Thais - Un valioso regreso tras 66 años de ausencia
Joel Poblete Morales
No sólo el fuerte y devastador terremoto que a fines de febrero azotó varias regiones de Chile hizo que este 2010 fuera un año particularmente agitado e intenso en el país sudamericano; la temporada de música docta y ópera se mostró variada y atractiva, confirmando que esta plaza se ha convertido en una de las más cotizadas en el ámbito cultural latinoamericano. Su principal baluarte continúa siendo el Teatro Municipal de Santiago, en plena capital, que en las últimas tres décadas ha llegado a ser considerado por muchos expertos internacionales como el escenario más estimulante de la región en lo que se refiere a montajes de ópera, incluso rivalizando con el legendario Colón de Buenos Aires. Pero próximo a cumplir 153 años, el coliseo chileno debió mantenerse cerrado durante cinco meses mientras era sometido a necesarias reparaciones tras los efectos que causó en su estructura el fuerte movimiento sísmico. A pesar de esto, las autoridades del teatro decidieron realizar la temporada originalmente planificada en distintos escenarios, y fue así como salvo algunos programas que debieron ser postergados, los espectáculos se trasladaron a otros recintos, y en el caso particular de la ópera, la programación se desarrolló en el recién inaugurado Teatro Escuela de Carabineros, mucho más reducido en espacio (butacas para 650 personas, mientras en el Municipal caben 1.500 espectadores), pero cómodo y moderno, y con excelente visibilidad para todo el público.
Así, en una producción del régisseur Fabio Sparvoli y el diseñador Giorgio Ricchelli que debió adaptarse al nuevo teatro, en mayo regresó el popular díptico integrado por Cavalleria Rusticana e I Pagliacci, con un elenco donde figuraban Alfred Kim y Verónica Villarroel, y Badri Maisuradze junto a Kelly Kaduce, en ambos títulos con el barítono ruso Roman Burdenko, encarnando a Alfio y Tonio, respectivamente; en junio, tras 14 años de ausencia, volvió Elektra de Strauss, que en un efectivo y austero montaje del veterano Michael Hampe, se presentó semi escenificada, con la orquesta al fondo del escenario mientras cantantes como Jeanne-Michèle Charbonnet, Ann-Marie Backlund y Susanne Resmark desarrollaban un intenso y volcánico despliegue dramático y vocal.
Y en julio, fue el turno del título lírico más esperado y significativo del año: el estreno en Chile de Alcina de Handel, la primera ópera barroca que el Municipal programaba en su temporada oficial en toda su historia (más vale tarde que nunca…); la puesta en escena de Marcelo Lombardero, con elementos evidentemente contemporáneos y el abundante uso de modernos recursos audiovisuales, tuvo admiradores y detractores por igual, pero nadie pudo quedar indiferente al excelente conjunto de cantantes convocados (con especial mención a las sopranos Birgitte Christensen, Heidi Stober y Judith Gautier, y la mezzosoprano Maite Beaumont encarnando a Ruggero, el mismo rol que canta en la grabación dirigida por Alain Curtis y protagonizada por Joyce DiDonato), ni menos a la sobresaliente labor del reconocido director Federico Maria Sardelli al frente de la Filarmónica de Santiago, sonando deliciosa y sorprendentemente cómoda en este repertorio que no suele abordar a menudo. En agosto, tras la gala de reapertura del teatro a comienzos de ese mes, la ópera volvió al fin al Teatro Municipal con el Macbeth de Verdi en una nueva y comentada puesta en escena del prestigioso Hugo de Ana, con una sorprendente mezcla de estéticas y el uso de una enorme pantalla LED donde se proyectaban fantasmagóricas imágenes; y en septiembre, siempre siguiendo con Verdi, fue el turno del célebre Rigoletto, en otro montaje que no convenció a todos por igual, a cargo del francés Jean-Louis Pichon, y con Andrzej Dobber, Ekaterina Lekhina y el tenor Russell Thomas como protagonistas, con una espléndida dirección musical del ucraniano Andriy Yurkevych.
