Ramón Jacques
Con Aída de Verdi se inauguró la nueva temporada de la Opera de San Francisco. Musicalmente la función fue satisfactoria bajo la conducción de Nicola Luisotti, director musical del teatro, quien con mano segura exaltó la exuberante orquestación y musicalidad de la partitura. El sonido que se originó en el foso fue dinámico, intenso y emocionante. El coro tuvo también un aporte fundamental en el desarrollo de la función. El elenco vocal tuvo un desempeño notable, comenzando con la soprano Micaela Carosi, una sólida y convincente interprete que cantó el papel de Aída con una voz segura, calida y uniforme con la que supo amalgamar brío con expresividad y dulzura. Marcello Giordani, en su primera comparecencia como Radames, exhibió una voz de robusto timbre de tenor, así como buena proyección, y presencia escénica. El barítono Marco Vratogna dio vida a un autoritario Amonasro, al que prestó una línea de canto noble y vigorosa. Dolora Zajick mostró poderío vocal y escénico para dar vida a una impetuosa y ardorosa Amneris. Correctos estuvieron los demás cantantes, resaltando al recio Ramfis del bajo Hao Jiang Tian, a Christian Van Horn como el Rey de Egipto y al tenor David Lomelí como el mensajero. La puesta escénica de la diseñadora inglesa Zandra Rhodes, fue la parte menos satisfactoria de la función. Su concepción de un colorido Egipto, situado en una época indeterminada como en un cuento de dibujos animados, con cargadas motivos y figuras egipcias, exagerados vestuarios, y constantes cambios de escena, pareció estar desfasada con la trama creando una escena sobrecargada y por momentos incomoda para la visión.
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