Prensa Fesnojiv
Dos orquestas, dos maneras de tocar, un director, un concierto y la palabra juntos, escrita en mayúscula. Gustavo Dudamel unió a la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar y a la Sinfónica de Gotemburgo Suecía. No era la primera vez que la sinfónica venezolana tocaba con otra orquesta: el año pasado lo hizo junto con la Orquesta de Radio Francia, pero sí fue la primera vez que Dudamel hermanó dos de las orquestas de las cuales es director titular y, las primeras que le abrieron sus puertas. La presentación en Gotemburgo fue la primera parada de la Gira europea de la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar de Venezuela. Gustavo Dudamel dirigió, en la primera parte del concierto, a la Sinfónica de Gotemburgo con una pieza que roza de cerca la palabra picardía. Se trató de Midsommarvaka (Vigilia de mitad de verano) del compositor sueco Hugo Alfven. Más tarde, la música hizo que los colores de la Isla Margarita se dibujaran bajo el recio techo de madera del Gothenburg Concert Hall, cuando la obra Margariteña del maestro venezolano Inocente Carreño arrancó largos minutos de aplausos. Latinoamérica sonaría mucho más en esa sala. Cuando el cese de los aplausos lo permitió, la Simón Bolívar interpretó las Danzas del Ballet La Estancia del argentino Alberto Ginastera, cuyo final, el Malambo, hizo que los suecos se levantaran de sus sillas sin pensarlo mucho.
Después del intermedio sucedió lo esperado: músicos venezolanos y suecos se sentaron juntos e interpretaron La Consagración de la Primavera de Stravinsky. Después de un solo ensayo conjunto, la orquesta, en ese momento sueco-venezolana, interpretó una obra cuya complejidad rítmica constituye todo un desafío de engranaje entre los músicos. La obra sedujo a toda la audiencia, en un episodio totalmente opuesto a lo vivido a su estreno en París hace casi 100 años, cuando los instrumentistas tuvieron que defenderse de las agresiones físicas y verbales del público. Los integrantes de la orquesta sueca, cual magos de sombrero hondo, sacaron de sus bolsillos más de 145 bandas con la bandera de Suecia para colocarlas en los torsos de los músicos venezolanos, que, sin quedarse atrás, les pusieron a los miembros de la Sinfónica de Gotemburgo la medalla con el tricolor venezolano y el lema de El Sistema que, desde hace 35 años reza: “Tocar y luchar”. Los 1246 espectadores del Gothenburg Concert Hall aplaudieron durante más de 10 minutos a la orquesta combinada. El objetivo era claro, querían más y lo consiguieron. Los asistentes, animados por ser parte de la orquesta, tocaron lo que podían tocar desde las butacas: palmearon y movieron ligeramente los hombros al ritmo de Tico Tico, una pieza de Zequinha de Abreu que contagia con su música hasta aquel que no se anima ni a mover los dedos. Luego, 10 minutos más de aplausos sellaron el recuerdo de la primera vez que la orquesta venezolana se presentaba en territorio sueco.
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