José Noé Mercado
Richard Viqueira, ya se ha dicho, es un
kamikaze del teatro, un transgresor escénico. Puesto que es un creativo que sí
crea, un explorador que gusta de rastrear los rasgos epidérmicos y espirituales
de su época y entorno cultural para asumir el riesgo de mostrarlos al público,
de encararlo con una propuesta estética contundente. A su catálogo de dramaturgo, director y
actor, se suma Desvenar, un mole
escénico —estrenado el pasado 19 de mayo que se mantendrá en cartelera todos los
martes hasta el 4 de agosto en el foro La gruta del Centro Cultural Helénico—,
que discurre sobre el concepto del chile en el contexto mexicano. Una obra que,
como ocurrió con su particular ópera vial Monster
truck de 2012, abona en su faceta musical, en una expresividad sonora de
inusual mérito para quien parte más bien como escritor. En la superficie, Desvenar ensalza el triángulo amoroso entre un Cholo que quiere
emigrar y alejarse de lo suyo, un Pachuco nostálgico que retorna del sueño
americano y una Adelita que se revoluciona a través de la permanencia en su
patria, en su patrimonio, que no es un concepto abstracto, un símbolo tricolor
o un lugar destinado por los dioses, sino su lenguaje, su comida, su panorama
sonoro. Pero en otros niveles, a través de cinco capítulos
y un epílogo, Viqueira —acompañado por Valentina Garibay y Ángel Luna—, escarba
por medio del chile —fruto, sangre gastronómica, arma, albur, droga, placer,
temor, ostentación, estado anímico— nuestra habla cotidiana, la historia que
condiciona nuestro acontecer, nuestras temáticas y referencias mediatizadas e
insatisfechas. Y lo hace desde la perspectiva política,
amorosa, social, filosófica, humorística. Desde esa música ignorada que nos acompaña
sin querer, como la venta de los tamales oaxaqueños en las calles o la compra
de colchones, estufas, refrigeradores, lavadoras y fierro viejo; desde las
cantaletas de ambulantes en los vagones del metro, los discursos retóricos de
los gobernantes o los acentos de los ídolos mediático-musicales que nos han
forjado. La puesta en escena de Viqueira es
frenética, aun en momentos de un melancólico pero disfrutable lirismo. Las
actuaciones se entrelazan y fluyen en la casi inexistente utilería como si
fueran un monodrama, cual si un solo organismo expresara su esencia, su rabia,
su nacionalidad. La voz cantada de Luna es rítmica y envuelve los embates
hiphoperos del dramaturgo, la delicadeza revolucionaria de Garibay. Conviene decir que, más allá de apetecer
algunos valores clásicos como una afinación más precisa o una emisión más
cuidada en alguno de los intérpretes, el público descubre que lo que en
apariencia es una obra de teatro se convierte en un auténtico musical, en un
drama hilado a través de la música, de canciones, arias, dúos o tríos. Y no porque las escenas sean acompañadas
por melodías procedentes de una guitarra o del mismo juego de voces de los
actores que son a la vez instrumentos y cantantes, sino porque se percibe la
necesidad de contar la historia, de desarrollar la trama, de exponer las
reflexiones, la lucha del lenguaje, a través de un vehículo musical. Ahí
quedan, por ejemplo, una divertida oda al mole, la balada “Amor de ponzoña” o
el bellísimo lamento “Fui piñata de tu amor”. Así podría catalogarse Desvenar como un singspiel
nacional, como una opereta mexicana o una zarzuela azteca. Como una ópera al
chile. Aunque ese discernimiento poco importa ante su naturaleza creativa transgénero.
Multimedia. Operística. Desvenar refrenda a Richard Viqueira como uno de los creativos escénicos más
importantes del México actual y esta obra lo inscribe en ese catálogo de
pensadores nacionales que hurgan en nuestra identidad hasta desvenarla, a través
de un ensayo que recopila y pone en escena el patrimonio inmaterial de los
mexicanos. Como el chile, también la mexicanidad tiene
venas y corazón palpables. Por eso Desvenar
es sobre nosotros los mexicanos. Es nuestra.
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