Fotos: Bruce Zinger
Giuliana Dal Piaz
En cartelera
en estos días en Toronto, “Orfeo y Eurídice”, la ópera compuesta en 1762 por Cristoph
Willibald Gluck con libreto de Ranieri de Calzabigi. La puesta en escena de la
compañía canadiense Opera Atelier utiliza la versión Berlioz de 1859,
reinstaurando el ballet conclusivo que Berlioz había eliminado en el estreno en
el Teatro Lírico de París. La ópera –cuyos cuatro actos originales están aquí
concentrados en dos tiempos– relata el mito de Orfeo, según la leyenda griega
el más gran poeta y músico de todos los tiempos, capaz de apaciguar a las
bestias más feroces con el sonido de su lira y su dulcísimo canto.
Con gran
efecto dramático, el telón se abre sobre la escena del funeral de Eurídice,
adorada esposa de Orfeo, cuya muerte lo ha sumido en la mayor desesperación.
Aparece –“deus ex-machina” en el sentido más literal del término y al estilo
del teatro antiguo, un artefacto suspendido de cables que permite al personaje
bajar sobre el escenario– el dios Amor que consuela a Orfeo, ofreciéndole de
parte de los dioses del Olimpo un remedio a sus penas. Si logrará amansar, como
lo hace con las fieras en los bosques, a los monstruos guardianes de Hades,
podrá rescatar de la muerte a Eurídice y traerla nuevamente al mundo de los
vivos. La condición ineludible, sin embargo, es que en ningún momento deberá
mirar a su esposa ni ofrecerle ninguna explicación hasta que no hayan dejado el
Más Allá. De no cumplir, volverá a perderla para siempre.
Orfeo acepta
el desafío, recobrando así esperanza y energía para rescatar a su amada. Cuando
se presenta a las puertas del Hades, lo recibe amenazadora una zarabanda de
espíritus prohibiéndole el paso. Mas la música suave del arpa (que en la
orquesta interpreta la lira mágica del poeta) y el canto suplicante de Orfeo, apaciguan a los monstruos, que lo dejan pasar. Más
allá de la oscuridad de la entrada, se abre un lugar luminoso y apacible, los
Campos Elíseos, donde se encuentran los difuntos, ya libres de penas e infelicidades
humanas: así lo describe Eurídice, apareciendo por primera vez en escena, y así
lo demuestra el sereno ballet de los espíritus a su alrededor. Orfeo es
sorprendido por la belleza y la paz del lugar, pero pronto el recuerdo de su
esposa hace que pregunte repetidamente por ella. Por fin los espíritus llevan a
Eurídice hasta Orfeo y éste –sin mirarla y sólo guiándola de la mano– incita a
la mujer a seguirlo fuera de los Hades. Notando que el esposo no la mira ni se
detiene a abrazarla, Euridice es presa de unos celos extraños y rehúsa seguirlo
si no recibe primero una explicación de su comportamiento.
Agotado por
la larga represión de sus emociones y por la insistencia de la esposa, Orfeo
cede, voltea a verla y la abraza apasionadamente. De inmediato Eurídice cae al
suelo sin vida. Recordando la advertencia del dios Amor, Orfeo se hunde en la
desesperación, no quiere seguir viviendo un momento más sin su esposa y está a
punto de terminar con su propia vida. A este
punto, vuelve a aparecer Amor con un mensaje consolador. Habiendo sido testigos
del sufrimiento y de la fidelidad de Orfeo, los dioses se han apiadado de ellos
y le devuelven a Eurídice, que pedirá perdón al esposo por sus dudas.
En un templo
dedicado al dios Amor, un alegre número final de ballet celebra el triunfo del
amor. La puesta en escena de Opera Atelier –la única institución en
Canadá y quizás en todo Norteamérica que se especializa en la ópera y el ballet
barrocos, abarcando la producción de los siglos XVII, XVIII y XIX– es de muy
alto nivel. Fundada hace exactamente treinta años por sus actuales directores
artísticos, Marshall Pynkoski y Jeannette Lajeunesse Zingg, Opera
Atelier se vale de la colaboración permanente de la Tafelmusik Baroque
Orchestra y su Coro de Cámara (entre las mejores del mundo para la música
de ese período), y dispone de un ballet propio. La dirección de David
Fallis (que además de su actividad en Toronto ha cuidado la producción
musical de dos series para la BBC, Los Tudors y Los Borgia) es
extraordinaria y comunicativa, excelentes los instrumentos
de viento y las cuerdas. La orquestación de Gluck con la revisión de
Berlioz no demuestra los dos siglos y medio de antigüedad de la composición: en
ningún momento la música de la obra resulta aburrida o anticuada para el oído
moderno.
Una mención
especial por su prestación también la merece el Coro de Cámara Tafelmusik con
sus 19 miembros. Es evidente la atenta labor de preparación y la importancia
atribuida a la actuación y a la mímica escénica, respetando el estilo de
teatralización del teatro barroco. Originalmente concebido para un “castrato” y
sucesivamente para un tenor-alto, a partir de la edición de Berlioz el rol de
Orfeo fue tradicionalmente cubierto por una mezzosoprano o una contralto
dramática, aunque a partir del siglo XX varios tenores interpretaron este
papel, como Tito Schipa o el mismo Luciano Pavarotti, aunque quede insuperable
la interpretación de Kathleen Ferrier. En este caso, el rol protagónico
lo cubre la mezzosoprano Mireille Lebel, que además de una excelente tesitura
demuestra también buenas capacidades de actuación y gracia en el baile. En
conjunto resulta un Orfeo muy persuasivo. Las dos sopranos que
interpretan a Eurídice (Peggy Kriha Dye) y Amor (Meghan Lindsay),
en cambio, disponen ambas de buenas voces pero sus dotes escénicas no son
extraordinarias, y sobre todo Eurídice aparece exagerada en sus ademanes.
Mientras los bailarines son por lo general muy buenos y adecuadamente
armonizados, decepciona la prestación de las bailarinas –y por consecuencia del
ballet en su conjunto– que no se demuestra a la altura de los demás elementos
del espectáculo.
La
construcción de la escena a través de paneles movibles que por momentos se
vuelven bastidores (Gerard Gauci) es enfatizada por la excelente
iluminación de Michelle Ramsay, novedosa e interesante sobre todo en la escenificación
de Hades y de los Campos Elíseos. Me
pareció incoherente desde el punto de vista histórico el Templo del Amor del
baile final, inspirado más en un templo pompeyano que en uno de la Grecia
antigua: un salto de unos cuantos siglos. Unas inesperadas “caídas de estilo”
ocurren en el momento de la aparición del dios Amor, cuya “máquina” recuerda
más las representaciones religiosas del Sagrado Corazón que el Eros de la
mitología grecorromana, y en el ballet conclusivo, cuando, en sus rondas
finales, los miembros del cuerpo de baile alzan cartulinas que llevan cada una,
al frente una de las letras que integran la frase “L’AMOUR TRIOMPHE” (“el amor
triunfa”), y al reverso un corazón rojo, expediente escénico más apropiado para
un espectáculo de Las Vegas que para una ópera lírica barroca de alto nivel.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.