Massimo Viazzo
En un
Festival 2013, en la presa de los recortes impuestos por las necesidades del
balance en una Fundación “comisariada”, después de cambiar en pocas semanas la
programación del "Barbero de Sevilla" con "Il cappello di paglia
di Firenze", al final se optó por "The Rape of Lucretia". Esa es
una reprisa de una puesta en escena de los Teatri di Reggio Emilia que ya en
Florencia se habia visto en el mismo Teatro Goldoni en 2001. Pues esa elección
obligada por la necesidad no la apercibimos como un expediente, al contrario
nos apareció muy oportuno por las celebraciones del aniversario (1913-2013) del
nacimiento de Benjamin Britten. Esa es una puesta en escena valiente, porque
sea la estructura escénica, esencial y por lo tanto completa en su
esencialidad, no muestra rayas del tiempo y pone en resalto el material
dramático y musical de ese cabo de obra muy complejo ofreciendo muchos noveles
de interpretación. Las
escenas, el vestuario y la iluminación eran todos de Gianni Carluccio y la
dirección era de Daniele Abbado. El ensamble de cámara de la orquesta del Maggio
era directo por el maestro Jonathan
Webb. Daniele
Abbado anticipa que su puesta en escena ya sale de una “traición” del texto
original. Hay que decir que el argumento, viniendo de Tito Livio y después
filtrado por Shakespeare y además por el dramaturgo francés André Obey y, por
ultimo Ronald Duncan, que escribió un libretto de alto nivel dramático y
poético, aparece como digerido varias veces, y en su camino nos enseña mas y
mas analogías con el mundo actual. En
origen estarían dos coros, uno masculino y uno femenino, sintetizados aquí por
un tenor y una soprano, que son los verdaderos protagonistas de la opera, leyendo
siempre dos grandes libros y cuentan los hechos de los personajes. Representan
la Historia: los personajes actuando en la escena serian casi como una
proyección de los dos coristas, ellos son los observadores de lo que ocurre, lo
comentan, explican al publico el significado de esas acciones, de la corrupción
de la puridad a los sentidos negativos como la envidia y la perfidia que
destrozan todas relaciones humanas. Eran estos sentidos y esas emociones que en
la época del estreno, el 1946, todavía vagabundeaban por la Europa, sus oscuras
memoria de genocidios y de arruinamientos por la secunda guerra mundial de hace
poco. Entonces
¿donde está esa “traición”? Aquí está: en esa puesta en escena los dos coristas
no leen libros ni están inmóviles, impasibles como impasible es la Historia,
pues participan y siguen los movimientos de esas marionetas agitando en la
escena, atándose a ellas y casi identificándose en sus problemas. Así se vuelca
el concepto mismo de coro de la tragedia antigua y Abbado, en sus intenciones,
hace mas moderno ese drama. Todo, sin embargo, en la escena funciona muy bien y
el espectáculo sigue adelante aun empeñe mucho por la densidad de su material
literario y musical. La
violación de Lucretia es la maldad humana estropeando la belleza y la honestad
solo para el placer de destruir, dejando en la desesperación la misma Lucretia
y su marido Collatinus. La tragedia terminará con el suicidio purificador de
Lucretia, que no puede soportar la vergüenza aun inocente.. Esa
operación de recuperación se reveló entonces una idea muy buena y además el
reparto de esa edición fue particularmente valioso. Muy
buenos antes de todo los dos coristas Gordon Gietz y Susannah Glanville, siempre
en la escena comentando con su cuerpo y con su canto cada momento del drama.
Collatinus fue el bajo Thomas Tatzl, optimo y conmovedor, perfectamente en
sintonía con su mujer Lucretia, Julianne Young, intensa y profunda, autentica
matrona con carisma. Juinius, Philip Smith, y Tarquinius, Jacques Imbrailo, cantaron
y actuaron sus papeles mas que dignamente, nunca soberactuando y siempre con
mesura, y la Bianca de la Gabriella Sborgi fue de notable presencia vocal y
escénica. Una grata luce sonora y visual fue la dulce y suave Lucia cantada por
Laura Catrani. El
jefe Jonathan Webb, con ese ensamble mínimo siempre fue excelente y sin caudas
de tensión. La única
cosa quizás de verdad superflua fueron unos video (de Luca Scarzella) con escenas
de guerra: inútiles acotaciones: ya estaba el texto muy denso de Duncan,
sublimemente preñado de horrores y suavidades y la iluminación sabia de
Carluccio, subrayando los afectos del momento durante toda la opera.
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