Foto: Orquesta de Cadaques © Sònia Balcells
Alicia Perris
La música clásica vuelve al Teatro Auditorio después de haber recalado en invierno con otro tipo de repertorio también en el Teatro Carlos III de la misma ciudad. Aprovechando las celebraciones de la Semana Santa, entre el 4 y el 7 de abril se desarrollaron cuatro conciertos que se ofrecieron a un precio más que asequible (50 euros las cuatro veladas) en forma de abono o por separado, cada uno con diferente precio.
CONCIERTO DE LA ORQUESTA DE CADAQUÉS Y EL VIOLINISTA SANTIAGO JUAN. CON MARTA ALMAJANO, SOPRANO Y MAITE ARRUABARRENA, ALTO. 6 DE ABRIL.
Bajo la dirección de Jaime Martín, esta agrupación que a menudo recorre la geografía española con un repertorio variado y actualizado, ofreció en una primera parte más refrescante y lúdica, las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi y en la segunda, más austera y grave, el Stabat Mater de Giovanni Battista di Pergolesi. El violinista Ara Malikian, conocido por su virtuosismo y por ofrecer su talento en diferentes foros del país y la capital de España y trabajar en proyectos pedagógicos para jóvenes y niños, estuvo ausente por enfermedad y en su lugar tocó a Vivaldi el violinista Santiago Juan, que realizó una interpretación muy personal de la obra del músico italiano. Es complicado interpretar a Vivaldi, ya que probablemente sea una de las obras de la literatura clásica más conocidas, más ampliamente escuchadas en conciertos y con una discografía apabullante. Sin embargo, a pesar del desafío, el conjunto sonó afinado y tocó con gusto y buena sintonía con el solista, que destacó por su musicalidad y la sensibilidad con que redondeó la partitura con el resto del conjunto. El público aplaudió mucho pero no hubo propinas. El Stabat Mater de Pergolesi estuvo a la altura de las expectativas. Muy bien, con soltura y profesionalidad la soprano Marta Almajano y Maite Arruabarrena (alto). Una obra elegida según la adecuación al espíritu de la Semana Santa, donde tradicionalmente el repertorio se orienta a partituras que favorecen la habitual contención y el recogimiento, en especial en una ciudad con la tradición católica secular que la caracteriza desde la fundación del Monasterio. El día era de verdad invernal en El Escorial y se podría decir que las temperaturas de un grado que volvían gélido y helador el ambiente iban de acuerdo con la conocida climatología escurialense, aunque no para comienzos de la primavera, sino para el crudo invierno. Las montañas de alrededor, en el camino que une la ciudad con la carretera 501, la nieve cubría las cimas y le daba al paisaje un aspecto de novela gótica. El aforo no estaba al completo pero el público se atrevió a desafiar el tiempo riguroso para disfrutar de una tarde de excelente música.
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