal, de brillante y colorida tonalidad metálica e intensidad. Su actuación fue convincente, seductora,
incluida la danza de los siete velos. El
barítono Peter Castaldi cantó el
papel de Jokanaan de manera enérgica y buen temple, y Nieves Navarro prestó su voz oscura y profunda de mezzosoprano a
Herodías. Agradó la joven contralto
mexicana Dolores Menéndez, como el
paje de Herodías, por su timbre joven, fresco y de grata coloración. El desempeño
del tenor Cameron Schutza como
Narraboth, no paso de ser discreto, e incluso podría calificarse de
intrascendente. Correctos estuvieron los cantantes que dieron vida a los judíos y nazarenos, todos miembros del coro del
Teatro de Bellas Artes, que demostraron ser artistas muy solventes y
profesionales en sus intervenciones. La
orquesta bajo la entusiasta dirección de su titular Carlos Miguel Prieto fue moldeando un buen marco musical para las voces y el desarrollo de la
obra, manteniendo la tensión que requiere la partitura, así como el colorido y la
emoción, incluso conmoción, que emana de la propia partitura, con una sección
compacta y homogénea de cuerdas. Algunos
mínimos desfases o fuerza de más que por momentos cubrió a las voces no son
motivos suficientes para restarle merito o desvalorizar una satisfactoria
velada como lo fue esta. Auguramos que
los administradores de la orquesta contemplen programar en futuras temporadas
más proyectos de este calibre.
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