Foto: Gianluca Moggi
Massimo Crispi
El festival del
Maggio Musicale se encuentra en profunda crisis, causada por lo demás por los derroches
de hace años y por la crisis económica que afecta toda Europa y nuestro país: Don
Carlo de la inauguración lo realizaron en forma de oratorio, así como será
Maria Stuarda, Abbado y Gatti se exhiben gratuitamente para soportar el
festival. El nuevo Teatro de la Opera de Florencia (cuya acústica seria mucho
mas que buena), que ya costó millones de euros y todavía sigue sin acabar
definitivamente aunque lo utilicen para unos conciertos, se queda cerrado por
sus enormes costes de gestión por la Fundación, y se erige como un enorme
simulacro vacío, casi símbolo mas de los años de los derroches que de un
porvenir lleno de música y arte. Il Farnace de Antonio
Vivaldi, tercer titulo del festival, al contrario, hizo invertir su dirección, el
original proyecto conciertístico convirtiendose en forma escénica y se eligió
como sede el enorme Teatro Comunale en vez del más idóneo Teatro Goldoni,
pequeña joya histórica de Florencia. Francesco Maria Sardelli y
Marco Gandini cuidaron respectivamente la parte musical y escenica. Se hizo mucho ruido sobre
esa exhumación de Il Farnace después de casi tres siglos. Esa fue una de las
operas de Vivaldi con mas éxito, a la época, tanto que existieron por los menos
ocho distintas versiones que el compositor adaptó en ocho distintas ciudades y
con distintos repartos, con cambios de papeles, de música, de recitativos. Solo
sobreviven dos versiones, la de Pavia de 1727 y la de Ferrara de 1739, que pero
solo tiene dos actos, siendo perdido el tercero. Se eligió en Florencia la
última versión de Vivaldi, la de Ferrara, porque, dice Sardelli, es la mas madura
musicalmente y la mas interesante. La versión de concierto de este cabo de obra
olvidado hubiera sido entonces la mejor solución (faltando el tercer acto) para
un festival mundial como el Maggio Musicale, para darle el justo resalte. Pues
al Maggio quisieron hacer mas y decidieron a la ultima hora, o casi a la
ultima, de ponerla en escena, como el Don Carlo no pudo ser representado con la
puesta de Luca Ronconi. Pero seria mas correcto
hablar de una forma semiescénica, porque los cantantes, quizás avisados tarde del
cambio de destino del Farnace, no pudieron aprender de memoria la opera, así
que en el escenario estaba un bosque de facistoles siempre cambiando de sitio,
acarreados por los cantantes mismos o por servidores de escena, resultando así
casi como un recorrido de obstáculos para los artistas. Obstáculos que quizás
eran los menores, siendo la puesta de Gandini el mayor. Gandini, que se
pregunta en el programa de cómo un drama barroco pueda decir algo hoy al
público, no se le da ningun resalto a las convenciones del mismo teatro
barroco, ignorando que el idioma del libretto y las relaciones entre los
personajes, la historia (porque de drama histórico se trata), los temas
desarrollados, que son bastantes y muchos, tienen su importancia. Él pone la
escena en un tiempo imprecisado donde los personajes pasean en el escenario
como “cuadros de una exposición”, ignorando que todo esos tíos y tías no son
ajenos viniendo del espacio pues existiendo una relación muy estrecha entre
ellos. Además que el idioma del libretto
de Antonio Maria Lucchini es muy rico de
alegorías, de metáforas y de todas figuras retoricas que son el alimento del
barroco. Las ¿instrucciones? impartidas a los artistas y sobre todo las
conexiones entre ellos aparecían casuales y esquizofrénicas. Pues quizás lo que
pasa es peor. Quizás la razón hay que
recercarla en el asunto que las escenografías llegaban de los sótanos del
teatro y de operas que no se cumplieron porque los recursos de la fundación,
como decimos al inicio, se acabaron (las chatarras sin sentido en el escenario
venían del Don Carlo inacabado, y reconocimos unos fragmentos de ruinas romanas
de una Clemenza di Tito de Maurizio Balò de hace años, y otros objetos), y
también ¿que estuvo muy poco tiempo para realizar ese Farnace?…O ¿se quería
poner en escena la desorientación imperando en la Italia actual, por una
intrépida metáfora? ¿Quien sabe? Pero,
de todas formas, no se pueden mezclar todos ingredientes para hacer un timbal
mal cocido sin un sentido dramatúrgico, que ya tiene un enorme problema porque
falta un acto completo. Resulta inútil como despendio y como operación. Primero
se evidencia una desconexión entre quien propone esa operación y quien la
disfruta, o sea el publico.
