Fotos: SAS / ISIC - Culiacan
José Noé Mercado
Si en las páginas de la revista Pro Ópera http://www.proopera.org.mx se ha ponderado de forma constante la nutrida actividad lírica en Sinaloa, estado al norte de Mexico que se ha vuelto desde hace ya varios años referencia en materia de talento y desarrollo vocal, no estaría demás enfatizar que es gracias al apoyo de diferentes instancias gubernamentales, empresariales y de la sociedad civil que esa oferta puede ser rica, continua y, en cierta medida, abundante.
Una piedra importante para lograr esas condiciones propicias para el impulso de los talentos del estado, y que además suele integrar el valor de intérpretes internacionales, es la Sociedad Artística Sinaloense (SAS), una asociación civil fundada en 1999, dirigida por Leonor Quijada Franco.
El caso de la SAS es emblemático en todo el noroeste de México, ya que desde el inicio de su historia se caracterizó por producir, promover y presentar espectáculos y actividades culturales en Culiacán, Sinaloa, esencialmente, para contribuir al bienestar, sensibilidad y calidad de vida de los habitantes del estado. De acercar a una sociedad, a veces lacerada por diferentes problemáticas, al arte y a la cultura.
A través de conciertos, cursos, talleres, conferencias, otorgamiento de becas, charlas de apreciación, firma de convenios, ha logrado convertirse en la productora no gubernamental más importante de la región, con un perfil programático que incluye todas las artes escénicas, abarcando desde propuestas clásicas hasta contemporáneas.
Los logros de la SAS, en números, son contundentes. Ha presentado, agrupados en 22 temporadas, 168 espectáculos, 20 producciones han sido propias, para un total de 309 funciones, con 3704 artistas, 850 becas, y cerca de 255 mil espectadores.
El mecanismo de financiamiento de la Sociedad Artística Sinaloense es claro: 45 por ciento de su presupuesto proviene de la venta de carnets y boletos, 20 por ciento de patrocinios diversos en dinero o especie, 18 por ciento de aportaciones gubernamentales y el resto se logra de la prestación de servicios múltiples como la organización de conferencias y convenciones, la producción y la venta de funciones extras.
En materia operística, la SAS no sólo aporta su premio en el Concurso Internacional de Canto de Sinaloa, sino que ha presentado como solistas a cantantes como Isabel Leonard, Javier Camarena, María Katzarava, Aylín Pérez, Stephen Costelo, Fernando de la Mora, Virginia Tola, Arturo Chacón, entre otros.
Pero, sin duda, la mayoría de edad para esta sociedad llegó con la producción de una ópera de gran envergadura y notable elenco: tres funciones de Romeo y Julieta de Charles Gounod, los pasados 23, 25 y 27 de febrero (que contaron con un promedio de asistencia del 90 por ciento), en el Teatro Pablo de Villavicencio de Culiacán.
El montaje —que contó con el apoyo del Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC) que dirige María Luisa Miranda—tuvo muchos elementos destacables que le aportaron no sólo decoro, sino incluso lucimiento al mejor nivel de lo que puede verse en el país.
El elenco fue encabezado por el tenor Arturo Chacón- Cruz, sin duda uno de los Romeos más interesantes del panorama internacional actual. Con un fraseo intenso (de gran lirismo en la zona central, solvente en el agudo), de timbre cálido y una experiencia escénica propia de quien ha cantado con anterioridad el papel y lo conoce con detalle, Chacón se entregó con compañerismo en un escenario compartido con colegas más jóvenes, predicando con el ejemplo.
Julieta fue interpretada en dos funciones por la soprano Angélica Alejandre, nuevamente en un rol protagónico en el estado en los últimos meses (Violetta Valery, en noviembre, en Mazatlán). La seguridad que ha adquirido se proyecta en una voz bien colocada, con dominio técnico, y en esmero por hacer justicia a la partitura, lo cual le permitió también confeccionar una actuación digna de aplauso.
La otra Julieta (que también cantó en el ensayo general, al lado del Romeo sobre todo apasionado del tenor Andrés Carrillo) correspondió a la soprano Karen Barraza, quien además de una bella presencia escénica, ofreció una interpretación de voz carnosa, de fraseo plenamente lírico, sin sacrificar el registro agudo o las agilidades en su “Je veux vivre”. Tanto como Alejandre, Barraza logró de su personaje una convincente transformación de una adolescente al inicio de la ópera, a una mujer que pese a su juventud es capaz de entregarse a un destino que marca su pasión y el conflicto familiar, para llegar al “loco amor que una más allá de la muerte”, como apuntó el escritor Élmer Mendoza en el programa de mano.
El italiano Giorgio Giuseppini fue el único intérprete importado en el elenco. En el papel de Fray Lorenzo, ofreció un canto bien delineado, seguro, y que trazó también una línea de gusto estilístico al que los jóvenes se ciñeron.
Las voces en los roles secundarios no desmerecieron. Con entrega —y temperamento febril sin desapegarse por ello del sabor afrancesado de la obra—, participaron el barítono Juan Carlos Heredia (Mercutio), los tenores Andrés Carrillo y César Delgado (Tebaldo), el bajo-barítono Óscar Velázquez (Capuleto) y la mezzosoprano Angélica Matta (Stefano). Como jóvenes cantantes dejaron en el público una grata sensación: que el cambio generacional en sus respectivas tesituras tiene futuro en el país.
Si la interpretación vocal fue en su mayor parte impregnada de un espíritu juvenil, la puesta en escena fue cercana y comprensible a nuestros tiempos a través de la intemporalidad. En ello contribuyó el trazo de Miguel Alonso Gutiérrez, en principio, con un orden arriba del escenario para obtener la mayor claridad posible de las acciones. Y como el número de escenas no es poco, ese mérito de la transparencia dramática de Alonso no debe despreciarse. La escenografía en cierta medida minimalista de Adrián Martínez Fraustro —un joven talento, apasionado e inquieto de la ópera, al que no debe perderse de vista— partió del común denominador de una barda que atestigua las acciones, al tiempo que sirve como pared de edificio cortesano, de muro cómplice de los enamorados o de componente de cripta, todo ello también gracias a la iluminación Matías Gorlero. Y para completar el cuadro, el vestuario en colores oscuros, elegante y significativo para diferenciar a los Montesco de los Capuleto, entre la época de El Gran Gatsby y West Side Story, de Edyta Rzewuska.
Y todo puesto a punto desde el foso, al frente de la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes y los coros Guillermo Sarabia y Ópera de Sinaloa (el toque amateur, en definitiva inexpertos, pero no por ello menos entusiastas o dispuestos a entregar sus mejores credenciales), el maestro Enrique Patrón de Rueda.
Muy célebre es su experiencia en el repertorio vocal, el trabajo realizado a través de los años en el repertorio francés (sin ir muy lejos fue el concertador en aquellas funciones de Romeo y Julieta que se llevaron al cabo en 2005, en el Palacio de Bellas Artes, con Rolando Villazón y Anna Netrebko, Ainhoa Arteta y Fernando de la Mora) y el apoyo y garantía que significa que los jóvenes sientan su batuta concertadora.
Deseable es que ésta haya sido la primera producción operística de la SAS. Pero no la última. Los buenos resultados artísticos deben repetirse. O superarse.
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