Monday, October 4, 2010

Le Nozze di Fígaro en la Opera de Los Ángeles

Foto: Robert Millard

Ramón Jacques
La siempre divertida opera Le Nozze di Fígaro de Mozart retornó a este escenario con la producción vista hace un par de años, y creada para este mismo teatro, por el regista ingles Ian Judge y el diseñador Tim Goodchild. La trama de la opera en este montaje se situó en una época moderna pero con una concepción un poco ilógica (aunque en línea con la jocosidad y la gracia natural contenida en la obra) que combinó elementos del pasado y del presente. Así por ejemplo, se pudieron ver personajes con vestidos antiguos hablando por teléfono. El espectáculo en conjunto fue estético y sugestivo para la visión por su colorido y la brillante iluminación que la acompañó. Notable fue el final de la opera que concluyó con un colorido despliegue de fuegos artificiales dentro del escenario. Quizás por tratarse de una opera cómica, Judge en su regia mostró una incesante predisposición por resaltar el humorismo de cada escena, pero cuando las ideas parecieron agotársele recurrió a innecesaria vulgaridad e impertinencia en la actuación de los personajes.
El personaje de Fígaro fue interpretado por el bajo-barítono canadiense Daniel Okulitch, un cantante de buena línea de canto, musicalidad en su timbre y amplia proyección, pero excedido y por momentos descontrolado en la parte artística. Notable fue la prueba de la soprano alemana Marlis Peterson quien caracterizó una radiante, divertida e impulsiva Susanna, y cantó con una melodiosa voz, ágil y cristalina en sus agudos. Por su parte, Martina Serafin creo una sensible y afectiva Condesa que interpretó sus arias con vehemencia y buen gusto, y el personaje del Conde fue cantado y actuado con autoridad por el experimentado el barítono danés Bo Skovhus, en su primera aparición en este teatro.
Discreto y rutinario estuvo el Cherubino de la mezzosoprano Renata Pokupić La participación del resto del elenco y del coro se puede mencionar como correcta, resaltando al malicioso Bartolo creado por el bajo italiano Alessandro Guerzoni. En el podio y frente a una orquesta reducida, Placido Domingo se enfrentó por primera ocasión en su carrera de director musical a esta obra mozarteana. Independientemente del discurso sobre su conocimiento o afinidad con este repertorio, el resultado musical en esta ocasión fue en suma satisfactorio, ya que se sintió una mano segura que dio fluidez y continuidad a la música y busco en todo momento poner en primer plano a las voces.

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