Todo, los proyectores deslumbrando
con violencia en los ojos del público como si fuera el sol del mediodía en el
verano del Sahara, los facistoles sobre carritos aclarados por lámparas al neón
(siempre contra del publico, casi ese fuera un enemigo siempre a molestar), y
esos carritos siendo llevados por servidores de escena a menudo un poco
desmañados, enormes y ruidosas cortinas de plástico siempre con viento (que,
con una iluminación adecuada, quizás pudieran volverse en algo interesante),
luces casuales, gestos también casuales de los personajes, personas fuera de la
iluminación, proyecciones de caras enormes de actores sin expresividad
distrayendo de la música y que nada añadían a la comprensión del texto y a lo
que pasaba en la escena, y mucho mas, eran el constante acecho a la paciencia
del público. Suerte que el público hoy
se contenta y es pacifico, comprende que el Maggio Musicale está en
dificultades y se deja conmover por la súplica del jefe Sardelli, antes de
iniciar la ouverture, lanzada en la sombra del auditorio “¡Que apoyen el
Maggio!”. ¿Un poco rufián? Es el caso que se diga al final, mejor, suena mas
oportuno el proclama… Del punto de vista acústico
las cosas también resultaban problemáticas. La suave música de Vivaldi, llena
de chiaroscuri y contrastes necesitaba de un espacio mas intimo, justamente
para evidenciar todos matizados que el hábil Sardelli obtuvo de la muy buena
orquesta del Comunale. Y cuantos colores de la música napolitana de la época,
inconsuetas en Vivaldi, notamos en esa partitura... Que interesante. Pues al
final la partitura no era totalmente inolvidable como la vendieron: no todas
arias eran de nivel y además ¡no todos cantantes estaban al nivel de cantar
esas arias! Si los papeles de Farnace,
Mary-Ellen Nesi, Tamiri, Sonia Prina, Gilade, Roberta Mameli, y añadimos
también Selinda, Loriana Castellano, estuvieron decorosos, la furiosa Berenice
de Delphine Galou, con fijezas sonoras que pensábamos olvidadas y fuera de moda,
y los dos tenores (¿¿¿heroicos???) Emanuele D’Aguanno, como Pompeo, con sonidos
de nariz y un débil registro grave, y un improbable Magnus Staveland, que,
además, mostraba ser ajeno a la prosodia y a la “vocalità” italianas, olvidando
u ignorando la dramaticidad intrínseca del idioma italiano, eran casi al nivel
de un ensayo escolar. Cuando uno se enfrenta en
una opera barroca, generalmente, hoy la se confía a los que se dicen
“especialistas” de ese repertorio. A menudo muchos de esos “especialistas” no
tienen nada mas de especial que voces pequeñas y fijas, y faltan de algo
fundamental que es necesario para los artistas de teatro en general y en el
barroco en particular: el carisma vocal. Eran operas escritas para las
estrellas de la época, esas, y pocos consideran ese aspect. La dimensión de la estrella
solo la tenían Prina, Nesi y Mameli, y lo demostraron bastante en sus arias y
en buena parte en los recitativos. Los otros del reparto parecían pasar de allí
por casualidad, sin una conciencia de los versos ni del personaje ni de la
dramaturgia, sin hablar del problema vocal. Perdidos todos en un escenario abismal,
con pasarelas muy distantes, sin utensilios que no fueran los facistoles y,
sobre todo, sin un guía de regia digno de ese nombre, ya perjudicaron buena
parte del desarrollo de la función. No hubiera sido mejor una
solución de concierto con una selección de las arias mas bellas y
significativas de todas versiones disponibles de Farnace, con un actor
verdadero que contara las partes perdidas y la trama, mas que las impropias
voces grabadas que escuchamos en el final? Todo hubiera sido menos confuso, dejando
mas resalto y menos obstáculos a la música, que en unos momentos era sublime, y
menos molesto que ser cegados por proyectores irreflexivos o dudosos por
detritos de escenografías que no tenían ninguna razón. Pues… para hacer esto
necesitan ideas, porque todo es menos protegido, es mas evidente y la atención
está enfocada sobre la habilidad de los interpretes, y las ideas quizás ni se
encuentran al primer rincón ni salen solo arreglando los sótanos. Todo hubiera
resultado mucho menos caro, y además en periodos de crisis, y quizás con
resultados mejores y adecuados. Muy apreciadas fueron, y
justamente, las arias de Gilade (pirotécnica Mameli), “Quell’usignuolo che
innamorato”, todas arias de Tamiri (sublime Prina), las de Selinda (digna
Castellano), y la ultima de Farnace (intensísima y mágica Nesi), “Gelido in
ogni vena”, conmovedora y rica musicalmente, como si el hielo penetrara
realmente dentro del cuerpo del espectador, y que fue el final de la función.
Esa ultima aria llega directamente de la versión de Pavia y la utilizaron para
dar una apariencia de final a algo que no lo tenia. Preferimos no decir nada de
los autores del vestuario, de las escenas y de las proyecciones por “caridad de
patria”. Sonoras reprobaciones al regista, por los menos.
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