Lloyd Schwarz
La Orquesta Sinfónica de Boston celebró otro bicentenario, el de Robert Schumann (quien nació solo tres meses después que Chopin), con tres programas dedicados a interpretar sus cuatro sinfonías, y con otra celebridad, el pianista brasileño Nelson Freire, quien ejecutó el único concierto para piano de Schumann. El director invitado de ochenta y tres años de edad Kurt Masur dirigió enérgicas, aunque cromáticas y mono dinámicas (todas en mezzaforte) ejecuciones. Las sinfonías de Schumman con su gruesa textura orquesta, en verdad se benefician de tener primeros y segundos violines en lados opuestos del escenario – como se acomodaban en el tiempo de Schumann y como acostumbra hacerlo James Levine. Masur mantuvo ambas secciones juntas, y así, la primera (primavera) de Schumann y la cuarta, y la crucial interacción en el concierto, sonaron golpeadas y pesadas. Freire, que normalmente es un elocuente intérprete de exquisito tono, sonó extrañamente poco comunicativo, y más apagado que poético.
La orquesta también incluyó un programa de mucha imaginación con Rafael Frühbeck de Burgos quien condujo una suite del oratorio de Manuel de Falla La Atlàntida, una fascinante y austera partitura que tuvo momentos de extraordinario canto, en catalán, por parte de la soprano Alexandra Coku, como la reina Isabel, la mezzo Nathalie Stutzman como Pirene (reina de los pirineos), el barítono Philip Cutlip como el narrador, y el niño soprano Ryan Williams (como el joven Colon), y con el sobresaliente trabajo del espectacular coro Tanglewood Festival Chorus. Una semana antes David Robertson condujo la sinfonía de Doctor Atomic de John Adams, una orquestación de pasajes de su controvertida opera. La mejor musica en la sinfónica resulta ser la mejor de la opera – cuando Oppenheimer canta el soneto “Batter my heart” de John Donne- y un brillante solo de trompeta (el profundamente musical Thomas Rolfs).
La orquesta también incluyó un programa de mucha imaginación con Rafael Frühbeck de Burgos quien condujo una suite del oratorio de Manuel de Falla La Atlàntida, una fascinante y austera partitura que tuvo momentos de extraordinario canto, en catalán, por parte de la soprano Alexandra Coku, como la reina Isabel, la mezzo Nathalie Stutzman como Pirene (reina de los pirineos), el barítono Philip Cutlip como el narrador, y el niño soprano Ryan Williams (como el joven Colon), y con el sobresaliente trabajo del espectacular coro Tanglewood Festival Chorus. Una semana antes David Robertson condujo la sinfonía de Doctor Atomic de John Adams, una orquestación de pasajes de su controvertida opera. La mejor musica en la sinfónica resulta ser la mejor de la opera – cuando Oppenheimer canta el soneto “Batter my heart” de John Donne- y un brillante solo de trompeta (el profundamente musical Thomas Rolfs).
Tanto los músicos como el público parecieron apreciar más los pasajes más banales. A Brahms no le fue tan bien bajo la dirección de Frühbeck (Sinfonía 2) y con Robertson (Sinfonía Trágica). La siniestra suite del Milagroso Mandarin de Bartók, una especialidad de esta orquesta, estuvo mejor y solo tuvo una reacción dividida con el frío Nicolas Hodges, un especialista de música contemporánea, en el concierto para piano 2 de Prokofiev. El pianista Christian Zacharias dirigiendo dos sinfonías de Haydn, la gran 95 y la elegante 80 (que esta orquesta solo había ejecutado una vez en 1944), y desde el piano, dos relativamente oscuros conciertos de Mozart, el 15 y el 16, quienes cuelgan sobre la fascinante serie de grandes conciertos de Mozart. Estas ejecuciones fueron bien articuladas, con chispa, y para una orquesta de instrumentos modernos, relativamente ligeras.
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