Radamisto en Fráncfort del Meno. Foto: Barbara Aumüller
Federico Figueroa
La resurrección
de las óperas de Händel continua imparable. Las propuestas escénicas empiezan a
ser variadas, y en este sentido Tilman Köhler enmienda el final feliz y hace que Tiridate, el villano del
argumento, degolle en el ultimo momento a todos los demás personajes. No hacía
falta dar este triple salto mortal porque su trabajo en éste título ya había
demostrado tener una calidad elevada. Las representaciones de este Radamisto se
realizaron en el Bockenheimer Depot, una antiguo almacén de tranvías, y tiene
la ventaja de la cercanía con los cantantes y las desventajas de no ser un
escenario al uso. Kölher y su equipo (escenografía de Karoly Risz, vestuario de Susanne Uhl, iluminación de Joachim Klein y video de Bibi Abel) se adecuaron perfectamente al espacio, creando una
minimalista propuesta teatral en torno a una escalera de grandes dimensiones,
teñiada por una iluminación potenciadora de los movimientos escénicos y un
vestuario suficientemente original. Un simbólico vestido de novia como
recordatorio del meollo del argumento evidenció otras lecturas (el machismo, la
violencia encubierta o la lealtad de los valores, por sólo mencionar algunos)
con expresiva sinceridad. Un reparto excepcional por su calidad vocal y
escénica dieron el empuje definitivo a la velada. Sensacional el contratenor
ruso Dmitry Egorov en el
personaje epónimo, capaz de salir airoso de los elaborados ornamentos en sus
arias, con una voz potente y exquisitamente manipulada. El timbre no es
especialmente bello pero sí contundente. La mezzosoprano Paula Murrihy sí tiene
un instrumento de encantador sonido, sedoso y homogéneo, y su entrega a la
escena como Polissena, le granjearon cálidos aplausos del público. También
magnífica la soprano Gäelle Arquez en el personaje de la atribulada Zenobia, esposa de Radamisto
y causante involuntaria de la guerra causada por Tiridate. Esta joven soprano
tiene un límpida emisión, canta con elegancia y es buena actriz. Habrá que
seguirle los pasos. El barítono coreano Kihwan Sim fue un diabólico y descomunal Tiridate, lustrosamente cantado
y muy bien actuado. También brilló con intensidad el contratenor soprano Vince Yi (Fraarte),
brillante en la coloratura y penetrante en el registro agudo. La soprano Kateryna Kasper (Tigrane)
no desaprovecho ninguna de sus intervenciones para mostrar su dúctil
instrumento y el bajo Thomas Faulkner se encargo con buen pulso de Farasmane. Al frente de la
orquesta (Museumsorchester) estuvo el italiano Simone Di Felice, pulcro, ordenado y cuidadoso con las dinámicas. Una lectura
salida más de lo plástico que de las entrañas, rica en la paleta de colores
musicales pero sin una fuerte personalidad. El público premió a todo el equipo
con largos aplausos. Händel tiene cuerda para mucho rato.
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