Tras el ovacionado recital con el que el cotizado Juan Diego Flórez debutó al fin en Chile y las exitosas y concurridas presentaciones de Philip Glass, a fines de octubre el Municipal de Santiago ofreció el último título de la temporada lírica 2010, Thaïs de Jules Massenet, que no se presentaba en Chile desde 1944. Estrenada en 1894, esta pieza ha permanecido injustamente en segundo plano durante décadas, y si bien no alcanza las cumbres musicales y dramáticas de las dos obras maestras de su autor, Manon y Werther, de todos modos posee suficientes méritos como para merecer mejor suerte; afortunadamente, gracias a nuevos registros en disco y DVD y particularmente a la elogiada interpretación de la soprano Renée Fleming, en los últimos años este trabajo se está representando más frecuentemente en teatros de prestigio como el MET de Nueva York, confirmando que merece mucho más que estar relegada a ser recordada exclusivamente por el bello y delicado intermezzo “Meditación”, una de las más célebres partituras para violín solista de la historia. Indudablemente uno de los principales problemas que presenta montar esta ópera hoy en día es la credibilidad de su puesta en escena, ya que la trama en torno a una sensual cortesana que pasa a convertirse en una santa gracias a los esfuerzos redentores de un joven monje que a la vez de a poco termina enamorándose de ella, podría convertirse en algo muy naif e incluso ridículo. Afortunadamente, la producción del Municipal estuvo en manos del siempre talentoso diseñador Pablo Núñez, quien obtuvo una vez más merecidos elogios por su hermoso vestuario, además de confirmar su especial afinidad y sensibilidad hacia la ópera francesa, elaborando una escenografía efectiva y coherente en su simpleza y minimalismo (apoyado por la acertada iluminación de Ricardo Castro), y otorgando especial humanidad a la teatralidad de sus protagonistas, al esquivar con éxito los clichés y conmoviendo con su apasionada historia de amor imposible.
El otro escollo para presentar Thaïs es encontrar una soprano que le haga justicia vocal y dramáticamente al rol protagónico, y es por eso que en el éxito obtenido por el montaje fue fundamental la labor de la estupenda cantante estadounidense Elizabeth Futral, de regreso en Chile cinco años después de su aplaudida Lucia de Lammermoor. Aunque puede que en tan breve período de tiempo su voz haya perdido algo de frescura, la artista realizó un espléndido trabajo por partida doble: sorteó todas las dificultades musicales de un personaje exigente gracias a su registro sólido, timbre atractivo, adecuados agudos y una inspirada manera de decir las frases, y fue también una actriz convincente y emotiva, que además de verse hermosa en escena logró hacer creíble el paso de seductora a redimida, particularmente en su magnífico segundo acto, lleno de momentos memorables, como la famosa aria del espejo o el proceso interno que vive mientras la orquesta y el violín interpretan la “Meditación”.
Una lástima que al lado de la Futral, interpretando al coprotagonista, Athanaël, el barítono Christopher Robertson no pudiera estar a la misma altura: en lo escénico, su monje era monótono y severo y se veía demasiado maduro, y en lo vocal nunca se lo notó cómodo, con su timbre demasiado oscuro para el rol, y por si fuera poco aquejado por una alergia que lo hacía toser a menudo. Una pena, porque desde que debutó en el Municipal en 1990 este cantante ha ofrecido buenas actuaciones en óperas tan diversas como Los pescadores de perlas, Peter Grimes y Tristán e Isolda; hay que decir a su favor que hizo lo que pudo para cantar bien durante al menos dos funciones, pero ya en la tercera debió ser reemplazado por su colega que interpretaba el rol en el segundo reparto, el del llamado “Elenco Estelar”: tras sus promisorias actuaciones en Los pescadores de perlas el año pasado y este 2010 como Silvio en I pagliacci, el joven y ascendente barítono brasileño Leonardo Neiva no sólo confirmó que ya es uno de los mejores intérpretes latinoamericanos de su cuerda, sino además conformó una atractiva pareja con la Futral, con lo que el montaje ganó en emoción y pasión las últimas dos funciones, como siempre debió ser. Aunque no logró superar el excelente desempeño de su colega, en el segundo elenco la soprano danesa Kristine Becker Lund dejó una grata impresión con su material vocal y buena presencia escénica. En el rol de Nicias, muy acertados en sus breves intervenciones estuvieron los tenores chilenos Gonzalo Tomckowiack y Patricio Saxton, y de ambos elencos también se puede destacar a Ricardo Seguel como Palémon en el elenco Internacional, y a Gloria Rojas como Albine en el Estelar.
