Foto:Nick Koon
RJ
El condado de Orange California, vecino de la ciudad de
Los Ángeles, no cuenta con una compañía de opera estable desde el 2008 cuando
desapareció la Opera Pacific. Por ello, Carl
St. Clair, director musical de la orquesta local Pacific Symphony, y en el pasado de la Komische Oper de Berlín, decidió que la opera debía regresar a esta
región y creó hace dos años el proyecto “Voces
Sinfónicas” con la intención de incluir dentro de cada temporada de la
orquesta un titulo operístico. La
Traviata de Verdi, se representó de manera semi-escenificada, ya que la
sede de la orquesta, la sala de conciertos Renée
and Henry Segerstrom Concert Hall, no cuenta con foso. Así, la orquesta se
colocó en la parte trasera del escenario, y la acción se desarrolló frente al
público. La escena comenzó con la cama de un moderno hospital en la que se
encontraba Violetta, con una enfermera que la asistía, y frente a ella un
televisor en el que se veía la película Camille
con Greta Garbo. Después de la obertura, y con pocos elementos de utilería y
muebles, la escena se trasladó a un salón del siglo 19, con elegantes
vestuarios de época. Hubo sirvientes, toreros bailarines, gitanas, y el sólido
coro Pacific Chorale, que tuvo una destacada participación, cantó desde la
sección trasera de butacas de la sala. La opera terminó donde inicio, como si
lo ocurrido fuera un sueño o la imaginación de la moribunda; aunque Alfredo
y Germont entraron al final con trajes
antiguos. ¿Intención? ¿Descuido? de cualquier manera con la dirección de escena
de A Scott Perry la función fue fluida y al servicio del canto. El papel de
Violetta fue interpretado por la soprano cubana Elizabeth Caballero con
elegante y radiante apariencia, grata tonalidad en su ágil y cristalino canto
que fue creciendo en intensidad, y a pesar que mostró más cautela de la debida en
‘sempre libera’ es una cantante
interesante y segura. Como Alfredo, el tenor Rolando Sanz, también de origen
cubano, exhibió calidez en su canto y desenvolvimiento actoral, aunque en
algunos pasajes su emisión y volumen parecían insuficientes. Como Germont
padre, el barítono Mark Delavan, desplegó una potente voz con un timbre nasal
poco grato, pero un comportamiento digno y autoritario. Una mención para la la
mezzosoprano Jamie Van Eyck como una extrovertida Flora y al veterano bajo Michael Gallup un creíble
y afligido Dr. Grenvil. Correctos estuvieron el resto de los cantantes.
Finalmente la lectura de Carl St. Clair fue adecuada y con pericia cuidando
aspectos como la dinámica, la musicalidad y el balance con los cantantes.
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