Foto: T. Charles Erickson
Lloyd Schwartz
La Boston
Lyric Opera anunció que después de 18 años “La Viuda Alegre” sería su última
producción en el teatro Schubert. La próxima temporada iniciará en la ópera de
la ciudad, lo que sería la primera producción en ese teatro en tres décadas, y
el resto de producciones se hará en otros escenarios. Pero se sabe bien que una
temporada itinerante no es la solución para el problema de la falta de una casa
permanente y adecuada para la ópera en Boston. Desafortunadamente, este no es
el único problema en el que la BLO debe trabajar ya que en su errónea
actualización de las historias originales, la compañía logró dar un tono
equivocado a todas las producciones de la temporada. Por ejemplo, La Bohème uno de los romances más irresistibles y populares en la ópera,
fue contextualizada en 1968 durante los disturbios de estudiantes en Paris, enterrando
la sentimental historia de amor en un triste ambiente político que traicionó la
música de Puccini. Ahora la directora de
escena Lillian Groag despojó a La
Viuda Alegre de su efervescencia a la vivaz y musicalmente nostálgica opereta
de Franz Lehár (compuesta en 1905). La rescritura del libreto de Groag
llevó la acción cerca del inicio de la primera guerra mundial. La parte
usualmente cantada en ingles como “Girls,girls,girls” aquí se tradujo como
“War,war,war” Al final, la viuda y su
glamoroso amante se escaparon a Boston para abrir un bar (algo no existente en
el libreto original) mientras unos soldados uniformados tararean el famoso vals
de la viuda cuando caia la cortina, así que el único momento conmovedor de la
producción entera tiene no tuvo nada que ver con los personajes principales.
Los amantes en esta producción no fueron emotivos ni carismáticos, solo figuras
genéricas de una directora más interesada en su concepto que en los personajes.
La dramaturgia es de primaria y catastrófica para una obra musical con tanto
dialogo hablado. La soprano Erin Wall
y el tenor Roger Honeywell se
aprendieron bien sus pasos, pero su baile de amor careció de pasión y de
química. Fue una frustración que la mayoría del canto fue desilusionante. La voz de Honeywell careció de fuerza y fue
difícil de escuchar. Wall destacó en sus
fuertes estallidos, pero su canto suave no tuvo ese fácil lirismo y legato que
la parte requiere. El canto más refinado provino del tenor John Tessier, como el Camille de Rossillon, enamorado de Valencienne,
interpretada por Chelsea Basler. Estos
papeles se engrandecieron, aunque no precisamente destacaron. Los diálogos y
letra, según la directora, fue un intento “multilingüe” para reflejar a los
países involucrados en el conflicto, pero las referencias a la guerra son
tibias y tímidas y las malas bromas sopesaron las buenas. Al menos las cosas se
animaron en el último acto con coreografías de can-can donde el coro y
bailarines mostraron más energía que los solistas. Mi aplauso incondicional es
para el director inglés Alexander Joel,
quien estudio en Viena, y capturó la cadencia vienesa de Lehar. Si algo tuvo
estilo en esta función, ello provino del foso. No quisiera que la BLO fracase y
quisiera que Boston tuviera un lugar fijo donde la opera pueda prosperar. Pero más
allá de ello, la compañía debe hacerse indispensable con producciones más inteligentes.
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