Fotos de Patricio Melo
Joel Poblete
Cerrando su ecléctica y atractiva temporada de ópera 2016, en el Municipal de Santiago fue posible disfrutar el regreso de una obra maestra de vuelta tras casi un siglo de ausencia en ese escenario: La condenación de Fausto, de Hector Berlioz. Sólo se había ofrecido en un puñado de temporadas en el Municipal tras su debut local en 1905, la última de ellas en 1918, y siempre cantada en italiano, por lo que la función de estreno del elenco internacional que se ofrecieron a partir de los primeros días de noviembre en francés, representaron la primera vez que se interpretaba en Chile en su idioma original.
Buena parte de los aciertos de la partitura se vieron reflejados en la dirección orquestal de Maximiano Valdés al frente de la Filarmónica de Santiago; este maestro chileno ya ha demostrado buena sintonía con el repertorio lírico francés cuando ha dirigido en el Municipal títulos como Romeo y Julieta, Fausto, el inolvidable estreno en Chile de Diálogos de carmelitas y hace dos años otro regreso de una ópera que no se escenificaba hace un siglo en ese escenario, la Lakmé de Delibes.
En su lectura Valdés resaltó el refinamiento, el lirismo y la efusión romántica de la obra, si bien algunos momentos clave, como la electrizante cabalgata al infierno cercana al desenlace, no tuvieron toda la fuerza y energía necesarias, aunque probablemente esos detalles se modifiquen en el transcurso de las siguientes funciones. De todos modos el director se mantuvo atento al equilibrio entre los solistas, la orquesta y el coro, como siempre bajo la dirección del uruguayo Jorge Klastornik y acá en una obra particularmente demandante para el conjunto de voces, que en esta ocasión fue acompañado por las voces infantiles del Coro Crecer Cantando, preparadas musicalmente por Cecilia Barrientos. Aunque las masas corales estuvieron tan sólidas como es costumbre, considerando las exigencias de la partitura se echó de menos aún más potencia y equilibrio, especialmente en la apoteosis final, cuando el coro adulto no se fusionó de la manera ideal con el infantil.
Lo musical contó además con un trío protagónico de cantantes internacionales que debutaban en Chile, a los cuales se sumó muy acertadamente el bajo-barítono chileno Sergio Gallardo, cantando muy bien el breve rol de Brander, que sólo aparece en una escena. El protagonista fue encarnado por el tenor Luca Lombardo, quien por ser francés ofreció una excelente pronunciación de lo cantado, pero a pesar de contar con una atendible trayectoria en importantes escenarios, en lo vocal no estuvo siempre a la altura de las exigencias del rol, especialmente en la por momentos ardua zona aguda, que cuando pudo resolvió con falsetes y en ocasiones estuvo al borde de la desafinación; su material sonó algo gastado y cansado, y actoralmente pareció parco y displicente, tal vez contagiado por el opaco carácter que el propio Fausto demuestra a lo largo de la obra.
Mucho mejor se mostró el Mefistófeles del bajo-barítono estadounidense Alfred Walker, de una voz de color atractivo y buena proyección a pesar de no derrochar volumen, quien no fue todo lo demoníaco, socarrón y a la vez seductor que se podía esperar, pero de todos modos se lució en el personaje. Y la cantante que mejor impresión dejó en el elenco fue la joven mezzosoprano polaca Ewelina Rakoca-Larcher, quien todavía tiene detalles que ir perfeccionando, pero aportó una voz de hermoso timbre, buen volumen y canto sensible y delicado, lo que también proyectó en lo escénico como una convincente Margarita; su emotiva interpretación de la sublime "D'amour l'ardente flamme" fue uno de los puntos altos de la función.
Si lo musical tuvo buenos elementos, lo escénico presentó factores decepcionantes, como las eclécticas y curiosas coreografías de Jose Vidal o el vestuario de Loreto Monsalve, quien si bien puede justificar sus derroches de imaginación aprovechando la presencia de personajes fantásticos, a medio camino entre lo kitsch y lo que para más de alguien puede parecer mal gusto, tuvo algunos trajes que no le hacían mucho favor a los protagonistas, como los de Margarita y Mefistófeles.
La puesta en escena estuvo a cargo del experimentado y prestigioso arquitecto, diseñador de escenografía, director de teatro y ópera y académico Ramón López, quien ocasionalmente además de encargarse de la escenografía e iluminación, ha estado a cargo de la dirección teatral en algunas producciones de ópera, misión que no abordaba en el Municipal desde hace más de una década.
López decidió dar de manera continuada toda la ópera, con sus cuatro actos y varias escenas desfilando sin intermedios a lo largo de más de dos horas. El resultado puede sentirse un poco pesado para parte del público, pero permite un desarrollo coherente y acentuado de la trama, aunque es ineludible que las siempre comentadas limitaciones teatrales de la obra -definida originalmente por su autor como "leyenda dramática" y a menudo interpretada en versión de concierto, por sus características que la acercan al oratorio- puedan quedar al descubierto si la puesta en escena no desarrolla lo mejor posible las situaciones argumentales. Salvo las coreografías, los desplazamientos y movimientos de solistas y coro fueron bastante convencionales y esquemáticos y no aportaron mayor frescura a lo teatral. Apoyada por una iluminación que pudo ser más sutil y elaborada, la despojada y casi inexistente escenografía tuvo como principal acierto el uso de un enorme espejo cuya posición permitía interesantes juegos visuales al mezclar su punto de vista con lo que el público veía directamente en escena, aunque esta idea no se aprovecha o aprecia de la misma manera dependiendo del sector donde estén los espectadores.
El aporte visual extra fueron las proyecciones de videos, algunos muy logrados, sugestivos y atractivos (como el ya mencionado momento solista de Margarita, o la invocación a la naturaleza de Fausto), otros menos satisfactorios, pero que ayudaban a ambientar las diversas escenas en poco tiempo e incluso se permitían evocaciones pictóricas con referencias a maestros como Caspar David Friedrich y El Bosco. En general quedó la sensación de que una obra tan valiosa e interesante en lo musical merecía una puesta en escena más potente y consistente, en especial considerando que no se daba hace casi un siglo en el principal escenario lírico chileno.
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