La partitura alterna el lirismo, la delicadeza, la introspección y la ternura, incorporando deliciosos apuntes de exotismo y como siempre demostrando la habilidad de Massenet para sugerir atmósferas a través de la música; todos estos rasgos fueron resaltados adecuadamente por los maestros Jan Latham-Koenig y José Luis Domínguez al frente de la Filarmónica en el elenco Internacional y el Estelar, respectivamente, y no se puede dejar de mencionar el sólido trabajo del concertino Hugo Arias en la “Meditación”. Sólo hubo que lamentar que tratándose de una obra que no se representaba en Chile desde hace 66 años, se haya decidido aplicar diversos e innecesarios cortes, incluyendo atractivos números como el trío femenino del segundo acto y hasta una escena completa, la segunda del tercer acto; en particular esta última alteración se hizo sentir, ya que ese cuadro ayuda a hacer más aceptable y creíble la transición emocional de Athanaël, sintiéndose así menos brusco su cambio en el desenlace. No se entiende qué puede haber justificado estos cambios, ya que además de su prolongada ausencia, esta ópera no es más larga de lo habitual.
Sea como sea, el regreso de Thaïs se convirtió en una de las mejores producciones de la temporada local y fue positivamente recibido por la crítica y el público. Fuera del Teatro Municipal, que ya anunció su atractiva temporada 2011, los últimos meses del año han seguido particularmente activos en el ámbito musical: un divertido y sólido Don Pasquale de Donizetti con cantantes chilenos y estética inspirada por el cómic; la inauguración del Teatro del Lago en la hermosa localidad sureña de Frutillar, que además anunció la próxima presentación de una ópera, lo que lo convertirá en el teatro con producciones líricas más austral del mundo; las inolvidables actuaciones de la Orquesta y el Coro del Teatro San Carlo de Nápoles en una gira exclusivamente consagrada a Chile, y el debut local del legendario Itzhak Perlman, en el concierto de música de películas de la Filarmónica de la Ciudad de Praga.
Así, en una producción del régisseur Fabio Sparvoli y el diseñador Giorgio Ricchelli que debió adaptarse al nuevo teatro, en mayo regresó el popular díptico integrado por Cavalleria Rusticana e I Pagliacci, con un elenco donde figuraban Alfred Kim y Verónica Villarroel, y Badri Maisuradze junto a Kelly Kaduce, en ambos títulos con el barítono ruso Roman Burdenko, encarnando a Alfio y Tonio, respectivamente; en junio, tras 14 años de ausencia, volvió Elektra de Strauss, que en un efectivo y austero montaje del veterano Michael Hampe, se presentó semi escenificada, con la orquesta al fondo del escenario mientras cantantes como Jeanne-Michèle Charbonnet, Ann-Marie Backlund y Susanne Resmark desarrollaban un intenso y volcánico despliegue dramático y vocal.
