Luis Hernández
Mergal / Especial El Nuevo Día
Aunque el
compositor francés Jules Massenet completó “Werther” en 1887, no fue sino hasta
el 1892 que este drama lírico adaptado de la famosa novela de Goethe recibió su
estreno en lengua francesa en Ginebra. La versión operística de Massenet, que
sepamos, no desató la “fiebre Werther” que incendió a toda Europa tras la
publicación de la novela en 1774, convirtiendo a Goethe en una sensación
literaria de la noche a la mañana y causando no pocos suicidios entre
adolescentes que imitaban al trágico héroe. Y es que para la fecha del estreno
del drama lírico de Massenet ya había pasado mucho tiempo desde los fogosos
años del Sturm und Drang (“tormenta y golpe”) alemán, movimiento proto
romántico de sentimientos extremos y grandes pasiones, del que las cuitas del
joven Werther fue un paradigma emblemático.
Massenet, al contrario, vivió un romanticismo tardío y cansado que había
sufrido el embate realista de la Madame Bovary de Flaubert. Sin embargo, el
secreto del éxito del Werther de Massenet es precisamente el regresarnos a
aquel pretérrito mundo romántico apasionado. Si la Bovary, como ha dicho Vargas
Llosa, representa la alienación del ser humano en la época industrial, Werther
representa el conflicto entre la pasión y el deber moral, conflicto que sólo encuentra
solución en la propia inmolación del héroe. El genio del drama lírico de
Massenet es plasmar con sabiduría musical esa relación conflictiva entre el
personaje principal y su contraparte femenino, Charlotte. A su vez, el reto
para los cantantes y para la orquesta y su director es traer a la vida estos
personajes y representar su atribulada relación con realismo y convicción. El
público puertorriqueño tuvo la fortuna de presenciar el pasado miércoles una
producción de CulturArte de Puerto Rico y su director artístico Guillermo
Martínez del Werther de Massenet, en versión semi escenificada, en la Sala
Sinfónica Pablo Casals del Centro de Bellas Artes de Santurce, con la
participación del gran tenor Piotr
Beczala (Werther), la mezzo soprano Kate
Aldrich (Charlotte), el barítono Alexei
Lavrov (Albert), la soprano Larisa
Martínez (Sophie) y el bajo Ricardo
Lugo (Le Bailli). También actuaron Justin
Márquez y Carlos Ortiz como
Johann y Schmidt, respectivamente, y un coro de niños dirigido por Jo Anne
Herrero. La producción contó con la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico dirigida
por Maximiano Valdés. El diseño de
escenografía estuvo a cargo del reconocido artista Jaime Suárez. Gilberto
Valenzuela fue el director de escena. La expectativa ante una producción
semi escenificada de una ópera suele ser la de que se va a escuchar una versión
de concierto con alguno que otro movimiento para recordar (por lo general
malamente) el contexto escénico.
En este
caso, muy al contrario, tan solo un diván, un escritorio y dos sillas fueron
suficientes para traer esta ópera a la vida. Claro está, la excelsa actuación y
suprema voz tanto de Beczala como de Aldrich fueron el agente catalizador de
esta sorprendente transformación mágica. Quizá el aspecto más satisfactorio, en
la suma de las arias y duetos de Beczala y Aldrich, residió en la gran sutileza
de sus voces al transmitir impecablemente la ingente gradación de emociones
contenidas en las hermosas melodías de Massenet: la esperanzada alegría de
Werther en “Ya no sé si estoy soñando” y el dueto con Charlotte en el primer
acto, el desencanto y la resignación en “Otro, su esposo” y “Sí, esto que me
ordena” de Werther en el segundo acto, así como su encuentro con Albert, cuya
actitud amistosa pero severa fue bien expresada por Lavrov. En el tercer acto,
la gran actuación de Aldrich en sus arias fue lamentablemente interrumpida por
un público entusiasta pero desconocedor de las costumbres de este tipo de drama
lírico francés, que requiere el flujo continuo entre las arias y las
intervenciones de los demás personajes, razón por la cual el director Valdés se
vio obligado a detener la música en varias ocasiones. En todo caso, la química
entre la pasión y el remordimiento de Charlotte y la ingenuidad de su hermana
Sophie, excelentemente interpretada por la límpida voz de Larisa Martínez, fue
uno de tantos momentos excelsos de esta versión. Finalmente, el desenlace
trágico entre Charlotte y Werther en el cuarto acto, con el suicidio del héroe,
fue un desbordamiento de pasión emotiva y virtuosismo vocal. Vale destacar también la actuación del
maestro Valdés y la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, quienes supieron manejar
exitosamente el frágil equilibrio entre la orquesta colocada en el escenario
junto a los cantantes. La ovación del
público fue merecida por demás.
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