Prensa Teatro Colón /Máximo Parpagnoli / Arnaldo Colombaroli.
Luis Baietti
Salí
del primer acto convencido de que estaba viendo el espectáculo lírico más grandioso
de los últimos 30 años. Confluyeron en ello la superlativa calidad de los
instrumentistas que integran la Orquesta de la Staatsoper Berlín, y el
absolutamente fabuloso trabajo de dirección musical del genio que es Daniel Barenboim que entre otras cosas
dirige esta difícil y extensa obra sin tener la partitura en el atril, muy al
estilo Toscanini. Se sumó a ello, la gran actuación de la soprano Irene Theorin, una dramatische soprano
con toda la potencia vocal del caso, incisivos agudos, un sólido registro grave
y ante todo una poderosa garra expresiva donde cada palabra y cada gesto tienen
un sentido propio, la sutil Brangania de Angela
Denoke, una voz quizás no demasiado wagneriana por el volumen pero que supo
dar gran relieve a su Brangania y el excelente Kurwenal de Boaz Daniel Pero
lamentablemente la obra tiene tres actos y el nivel fue decayendo por obra y
gracia principalmente del tenor. Se sabe que el talón de Aquiles de todo Tristán
e Isolda moderno, desde que no tenemos más a los Lauritz Melchior, Ramon Vinay,
Wolfgang Windgassen, Ludwig Suthaus o Set Svanhom y más recientemente el gran Jon
Vickers, el último gran Tristán, está en la interpretación del tenor. Peter
Seiffert tiene tras de sí una larga y destacada carrera como tenor lírico
con elogiadas actuaciones por ejemplo como Lohengrin. Como muchos tenores
líricos al avanzar la edad (tiene actualmente 64 años declarados) se ha
dedicado al repertorio de heldentenor,
en el cual brilla por su fraseo poco común en este tipo de voces, pero tiene
carencias propias de una voz que está cantando fuera de su registro natural. Esto
no fue particularmente notorio en el primer acto, donde en realidad el tenor
interviene poco, y lo hizo con gran clase, pero comenzó a ser más apreciable en
el segundo acto donde no tuvo el lirismo requerido para el dúo y se hizo
angustiante en el tercer acto donde el aria de Tristán, una verdadera prueba de
resistencia para cualquier tenor superó a sus fuerzas y comenzó a exhibir
signos de fatiga vocal que desembocaron en un par de notas fallidas sobre el
final. Es un actor razonable, que se vio muy perjudicado por la marcación que
constantemente le estuvo exigiendo agacharse y levantarse, en lo que tuvo que
ser asistido por sus colegas, y en la última escena lo colocó en constante
peligro de caer con la escarpada escenografía.
No es de extrañarse entonces que
entre la cautela vocal y la cautela física el vigoroso dramatismo de la escena
final le haya resultado esquivo. Kwangchul
Youn fue un excelente, sobrio, intenso Marke y Florián Hoffmann un muy logrado pastor (era necesario traerlo de
Alemania ¿?). Gustavo Lopez Manzitti
tuvo el honor de ser el único integrante nativo del elenco, dando una sólida y
muy en estilo composición de Melot. La regie de Harry Kupfer fue excelent0e con muy buenas, intensas marcaciones. La
escenografía de Hans Schavernoch,
supuestamente simbólica, vaya uno a saber de qué, molestó poco salvo por el
constante peligro de caída en que colocó a todos los cantantes. Una suerte que
hayamos podido disfrutar de este espectáculo de calidad, que quien sabe cuándo
tendremos la oportunidad de volver a tener a nuestro alcance, dados los cortes
presupuestales que se avecinan para el 2019, que seguramente golpearán
duramente al Teatro por no ser una necesidad de carácter prioritario a la hora
de decidir donde se harán las mayores economías.
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