Y en julio, fue el turno del título lírico más esperado y significativo del año: el estreno en Chile de Alcina de Handel, la primera ópera barroca que el Municipal programaba en su temporada oficial en toda su historia (más vale tarde que nunca…); la puesta en escena de Marcelo Lombardero, con elementos evidentemente contemporáneos y el abundante uso de modernos recursos audiovisuales, tuvo admiradores y detractores por igual, pero nadie pudo quedar indiferente al excelente conjunto de cantantes convocados (con especial mención a las sopranos Birgitte Christensen, Heidi Stober y Judith Gautier, y la mezzosoprano Maite Beaumont encarnando a Ruggero, el mismo rol que canta en la grabación dirigida por Alain Curtis y protagonizada por Joyce DiDonato), ni menos a la sobresaliente labor del reconocido director Federico Maria Sardelli al frente de la Filarmónica de Santiago, sonando deliciosa y sorprendentemente cómoda en este repertorio que no suele abordar a menudo. En agosto, tras la gala de reapertura del teatro a comienzos de ese mes, la ópera volvió al fin al Teatro Municipal con el Macbeth de Verdi en una nueva y comentada puesta en escena del prestigioso Hugo de Ana, con una sorprendente mezcla de estéticas y el uso de una enorme pantalla LED donde se proyectaban fantasmagóricas imágenes; y en septiembre, siempre siguiendo con Verdi, fue el turno del célebre Rigoletto, en otro montaje que no convenció a todos por igual, a cargo del francés Jean-Louis Pichon, y con Andrzej Dobber, Ekaterina Lekhina y el tenor Russell Thomas como protagonistas, con una espléndida dirección musical del ucraniano Andriy Yurkevych.
Tras el ovacionado recital con el que el cotizado Juan Diego Flórez debutó al fin en Chile y las exitosas y concurridas presentaciones de Philip Glass, a fines de octubre el Municipal de Santiago ofreció el último título de la temporada lírica 2010, Thaïs de Jules Massenet, que no se presentaba en Chile desde 1944. Estrenada en 1894, esta pieza ha permanecido injustamente en segundo plano durante décadas, y si bien no alcanza las cumbres musicales y dramáticas de las dos obras maestras de su autor, Manon y Werther, de todos modos posee suficientes méritos como para merecer mejor suerte; afortunadamente, gracias a nuevos registros en disco y DVD y particularmente a la elogiada interpretación de la soprano Renée Fleming, en los últimos años este trabajo se está representando más frecuentemente en teatros de prestigio como el MET de Nueva York, confirmando que merece mucho más que estar relegada a ser recordada exclusivamente por el bello y delicado intermezzo “Meditación”, una de las más célebres partituras para violín solista de la historia. Indudablemente uno de los principales problemas que presenta montar esta ópera hoy en día es la credibilidad de su puesta en escena, ya que la trama en torno a una sensual cortesana que pasa a convertirse en una santa gracias a los esfuerzos redentores de un joven monje que a la vez de a poco termina enamorándose de ella, podría convertirse en algo muy naif e incluso ridículo. Afortunadamente, la producción del Municipal estuvo en manos del siempre talentoso diseñador Pablo Núñez, quien obtuvo una vez más merecidos elogios por su hermoso vestuario, además de confirmar su especial afinidad y sensibilidad hacia la ópera francesa, elaborando una escenografía efectiva y coherente en su simpleza y minimalismo (apoyado por la acertada iluminación de Ricardo Castro), y otorgando especial humanidad a la teatralidad de sus protagonistas, al esquivar con éxito los clichés y conmoviendo con su apasionada historia de amor imposible.
El otro escollo para presentar Thaïs es encontrar una soprano que le haga justicia vocal y dramáticamente al rol protagónico, y es por eso que en el éxito obtenido por el montaje fue fundamental la labor de la estupenda cantante estadounidense Elizabeth Futral, de regreso en Chile cinco años después de su aplaudida Lucia de Lammermoor. Aunque puede que en tan breve período de tiempo su voz haya perdido algo de frescura, la artista realizó un espléndido trabajo por partida doble: sorteó todas las dificultades musicales de un personaje exigente gracias a su registro sólido, timbre atractivo, adecuados agudos y una inspirada manera de decir las frases, y fue también una actriz convincente y emotiva, que además de verse hermosa en escena logró hacer creíble el paso de seductora a redimida, particularmente en su magnífico segundo acto, lleno de momentos memorables, como la famosa aria del espejo o el proceso interno que vive mientras la orquesta y el violín interpretan la “Meditación”.
