Foto; Edo de Waart
Ramón Jacques
A nivel internacional es muy probable
que pocos hayan escuchado hablar de la Sinfónica de San Diego (San Diego
Symphony) ya que su objetivo no ha sido
buscar ese reconocimiento, pero dentro de los Estados Unidos es una respetada
institución musical, y con más de un siglo de existencia, es una de las
orquestas más antiguas del país. Su primer concierto se llevó a cabo el 6 de
diciembre de 1910; y su sede, desde 1929, es la sala de conciertos Copley
Symphony Hall, un antiguo teatro de estilo rococó francés, que fue
recientemente remodelado y sobre el cual fue construido un enorme edificio de
oficinas. La orquesta realiza anualmente más de 100 conciertos, además de su
tarea de acompañar desde el foso las producciones de la Ópera de San Diego.
Dentro de la presente temporada 2015 y como parte de su abono de lujo conocido,
como “Jacob Masterworks” que atrae
destacados solistas y directores, se ofreció un interesante y variado programa
compuesto por obras de compositores de diversas latitudes y estilos comenzando
con la emocionante y dinámica ejecución de la obertura de la ópera Ruslán y Liudmila de Mikhail Glinka. El
concierto debió ser dirigido inicialmente por el legendario Sir Neville Marriner quien por motivos
de salud canceló su participación inesperadamente, y de último minuto fue
invitado para ocupar su lugar a Edo de Waart, actualmente director de
las orquestas de Flandes y de Milwaukee y con una larga carrera al frente de la
Sinfónica de San Francisco, quien con este concierto debutó en San Diego. Tan
buena impresión causó el maestro holandés con los músicos, la administración y
el público de esta ciudad que extraoficialmente
encabeza la lista como serio candidato
para asumir la titularidad de la orquesta, en lugar de Jahja Lihn quien ya anunció su retiro a finales del próximo año. El
punto más alto del concierto lo alcanzó la conmovedora ejecución de las Variaciones sobre un tema original para
orquesta op. 36 de Edward Elgar. Para
Edo de Waart esta música va más allá de lo que es Inglaterra, bastó, por
ejemplo, escuchar la profundidad del movimiento Nimrod, para imaginar cuan diferente seria su aproximación; y es
que pocas obras musicales poseen la emotiva combinación de mezclar el triunfo
con el arrepentimiento, o la certidumbre con la resignación, cualidades que de Waart
pudo extraer con autoridad y convicción, de una compacta orquesta. Su ejecución
de cada una de la de las catorce variaciones musicales, más que representar imágenes
alusivas a un determinado periodo histórico, el programa de mano sugería la
época victoriana inglesa, se acercó más una secuencia de sentimientos y
aspectos humanos contenidos en la obra y
que fue hilando, uno tras otro, por una línea por la cual de Waart guió a los
músicos con constante envolvimiento e interacción. Así, la sección de cuerdas
emitió un sonido pulido y preciso, y los metales mostraron tal convicción y presencia
rara vez escuchada aquí. Complementó el
programa el Concierto para
violín y orquesta, en re mayor,
op. 35 de Erich
Korngold, obra que se estrenara en 1947 en Estados Unidos, y que tuvo como
solista a la violinista rusa Alina
Pogostkina, quien se mostró un poco errática e insegura en el primer
movimiento, y que fue enderezando el camino hasta llegar a un fulgurante y
explosivo final en el tercer movimiento. El programa fue muy satisfactorio y de
Waart quien ya fue programado en algunos conciertos de la próxima temporada,
sea designado titular de la orquesta o no, será siempre esperado y bienvenido
en esta sala.
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