Alicia Perris
12 de diciembre de 2010, 21 horas. Variaciones Goldberg. Ballet de Zurich. Director de escena y coréografo: Heinz Spoerli. Música. Johann Sebastián Bach. Escenografía y figurinista: Keso Dekker. Iluminador: Jan Thomas Hofstra. Pianista: Alexey Botvinov. Teatro Real.
“…Si para el compositor la “finalidad” de su música consiste en su capacidad de crear un orden autónomo entre el ser humano y el tiempo, así el coréografo entiende como “finalidad” del ballet un orden paralelo entre el ser humano y el espacio. De este modo, la música y la danza configuran la cabeza de Jano de una estética que se pondrá de manifiesto del modo más puro en el ballet musical atemático”. (Dietrich Steinbeck/ Traducción de Gabriel Menéndez Torrellas).
Encargadas en 1742 por el conde von Keyserlingk para acompasar sus noches sin sueño, esta obra lleva el nombre de su clavicordista, Johann Gottlieb Goldberg. Un tema y 30 variaciones conforman estas Variaciones Goldberg de Bach, coreografiada por vez primera por Jerome Robbins en 1971 para el New York City Ballet. Con este trabajo musical se ejercitaba Hannibal Lecter en sus horas libres florentinas, entre asesinato y asesinato, mientras la partitura, matemática como una maquinaria perfecta, le organizaba en su cerebro bien afinado, la estrategia delictiva. En esta ocasión, el Teatro Real, da la oportunidad al espectador, de contar con una puesta basada en el virtuosismo de los bailarines, en grupos de dos, tres, cuatro y en un despliegue coral, aderezado con maillots de colores escogidos con cuidado, una escenografía austera de telones que suben y bajan y una iluminación que enmarca como un guante el espectáculo. La música, en vivo, interpretada por Alexei Botvinov, saca todo el partido a una partitura que se ha convertido en objeto de culto para muchos. Ni destaca, ni se pierde, ocupa un lugar notable pero justo en un escenario atravesado por la precisión y la delicadeza de unos bailarines que más que moverse, se deslizan sin ruido, como evanescentes, delante de un público que sigue fascinado, la perfección de sus evoluciones. Son varios días de danza con una coreografía imaginada por Heinz Spoerli, que dirige la compañía desde 1996 y cuenta con algo más de un siglo de trayectoria.
“…Si para el compositor la “finalidad” de su música consiste en su capacidad de crear un orden autónomo entre el ser humano y el tiempo, así el coréografo entiende como “finalidad” del ballet un orden paralelo entre el ser humano y el espacio. De este modo, la música y la danza configuran la cabeza de Jano de una estética que se pondrá de manifiesto del modo más puro en el ballet musical atemático”. (Dietrich Steinbeck/ Traducción de Gabriel Menéndez Torrellas).
Encargadas en 1742 por el conde von Keyserlingk para acompasar sus noches sin sueño, esta obra lleva el nombre de su clavicordista, Johann Gottlieb Goldberg. Un tema y 30 variaciones conforman estas Variaciones Goldberg de Bach, coreografiada por vez primera por Jerome Robbins en 1971 para el New York City Ballet. Con este trabajo musical se ejercitaba Hannibal Lecter en sus horas libres florentinas, entre asesinato y asesinato, mientras la partitura, matemática como una maquinaria perfecta, le organizaba en su cerebro bien afinado, la estrategia delictiva. En esta ocasión, el Teatro Real, da la oportunidad al espectador, de contar con una puesta basada en el virtuosismo de los bailarines, en grupos de dos, tres, cuatro y en un despliegue coral, aderezado con maillots de colores escogidos con cuidado, una escenografía austera de telones que suben y bajan y una iluminación que enmarca como un guante el espectáculo. La música, en vivo, interpretada por Alexei Botvinov, saca todo el partido a una partitura que se ha convertido en objeto de culto para muchos. Ni destaca, ni se pierde, ocupa un lugar notable pero justo en un escenario atravesado por la precisión y la delicadeza de unos bailarines que más que moverse, se deslizan sin ruido, como evanescentes, delante de un público que sigue fascinado, la perfección de sus evoluciones. Son varios días de danza con una coreografía imaginada por Heinz Spoerli, que dirige la compañía desde 1996 y cuenta con algo más de un siglo de trayectoria.
Spoerli ha reinterpretado en esos años varios ballets tan conocidos como Don Quijote, Coppelia o El lago de los cisnes, utilizando compositores de la talla de Berio, Ravel, Brahms o Mozart. Como un círculo perfecto, el ballet se abre y se cierra con el elenco al completo, aunque podría haberse gozado aún más del conjunto desplegado en su totalidad, ya que la armonía y el ajuste que demuestran son sorprendentes. Variaciones casi zen de música y coreografías, el baile aquí inaugura espacios de emoción y armonía. Suiza es un país pequeño, pero que alberga varias compañías de danza, entre ellas el inefable Ballet de Lausanne que fundara Maurice Béjart, siempre añorado y recordado por sus increíbles creaciones y performances irrepetibles. El domingo 12 hubo dos funciones en el Teatro Real y la última, a las nueve de la noche, preparó para el disfrute y el descanso antes del comienzo de la semana laboral a un público dispuesto, muy distinto del que acompaña los espectáculos de ópera del coliseo madrileño, pero igual de curioso y entregado.
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