Maria Grazia Schiavo |
Foto:Brescia & Amisano
Massimo Viazzo
Este Tamerlano será recordado como uno de los espectáculos mejor
logrados de la temporada actual del Teatro alla Scala de Milán. En primer lugar, el mérito es del elenco de altísimo
perfil encabezado por la extraordinaria prestación de dos de los mejores contratenores
en la plaza como: Bejun Mehta en el
papel del personaje del título, un cantante de vocalidad sana con inflexiones
en el timbre, de reflejos dorados y notable capacidad expresiva; y Franco Fagioli, un vulnerable
Andronico, combativo e introvertido, de voz de color muy bruñido y con una destacada
predisposición al fraseo; eso sin hablar de la virtuosa habilidad de ambos cantantes,
que fue absolutamente fuera de lo común en la coloratura más intrépida, siempre
precisa y sobresaliente. Es de remarcar también la victoriosa presencia de Plácido Domingo como Bajazet, aún en
grado de mostrar un acento esculpido y una dicción perfecta y comunicativa, así
como una voz firme y un timbre inconfundible, poco importando si en realidad
tuvo algunos olvidos e imprecisiones en el canto de agilidad que ya se habían señalado
en el ensayo. La escena de la muerte de
Bajazet conmovió al público ya que fue un ¡gran momento de teatro! Las dos intérpretes
femeninas, Maria Grazia Schiavo fue una
Asteria dulce y combativa, transparente y cristalina, que supo calentar el corazón
en sus arias más patéticas y melancólicas; como también la luchadora y
obstinada Irene de Marianne Crebassa,
de grato timbre pulido y siempre determinada en el acento. Completó un reparto
de notable bravura, el sólido y autoritario Leone de Christian Senn. En el podio Diego
Fasolis dirigió con cuidado, pero en un modo que por momentos pareció un
poco mecánico.
Plácido Domingo |
La agrupación de instrumentos históricos de la orquesta del Teatro alla Scala,
reforzada en esta ocasión por elementos de I
Barocchisti, ensamble suizo del que Fasolis es su fundador y director.
Dejando hasta el final -last but not
least- escribo de Davide Livermore
el creador del espectáculo. El director de escena italiano dio una lectura a
esta obra maestra handeliana (¡una muy grande obra!) de una rara fuerza dramática
y notable impacto en el público, trasladando la trama original a la primera
parte del siglo dieciocho en la Rusia de la revolución de octubre, una Rusia fría
y brumosa, azotada continuamente de tormentas de nieve, y una Rusia que daba un
guiño al gran cinema de Sergei Eisentein. Livermore cuidó con atención cada detalle
haciendo vivas y escénicamente interesantes las numerosas arias con da capo, verdadero talón de Aquiles de
los montajes de óperas barrocas (con cantantes dejados frecuentemente a merced
de ellos mismos, o peor aún, enfrascados en escenas insensatas o exageradas).
Como Livermore es también musico, evitó con inteligencia esas trampas metiendo a
los cantantes a sus anchas y dando un modo a los espectadores con un subtexto
casi escondido con la presencia en escena del propio Stalin, Lenin y el Zar Nicolás
en persona. ¡Inútil hablar del gran éxito
que al final involucró a todos!
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