Prensa Fesnojiv
Por primera vez, Simon Rattle, director de la Filarmónica de Berlín, subió a un podio para dirigir, en formato de concierto, Carmen de Bizet considerada como una de las óperas más célebres de la historia de la música. Para hacerlo, escogió un escenario venezolano, la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, y una orquesta venezolana: la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, proyecto cumbre del Sistema de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, adscrito a la Vicepresidencia de la República Bolivariana de Venezuela.
Cuando Simon Rattle entró al escenario, el público lo recibió con aplausos y Rattle respondió levantando la batuta. Impregnó la sala con el gesto vívido de quien goza lo que hace. El anuncio estaba hecho. Lo que vendría a continuación sería una fiesta para los sentidos: el oído no pudo dejar de estar atento y el ojo se afanaba por no perder detalle. Rattle le hace entender al público que él también es espectador. Por momentos, mientras seguía moviendo sus manos y brazos, ladeaba el rostro, cerraba los ojos con delicadeza como si estuviera concentrándose sólo en el placer de escuchar. La Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar fue cómplice desde el principio de una obra que no escatima en buenos pasajes para solos instrumentales: los violines se hicieron eco de un oscuro presagio, las trompetas y toda la fila de metales dibujaron una Sevilla del siglo XIX custodiada por oficiales y tropas; clarinete, oboe y flauta fueron sinónimo de la picardía del andaluz.
Los solistas invitados para conformar un elenco envidiable, en palabras del mismo Rattle, entraron uno a uno e hicieron de sus cuerpos y de sus gestos herramientas para que el espectador dejara de estar allí y viajara a una plaza de Sevilla, la Taberna de Lilas Pastia, a una montaña y, en el último acto, a una plaza de toros donde Escamillo, interpretado por el barítono Kostas Smoriginas, deja al toro en la arena luego del rumor del banderilleo.
Young Wook Kim fue el Zuñiga que recibió a Micaela, la reconocida soprano Measha Brueggergosman, quien buscaba afanosamente a Don José, el tenor Bryan Hymel. Tarde encontró Micaela a Don José. Para cuando lo volvió a ver, ya su prometido se había entregado a los encantos de Carmen, interpretada por la mezzosoprano Magdalena Kozena, una tabacalera con trágico destino que confiesa “El amor es como una golondrina. Si piensas agarrarlo, él te evita y si lo evitas, él te atrapa”. Con ello desencadena una historia cuyas líneas hablan de ítems universales que han desencadenado las grandes tragedias de la literatura: pasión, celos, intrigas, dilemas éticos, libertad; en fin, de la condición humana.
La ópera contó con la participación de Barbara Kind como la fogosa Frasquita, la venezolana Mariana Ortiz quien encarnó a Mercedes, a Holger Marks que interpretó a Dancaire y al venezolano Idwer Álvarez quien asumió el rol de El Remendado. Carmen no se hubiese contado tan fehacientemente sin la participación del Coro Sinfónico Juvenil de Venezuela, dirigido por Lourdes Sánchez y preparado vocalmente por la profesora Margot Parés Reyna, a quién Rattle abrazó al finalizar el concierto, y a los Niños Cantores de Venezuela, que conmovieron al público desde su entrada en el primer acto. Durante tres horas, Rattle se encargó de que la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar hiciera justo lo que él le había pedido durante las semanas de ensayo: que respirara con los solistas, que hicieran una alfombra mágica para los cantantes, que no miraran sólo al frente, sino que se metieran en la historia.
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