Foto: Lynn Lane
Lorena. P Rosas
No importa cómo, cuándo o donde se presente, El Barbero de Sevilla es y será un clásico cómico que agradará y divertirá
siempre al público. Bastó solo con voltear
a ver los rostros de las personas sentadas a mi alrededor durante la función para
comprobar lo que ya se sabe. Obras como
esta, además de atraer público dejan la sensación de querer escucharla
nuevamente, aunque lamentablemente por la manera que operan y programan los teatros
estadounidenses es difícil escucharlas en temporadas consecutivas. El barbero es también un guiño del teatro de
Houston al compositor Rossini, de quien se celebra en el 150 aniversario de su
muerte. Se recurrió nuevamente al
montaje del director Joan Font, con diseños
de Joan Guillén del grupo catalán de
teatro Els Comediants, quienes
debutaron en este escenario hace algunos años con La Cenerentola. Su Barbero es colorido, ágil, dinámico, directo,
moderno y muy divertido; se trata una especie de secuencia de escenas extraídas
de una caricatura, con personajes vestidos como payasos, algunos simpáticos
elementos como una enorme guitarra y un clavecín rojo. Lo mejor es que Font, hace las cosas fáciles
sin exagerar la comicidad, en una dosis perfecta que permite apreciar lo que
sucede en escena y disfrutar la burbujeante orquestación.
En recientes temporadas,
el teatro ha buscado la mezcla adecuada entre experiencia y juventud, y para
sus elencos contrata artistas experimentados y buenos artistas forman parte del
ensamble del teatro. Parece ser que los días
en los que los consagrados pasaban hoy no es más que un recuerdo. Si bien se descubren voces interesantes, queda
ese dejo de nostalgia de que este fue uno en su momento uno de los teatros
norteamericanos más importantes. Quizás aun lo sea, pero con otro modelo de
trabajo. Aun así, poco se le puede escatimar a la mezzosoprano Sofia Selowsky, una Rosina simpática, astuta,
de voz muy atractiva, elástica y musical; o al tenor David Portillo de grato timbre, canto fluido y fácil, aunque algo rígido
en escena. Eric Owens fue un autoritario Don Basilio,
de voz potente y profunda y Peixin Chan
un correcto Dr Bartolo. La experiencia
la aportó el barítono Lucas Meachem,
ya con mucho recorrido con Fígaro, quien mostró seguridad y tablas. Su temperamento
y su voz se adaptan al personaje, a pesar de algunas dificultades, poca
claridad, en su dicción. Coro y orquesta
respondieron a las exigencias, bajo la conducción de Emily Senturia, una joven y atrevida directora de orquesta, surgida
de las entrañas del teatro, quien aportó matices y colores interesantes a la ya
de por si colorida orquestación.
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