Fotos: Ana Lourdes Herrera
José Noé Mercado
La Orquesta Sinfónica Nacional, como
programa 15 de su Temporada de Conciertos 2015, ofreció un par de funciones de Salomé (1905) ópera en un acto, Op. 54 del
compositor germano Richard Strauss (1864-1949), que utiliza como texto la
traducción alemana que hiciera Hedwig Lachmann de la versión inglesa del drama
poético homónimo de Oscar Wilde escrito originalmente en francés. Salomé es una obra escénicamente poderosa que, si bien recrea un célebre
pasaje bíblico, en el contexto del mundo actual cobra una extraordinaria
vigencia por su espíritu gore; por el
sangriento perfume de la pasión humana; por lo mórbido del deseo más hondo; por
lo insano y estridente de la voluntad impuesta a como dé lugar. Por ello, en el papel, la versión en
concierto que presentaría la OSN parecía apetecer y reclamar una puesta en
escena que contara la truculenta historia de la princesa capaz de bailar con
desbordada sensualidad ante su padrastro, no para complacer su lujuria
incestuosa, sino para obtener la cabeza del hombre deseado renuente al amor o
al sexualidad por las buenas, mientras tiene la desfachatez de enfatizar las
perversiones del entorno que lo retiene cautivo. Sin embargo, y para afortunada sorpresa de
los asistentes, el formato de la presentación resultó semi-escenificado en el
ala derecha del palcoscenico, mientras
la orquesta ocupó el resto de ese espacio y al fondo lucía la luna en una
panalla. Y ese bienhadado recibimiento del espectador, se sumó al
agradecimiento mismo de su programación por el operófilo de la ciudad de México,
toda vez que la Ópera de Bellas Artes parece atravesar desde hace algún tiempo por
un letargo causado por títulos elementales y de no muy presumible factura. Salomé, en ese sentido, vino a remediar un poco el tedio y a elevar la
vara de la calidad interpretativa ofrecida al público capitalino. De hecho, la
función del viernes 26 bien pudo titularse La
noche del tetrarca, pues el
Herodes del tenor Chris Merritt fue imponente. En medio de un destacado elenco encabezado
por la soprano Elizabeth Blancke-Biggs, Merritt, a sus 62 años de edad, mostró
enorme personalidad vocal —una emisión firme, opulenta, de gran volumen y diestra
para mantener soterrado un vibrato
que podría ancharse de no manejarse con maestría como es el caso—. Pero al
hablar del tenor originario de Oklahoma, no es sólo su voz lo que sobresale. Es
su distinción musical, la entrega interpretativa, el dominio de la escena y de
cada movimiento al que le da una significación precisa.
Un grande, un mítico
sin duda. Blancke-Biggs entregó una princesa que
vocal e histriónicamente trenza la sensualidad superficial, visible, con una
concepción profunda del deseo, dando como resultado una deliciosa versión que
va sumergiendo al espectador en sus filias más íntimas que le llevan a perder
la cabeza. Mucho le habría ayudado a la soprano estadounidense
un mayor control de la OSN, por parte de su director titular, Carlos Miguel
Prieto. La agrupación tuvo altibajos en la función. Y si bien en algunos
pasajes logró aproximarse al colorido tímbrico de la partitura y a la neurosis sonora
que sirve como contexto de la historia, también abundaron los momentos de
desequilibrio en tiempos para la respiración del canto y descuidos en el
balance mínimo para no apelmazar el sonido de una orquestación rica y abundante,
que se desenfrenó varias veces en cuanto al volumen. El barítono parisino Peter Castaldi ofreció
un Jokanaán con buena presencia en su emisión, probada incluso en los momentos
de canto fuera de escena. La mezzosoprano Nieves Navarro, como Herodías, y el
tenor Cameron Schutza, como Narraboth, cumplieron también con destacadas
participaciones, a las que se sumó la de la joven contralto Dolores Menéndez
—Paje— con un bello color y timbrado de su voz, que a la vez mostró su frescura. Como judíos y nazarenos, soldados,
Capadocio y un esclavo, Francisco Martínez, Luis Alberto Sánchez, Gilberto
Amaro, Hugo Colín, Isaac Pérez, Arturo López Castillo, José Luis Reynoso, Édgar
Gutiérrez, Octavio Pérez, David Echeverría y Juan Pablo Sandoval, varios de
ellos integrantes del Coro del Teatro de Bellas Artes, dejaron en claro que se
puede confiar en ellos para interpretar los papeles pequeños de las temporadas
operísticas con solvencia y profesionalismo. Las ovaciones fueron, desde luego, para
Merritt y Blancke-Biggs. El público los arropó con varios minutos de aplauso. Pero
fue una Salomé en general con tan
buenos intérpretes que los primeros en ser aplaudidos, quizás, debieran ser los
programadores y luego los asistentes por su decisión de no perdérsela.
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