Una lástima que al lado de la Futral, interpretando al coprotagonista, Athanaël, el barítono Christopher Robertson no pudiera estar a la misma altura: en lo escénico, su monje era monótono y severo y se veía demasiado maduro, y en lo vocal nunca se lo notó cómodo, con su timbre demasiado oscuro para el rol, y por si fuera poco aquejado por una alergia que lo hacía toser a menudo. Una pena, porque desde que debutó en el Municipal en 1990 este cantante ha ofrecido buenas actuaciones en óperas tan diversas como Los pescadores de perlas, Peter Grimes y Tristán e Isolda; hay que decir a su favor que hizo lo que pudo para cantar bien durante al menos dos funciones, pero ya en la tercera debió ser reemplazado por su colega que interpretaba el rol en el segundo reparto, el del llamado “Elenco Estelar”: tras sus promisorias actuaciones en Los pescadores de perlas el año pasado y este 2010 como Silvio en I pagliacci, el joven y ascendente barítono brasileño Leonardo Neiva no sólo confirmó que ya es uno de los mejores intérpretes latinoamericanos de su cuerda, sino además conformó una atractiva pareja con la Futral, con lo que el montaje ganó en emoción y pasión las últimas dos funciones, como siempre debió ser. Aunque no logró superar el excelente desempeño de su colega, en el segundo elenco la soprano danesa Kristine Becker Lund dejó una grata impresión con su material vocal y buena presencia escénica. En el rol de Nicias, muy acertados en sus breves intervenciones estuvieron los tenores chilenos Gonzalo Tomckowiack y Patricio Saxton, y de ambos elencos también se puede destacar a Ricardo Seguel como Palémon en el elenco Internacional, y a Gloria Rojas como Albine en el Estelar.
La partitura alterna el lirismo, la delicadeza, la introspección y la ternura, incorporando deliciosos apuntes de exotismo y como siempre demostrando la habilidad de Massenet para sugerir atmósferas a través de la música; todos estos rasgos fueron resaltados adecuadamente por los maestros Jan Latham-Koenig y José Luis Domínguez al frente de la Filarmónica en el elenco Internacional y el Estelar, respectivamente, y no se puede dejar de mencionar el sólido trabajo del concertino Hugo Arias en la “Meditación”. Sólo hubo que lamentar que tratándose de una obra que no se representaba en Chile desde hace 66 años, se haya decidido aplicar diversos e innecesarios cortes, incluyendo atractivos números como el trío femenino del segundo acto y hasta una escena completa, la segunda del tercer acto; en particular esta última alteración se hizo sentir, ya que ese cuadro ayuda a hacer más aceptable y creíble la transición emocional de Athanaël, sintiéndose así menos brusco su cambio en el desenlace. No se entiende qué puede haber justificado estos cambios, ya que además de su prolongada ausencia, esta ópera no es más larga de lo habitual.
Sea como sea, el regreso de Thaïs se convirtió en una de las mejores producciones de la temporada local y fue positivamente recibido por la crítica y el público. Fuera del Teatro Municipal, que ya anunció su atractiva temporada 2011, los últimos meses del año han seguido particularmente activos en el ámbito musical: un divertido y sólido Don Pasquale de Donizetti con cantantes chilenos y estética inspirada por el cómic; la inauguración del Teatro del Lago en la hermosa localidad sureña de Frutillar, que además anunció la próxima presentación de una ópera, lo que lo convertirá en el teatro con producciones líricas más austral del mundo; las inolvidables actuaciones de la Orquesta y el Coro del Teatro San Carlo de Nápoles en una gira exclusivamente consagrada a Chile, y el debut local del legendario Itzhak Perlman, en el concierto de música de películas de la Filarmónica de la Ciudad de Praga.
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