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Gustavo Gabriel Otero
Esta nueva producción escénica de Don Giovanni que firma Michael Hampe transcurre siempre con el mismo esquema escenográfico, fruto del trabajo de Hampe y Germán Droghetti, que se abre para los exteriores y vuelve a cerrarse en los interiores. El palacio del Comendador en el que transcurre primera escena será luego la residencia de Don Juan (quitadas las dos grandes escaleras simétricas), pero también el marco de la fiesta campesina, e incluso el cementerio, indicado por unos cipreses de fondo y por la estatua del Comendador. Los colores de la escenografía imitan el mármol blanco y el gris y en toda la obra permanecen dos balcones simétricos. La sensación final es de tedio por una estructura grandilocuente y, finalmente, vacía. La iluminación no ayuda en esta puesta tradicional pero sin vuelo. Ramón López recurre permanentemente a los colores pastel reflejados en el fondo del escenario y parece ser que toda la obra trascurre a plana luz del día. El vestuario firmado por Germán Droghetti luce de época pero sin una definición temporal clara, se estima que el anclaje podría ser de alrededor de 1890. La concepción actoral del director de escena alemán Michael Hampe ofreció una puesta sin sorpresas ni audacias, pero a la vez sin vuelo. Nada se resalta, los cantantes parecen atados a su suerte y el público ultra-conservador del Colón no necesita pensar ni ver nada muy distinto a una puesta de hace cincuenta años.
Esta nueva producción escénica de Don Giovanni que firma Michael Hampe transcurre siempre con el mismo esquema escenográfico, fruto del trabajo de Hampe y Germán Droghetti, que se abre para los exteriores y vuelve a cerrarse en los interiores. El palacio del Comendador en el que transcurre primera escena será luego la residencia de Don Juan (quitadas las dos grandes escaleras simétricas), pero también el marco de la fiesta campesina, e incluso el cementerio, indicado por unos cipreses de fondo y por la estatua del Comendador. Los colores de la escenografía imitan el mármol blanco y el gris y en toda la obra permanecen dos balcones simétricos. La sensación final es de tedio por una estructura grandilocuente y, finalmente, vacía. La iluminación no ayuda en esta puesta tradicional pero sin vuelo. Ramón López recurre permanentemente a los colores pastel reflejados en el fondo del escenario y parece ser que toda la obra trascurre a plana luz del día. El vestuario firmado por Germán Droghetti luce de época pero sin una definición temporal clara, se estima que el anclaje podría ser de alrededor de 1890. La concepción actoral del director de escena alemán Michael Hampe ofreció una puesta sin sorpresas ni audacias, pero a la vez sin vuelo. Nada se resalta, los cantantes parecen atados a su suerte y el público ultra-conservador del Colón no necesita pensar ni ver nada muy distinto a una puesta de hace cincuenta años.
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