Foto: Máximo Parpagnoli Gentileza: Teatro Colón
Gustavo
Gabriel Otero
Accidentado
inicio de la Temporada
2015 en el Teatro Colón de Buenos Aires, a la interrupción del proyecto de
ofrecer Los Troyanos de Berlioz y
suplantarlo por Werther se le sumó la
cancelación de la participación en el protagónico de Ramón Vargas -sin mayores
justificativos conocidos- quien sin embargo mantendría su compromiso de
protagonizar Don Carlo en el próximo
mes de septiembre. El
joven tenor belga Mickael Spadaccini
quizás tenga en su registro casi todas las notas para cantar el personaje de
Werther pero de ninguna manera se aproxima al mismo. Si canto es errático y fuera
del estilo francés. Su interpretación vocal se asemeja más al verismo italiano
y su composición actoral es de un joven con marcado histerismo. Anna Caterina Antonacci fue una solvente Charlotte
que no logró amalgamarse correctamente con su amado Werther. Adecuada en los
dos primeros actos, fue exquisita en sus momentos solistas del tercero, en
especial en ‘Va! Laisse couler mes larmes’
y muy solvente en el final. Pero
sin lugar a dudas la figura de la noche fue la soprano Jaquelina Livieri en el breve rol de Sophie que encarnó con
registro homogéneo, línea de canto pura, emisión limpia y radiante. Hernán Iturralde fue un correcto Albert
mientras que el ruso Alexander Vassiliev
no desentonó encarnando el rol de Le Bailli. Perfectos Santiago Bürgi (Schmidt) y Fernando
Grassi (Johann), bien complementados por los comprimarios; mientras que el Coro
de Niños y los seis pequeños solistas, preparados por César Bustamente, tuvieron
buen rendimiento.
La
escenografía firmada por Hugo de Ana
consistió en un mismo marco escénico para los primeros tres actos con una gran
estructura metálica con sus caños a la vista y enormes paneles vidriados que
asemejan un jardín de invierno. En el último acto desaparece la estructura
vidriada y se aprecia la cama de Werther y todas las esculturas utilizadas en
cada uno de los actos anteriores como fondo en lo que simula ser un cementerio.
Un marco atractivo pero grandilocuente. El
correcto vestuario se ancló, lo mismo que la puesta, en la época de Massenet.
La marcación actoral, también de Hugo de
Ana, resultó rutinaria y fría con el punto más débil en el protagonista
permanentemente al borde de la exageración. Rutinaria la iluminación que fue
completada con proyecciones de fragmentos de la obra original con la caligrafía
del autor. La Orquesta Estable bajo la conducción de Ira Levin efectuó un buen trabajo.
Faltó algo de vuelo y por momentos no se cuidó el adecuado balance entre el
foso y la escena, resultando una versión musical sin demasiado brillo pero
correcta.
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