Fotos: OSN
Por José Noé Mercado
Hay ocasiones afortunadas en las que el
contexto armoniza de manera peculiar con el programa musical de un concierto.
No siempre ocurre y en rigor es poco probable que una obra sintonice su
estética y espíritu en el común de una sala multirepertorio por más renombrados
que sean sus méritos acústicos o ante lo genérico que puede resultar un teatro
aun con una tradición legendaria para ciertos catálogos sonoros. Por eso, la noche del pasado 2 de marzo
resultó una fecha feliz, dichosa, para el público que asistió a la Catedral
Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los Cielos, de la
Ciudad de Mexico, para escuchar el concierto ofrecido por la Orquesta Sinfónica
Nacional (OSN), en el marco de la 34 edición del Festival del Centro Histórico,
bajo la batuta de su director titular Carlos Miguel Prieto.
La catedral capitalina, sede de la
Arquidiócesis Primada de México, cuya construcción data de 1573 y habría de
extenderse por más de 250 años, fue ese insuperable escenario para un programa
que, luego de la Sonata pian’e forte
y la Canzona septimi toni de Giovanni
Gabrieli, tuvo como platillo principal la Misa
No. 6 en mi bemol mayor, D. 950 de
Franz Peter Schubert, con la participación multitudinaria del Coro de
Madrigalistas y Solistas Ensamble, agrupaciones del Instituto Nacional de
Bellas Artes que se fundieron en un solo conjunto coral, y las presencias
solistas de la soprano Ekaterina Tikhontchouk, la mezzosoprano Itia Domínguez,
el bajo Sergio Meneses y los tenores Ángel Ruz y Gustavo Cuautli. En el bello núcleo del eclecticismo
arquitectónico de la catedral —ornamentación, pinturas, esculturas, herrería—,
en su centro de intimidad histórica, artística y litúrgica colonial e
independiente, un ensamble de metales de la OSN mostró la viveza de virtudes
estereofónicas de Gabrieli y encaminó el estado anímico de los asistentes hacia
una experiencia que habría de resultar apacible y espiritual, casi mística.
Para la primavera-verano de 1828, año de su
Misa No. 6 si bien sería estrenada de
manera póstuma hasta 1829, Franz Schubert era un compositor de notable relieve
romántico y, además, parecía vislumbrar su propia muerte, que en efecto le llegaría
en poco tiempo, el 19 de noviembre. Esas condiciones estéticas y emocionales
son las que se conjugan en esta misa conformada por seis partes (“Kyrie”,
“Gloria”, “Credo”, “Sanctus”, “Benedictus” y “Agnus Dei”) que fuera
interpretada con reconfortante sensibilidad y estilo por la OSN, el coro y los
cinco solistas. En los primeros incisos pudo percibirse al
Schubert sinfónico que discurre con expresividad en conjunto, sin por ello
perder intimidad y elocuencia; luego, los solistas vocales emprendieron el
vuelo del canto ya construido por el coro con la delicadeza simple del lied,
género del que Schubert era grande y, a la vez, complejo como pocos; hasta
llegar a los dos últimos apartados con pasajes fugados de estirpe bachiana, en los que la ejecución
alcanza un discurso de emocionante serenidad. La principal virtud de las voces y el canto
de Tikhontchouk, Ruz, Cuautli y Meneses fue afirmarse en una emisión con clase,
alejada de la inútil estridencia o de la parafernalia lírica. Se concentraron,
igual que el refinado y versátil canto de Itia Domínguez, en una cierta paz tan
etérea como musical. Las frases de la mezzosoprano fecundaron de belleza,
tranquilidad y esperanza al conjunto solista y viajaron con lirismo por la
atmósfera catedralicia dominada por el conjunto coral.
La interpretación de esta misa, otra
especie de canto del cisne de Schubert, en la que el compositor vienés se
muestra creyente pero no acrítico (la exclusión de algunas frases típicas del
género alusivas a la institución eclesiástica así lo sugieren) constituyó la
primera presentación de la OSN en la Catedral Metropolitana en su historia. Ojalá
no sea la única. Se trató de un concierto breve —repetido en el Teatro del
Bicentenario de León, Guanajuato, la tarde del 4 de marzo—, que apenas rebasó
la hora de duración, pero que por gozoso y bien ejecutado será de larga
permanencia en la memoria de quienes acudieron a su cita.
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